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No podemos conformarnos con retroceder siempre

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Los cambios habidos en estos últimos años van siempre a peor. ¿ Acaso no cambiarán nunca su sentido? Para entender lo que estamos viviendo es necesario una sucinta recapitulación de los hechos:

  1. El desplazamiento de la naturaleza del estado laico, es decir, neutral desde el punto de vista religioso, hacia la cancelación de Dios en la vida y las instituciones públicas. Su reconversión en estado ateo.
  2. La consagración del deseo sexual y de su satisfacción inmediata como uno de los ejes principales de las políticas públicas, hasta formar parte del corazón del propio estado, al que han dotado así de ideología, liquidando la idea de lo que es y significa el estado liberal, definido precisamente por su neutralidad ideológica. La idea de que Polonia y Hungría son estados iliberales es equivocada. En todo caso son un tipo de estado de esta naturaleza, como España lo es respondiendo  a otra matiz ideológica que corresponde al feminismo e identidades  de género, las dos corrientes antagónicas surgidas de la perspectiva de género, de manera parecida a lo que acaeció, salvando las distancias, con el marxismo, y el leninismo y trotskismo. El común denominador es su carácter totalitario que excluye cualquier otra visión que no sea la suya, se aplica a través de las leyes del estado, y censura, discrimina, o prohíbe otras concepciones opuestas.
  3. Se ha producido así una doble y gran ruptura histórica. La formulación del deseo y su satisfacción sexual, como causa política, y la creación de un estado doctrinario que nos aboca a lo desconocido, por las consecuencias prácticas de sus leyes en este ámbito, cuyos resultados solo son evidentes a largo plazo, y aún así tienden a ser ocultados por el propio estado, como sucede con el aborto, que es una de las rupturas de más dilatada implantación en el tiempo. Son las leyes sobre el aborto la primera causa que ha situado el sexo en el centro del escenario político y ha señalado la primacía de la satisfacción sexual sobre la vida humana. Aquella satisfacción es tan decisiva que el acto que comporta, la relación sexual, no es responsable de sus consecuencias, la vida humana engendrada.
  4. El ateísmo y la satisfacción del deseo, especialmente el sexual, es decir, el subjetivismo que sostiene que la autonomía de la persona radica en la satisfacción de sus deseos, es una concepción tan hegemónica, que sirve para medir el bien, la justicia, la libertad y el progreso. Es bueno, justo, y un avance para la humanidad todo lo que la sirve, y malo injusto y contrario al progreso todo lo que la niega.
  5. Esta dinámica de realización del deseo, que tiene su eje central en la sexualización de la sociedad, se verifica en todos los ámbitos.
  6. La educación que quieren imponer y que están imponiendo a nuestros hijos en la escuela, los programas de nuevo negativos de entretenimiento en la televisión están llenos de ello. La proliferación de juguetes sexuales, su extensión a través de los medios de comunicación, la práctica de filias que hace pocos años atrás se hubieran considerado dignas de tratamiento psiquiátrico, el crecimiento de la pornografía y la prostitución, y de la violencia sexual, a pesar de la ingente cantidad de recursos que se dedica para evitarla. Nunca como ahora había habido tanta, porque está fuertemente en la pornografía, la prostitución y la promiscuidad sexual.  Y es que es imposible sexualizar la sociedad, postular que la autenticidad es dejarse llevar por el deseo sexual, convertirla en eje político, y no pagar al mismo tiempo un precio por sus consecuencias.
  7. Este escenario acaba determinando prácticas totalitarias, que comportan la cancelación de personas y la censura de opiniones, la intromisión en las relaciones entre hombres y mujeres, y el diseño de sus conductas en unos términos nunca vistos. Una intromisión que se extiende sobre los hijos, sobre todo -una vez más- en todo lo relacionado con la sexualidad, que obsesiona a quienes nos gobiernan y su cultura dominante. Se intenta resolver por la justicia y por medio de la represión lo que tendría que ser el resultado de la formación de las conciencias en el respeto; también en el respeto sexual. Pero, claro, el problema es que para ello es necesario situar las relaciones sexuales en el plano de importancia y trascendencia que tenían, pero qué ha sido suprimido, convirtiéndolas más bien en un acto superficial, epidermis y efímero, sin responsabilidad sobre sus consecuencias. Es la consecuencia de la desvinculación sobre uno de los motores más potentes de la vida humana, que precisamente por su potencia es necesario encauzarlo. Esto es lo que ha hecho nuestra cultura a lo largo de los siglos hasta llegar a este momento estúpido de la historia, que llama represión a lo que es respeto y reconocimiento de la dignidad del otro.
