Es inquietante ver la creciente banalización del mal incluso en los ámbitos más insospechados de nuestra sociedad.
Lo que hace años habría provocado un escalofrío generalizado, hoy se cataloga de espectáculo, se trivializa y se aplaude desde las gradas.
Así lo demuestran las recientes imágenes y videos que hemos visto en el fútbol europeo, concretamente en equipos de España, el Sevilla y Alemania, donde sus hinchadas han desplegado tifos y pancartas que, sin el menor pudor, hacen referencia directa a pactos con el demonio a cambio de la gloria deportiva.
Este tipo de manifestaciones no son simples «bromas pesadas» ni «excentricidades folclóricas» del fútbol.
Son gestos peligrosísimos que abren la puerta, aunque sea simbólicamente, a realidades espirituales que no debemos nunca invocar.
La batalla espiritual es real
El demonio no es un mito ni una metáfora literaria. Es real, un enemigo astuto que busca constantemente nuestra perdición.
San Pedro ya nos advertía en su primera carta: “Sed sobrios y vigilad. Vuestro adversario, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quién devorar” (1 Pedro 5,8).
Cuando se juega a rendirle honores, aunque sea en nombre de la «pasión deportiva», se está abriendo una grieta en el alma que no podemos subestimar.
Muchos podrían decir que estas pancartas son inofensivas, que se trata de «simple folclore», de una exageración propia del fervor futbolístico. Pero no debemos engañarnos: el maligno se aprovecha de cada oportunidad que le brindamos para insinuarse en nuestras vidas.
No existe pacto «simbólico» con el diablo que no tenga consecuencias espirituales.
La gloria deportiva nunca debe ser un ídolo
Recordemos que el fútbol, aunque es una hermosa expresión de talento y esfuerzo colectivo, jamás puede ocupar el lugar de Dios en nuestro corazón.
Cuando los aficionados declaran, incluso en tono festivo, que entregarían su alma al maligno por ver a su equipo triunfar, están cayendo en la idolatría.
Están poniendo el éxito deportivo por encima de su fe, por encima de la salvación eterna.
Cristo mismo nos recuerda en el Evangelio: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?” (Mateo 16,26).
Que no nos gane la tibieza ni el miedo al qué dirán. No podemos ser cómplices silenciosos. ¡Con Cristo siempre, con el demonio nunca!
Recemos por la purificación de los espacios públicos, incluidos los estadios, y recordemos que la verdadera victoria está en Cristo, no en efímeros triunfos terrenales comprados a tan alto precio.
1 Comentario. Dejar nuevo
¡Pobre gente desnortada! ¿Creen que el patas no va a aprovechar esto…?
Pocas bromas con el mal.