  8. Esta cultura y la política que la expresa significa también la discriminación de los hombres, que en igualdad de condiciones sufren una mayor pena por el mismo delito, por el simple hecho de ser hombre y no por la naturaleza del delito, ni por la existencia de causas que lo agraven. Esto es lo que determina desde el 2005 la Ley Integral de Protección contra la Violencia de Género que, además, fue considerada en su momento como plenamente constitucional, lo cual no significa que no esté equivocada y que no deba ser cambiada.
  9. Esta cultura y esta política conllevan también la progresiva liquidación de la patria potestad, y esto afecta tanto al padre como a la madre. Cada vez más ellos serán únicamente responsables de alimentar y cuidar a sus hijos, pero sin ninguna autoridad sobre ellos, porque también cada vez más, quienes decidirán serán los menores o el propio estado a través de su burocracia.  Es lo que sucede con diversas de las leyes existentes, que conceden capacidad de decisión a los hijos, a pesar de ser menores de edad. No pueden votar, pero sí que pueden mantener relaciones sexuales cómo y con quien quieran. Pueden decidir sobre su muerte, proponen  que lo hagan sobre su cambio de sexo. Pueden hacer todo eso pero no beber alcohol por ser menores. Son la destructivas y caóticas contradicciones de la sociedad desvinculada.
  10. También significa la existencia de privilegios, que son calificados de nuevo derechos para las personas y grupos LGBTI, hasta llegar al extremo de invertir la carga de la prueba, de manera que no hay presunción de inocencia, sino necesidad de demostrar que no se es culpable.
  11. La perspectiva de género, que algunos confunden ingenuamente con una cuestión de igualdad entre hombres y mujeres, está destruyendo la naturaleza de lo que significa ser hombre y ser mujer, de la naturaleza de los esposos, del ser padre y madre, de la familia, es decir, el núcleo duro que configura nuestra sociedad, el núcleo que aporta el capital social y moral necesario para que después el resto de las instituciones sociales los transformen, lo mejoren y los amplíen, construyendo así el capital humano, que es el fundamento del desarrollo económico y del bienestar.
  1. La perspectiva de género difumina y oculta la desigualdad económica, y es una de las causas que ha favorecido el crecimiento de la desigualdad económica, porque el foco político ahora no está situado sobre ella, sino sobre la desigualdad entre hombres y mujeres, como si esta- excepto en el desatendido caso de la maternidad- no fuera una prolongación de las relaciones de producción y de la distribución del crecimiento de la productividad. El Ministerio de igualdad de España, que no tiene ni una sola competencia económica, es un excelente ejemplo de esta coartada.
  2. Resulta de especial gravedad la cancelación de Dios en la vida pública, que liquida también toda una cultura moral, la cristiana, sobre la que se cimienta nuestra sociedad. La desaparición de la idea de perdón y reconciliación de nuestro horizonte común es una de las tantas y graves consecuencias de este nuevo ateísmo liberal.
  1. Todo esto tiene un sujeto colectivo político que lo dirige. Es la alianza objetiva entre el liberalismo no perfeccionista de la globalización y el progresismo cosmopolita del deseo. Ambos tienen una coincidencia objetiva en el cosmopolitismo alejado de la fraternidad humana, forjada por ser hijos de Dios, y en la ideología del deseo, construida desde la perspectiva de género.
  2. Hay que denunciar que esta alianza es la principal responsable de todas las crisis y de todas las rupturas que sufrimos. Hay que desenmascarar sus intentos de confundir, presentando a otros como responsables de lo que ellos desencadenan. Han encontrado en el muy impreciso concepto de populismo el chivo expiatorio necesario, cuando en realidad y en muchos casos este populismo no es otra cosa que expresión, más o menos instrumentalizada políticamente, del malestar de muchas personas que han perdido la esperanza.
  3. Sólo podemos afrontar todo esto, primero con el esfuerzo, el sacrificio, la fe viva, la oración y la confianza en Dios. También con el amor. No podemos combatir el daño que nos infligen desde la mirada humana, sino desde la mirada de Dios. Y después, en el ámbito de la práctica, con la unidad en las tareas y esfuerzos en la coordinacion dirigida a construir la corriente social que exprese un nuevo sujeto colectivo cristiano.

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8 Comentarios. Dejar nuevo

  • Pareciera este un artículo catastrofista y no lo es, en absoluto. Se trata del destrozo fijo y ascendente que las ideologías de género producen desde hace tiempo, sobre todo en los últimos veinte años, en personas, familias y grupos sociales; y anuncia el destrozo que vendrá asimismo creciente. No vale engañarse.
    A los católicos abatidos por esta desolación nos queda la energía del amor, el trabajo honesto combativo, la oración y la esperanza eclesial.

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  • J.Messerschmidt
    25 febrero, 2021 23:01

    Un artículo no sólo interesante en sí mismo, sino también porque estimula la reflexión. Curiosamente (o no tanto) esta especie de totalitarismo que se va imponiendo en el ámbito de la sexualidad tiene su origen en un movimiento que fue de «liberación sexual» y que, en algunos aspectos concretos, hizo aportaciones benéficas: el poder hablar públicamente de la sexualidad y reconocerla como parte de la naturaleza humana; el desterrar hipocresías generalizadas; el eliminar rigideces excesivas, falsos pudores y concepciones irrealmente rigurosas, a veces hasta inhumanas, etc. Ahora bien, el liberalismo (y este movimiento tuvo raíces ideológicas claramente liberales, lo que no impidió que fuera asumido y popularizado por la izquierda) tiende a la hipertrofia, es decir, a ocupar la totalidad del espacio social e ideológico. De hecho, es ésta una característica que comparte con otras corrientes políticas y culturales. El resultado es, paradójicamente, la imposición despótica y universal de sus principios. En un mercado demasiado libre, p. ej., los actores económicos menores son eliminados despiadadamente por grandes consorcios, que acaban convertidos en oligopolios. La globalización está imponiendo velozmente esta forma de totalitarismo económico. En el ámbito de la sexualidad, la «liberación» deja de serlo para convertirse en imposición y pérdida de libertad. En el terreno político parece haber, sino consenso en todos los aspectos, sí una aceptación general de lo fundamental de esta tendencia. Incluso en países y regiones gobernadas por partidos teóricamente conservadores o socialdemócratas se dan, algo atenuadas y sin gran ruido, situaciones semejantes. Esto se debe, por una parte, a una mayor o menor universalización de la ideología liberal; y por otra, a la asunción de los conceptos de modernidad y progresismo, en buena medida determinados por el izquierdismo cultural. Así, p. ej., en Baviera, una región gobernada desde hace décadas por un partido nominalmente «social-cristiano», se introducen en la educación de modo obligatorio modelos ideológicos no muy distintos de los que se propugna desde el Ministerio de Igualdad en España. Desde un punto de vista católico, los desvaríos en política proceden no sólo de la extrema derecha o del comunismo clásico, sino también del relativismo acultural propio tanto del liberalismo como del neoizquierdismo. Como se apunta en el artículo, es sorprendente que un ministerio de la igualdad se desentienda de las crecientes desigualdades económicas entre los ciudadanos. Pero ésta es también una tendencia desgraciadamente internacional. Por seguir con el ejemplo de Alemania, el 10% más rico de la población posee más del 56% del total de patrimonio privado, mientras que el 60% más pobre apenas posee un 5,2%, diferencia que se agudiza desde hace años de manera ininterrumpida. Intentar acabar con estas desigualdades es cosa muy peliaguda: más fácil y publicitariamente rentable es ocuparse de desigualdades de género, y más que de las reales de las imaginarias.
    Algo que sorprende en el artículo es la censura del cosmopolitismo. Es éste un elemento fundamental de lo más noble de la civilización occidental. En tiempos de Alejandro Magno supuso el primer intento de vencer particularismos locales y prejuicios étnicos. En la filosofía estoica fundamentó el principio de igualdad entre todos los hombres. En Roma permitió la creación de un espacio geográfico y político regido por el derecho, al tiempo se que forjaba los cimientos de la cultura europea. El cristianismo lo sacralizó y lo asumió como superación de todas las fronteras, lo elevó al término de «universal»: no es otro el significado de la palabra «católico». Históricamente ha sido un buen antídoto contra nacionalismos, particularismos, chauvinismos, racismos y sectarismos de todo tipo. Es un excelente argumento contra guerras y enfrentamientos. No se lo debe confundir con «globalización» y «multiculturalismo», que son perversiones más derivadas de otras tendencias que del verdadero cosmopolitismo.

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    • La Iglesia se llama católica por su vocación universal de llevar el Evangelio a todas las naciones. El cosmopolitismo, en su universalidad, se despreocupa de las naciones. El amor a la nación o a la patria es algo muy natural y querido por Dios; otra cosa bien distinta y distante es que ese amor, mal entendido, se adultere o pervierta por sentido de superioridad o por egoísmo o por otras razones hasta convertirse en desdén, rechazo, antipatía, malquerer u odio a otros pueblos, regiones, países o naciones.

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  • J.Messerschmidt
    2 marzo, 2021 00:34

    En todo estoy de acuerdo, pero no en el modo de entender el cosmopolitismo. Como he escrito claramente, no se puede ni debe confundir cosmopolitismo con globalización o multiculturalismo. El cosmopolita es, etimológicamente, el ciudadano del universo. La polis es la ciudad en cuanto comunidad humana. El cosmos la totalidad del mundo en el que vivimos. En ese sentido, cosmopolitismo es ser consciente de ser parte del mundo entero y actuar, pensar y sentir en consecuencia. No veo que esto esté en absoluto en contradicción con el cristianismo y con la fe católica, sino todo lo contrario. El cosmopolitismo cristiano no impide el amor a la patria, sino que lo extiende a la totalidad del mundo. Por otra parte, no recuerdo ningún pasaje del Nuevo Testamento que diga que Dios quiera el amor a la nación, ni ningún Padre de la Iglesia se exprese de ese modo, pero quizá se me ha pasado algo por alto. En todo caso San Pablo afirma:

    «Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Cuantos habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo. No hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si sois de Cristo, sois descendencia de Abrahán y herederos según la promesa.»
    «No hay distinción entre judío y griego, porque uno mismo es el Señor de todos.»
    «Os habéis despojado del hombre viejo, con sus obras, y os habéis revestido de la nueva condición que, mediante el conocimiento, se va renovando a imagen de su Creador, donde no hay griego y judío, circunciso e incircunciso, bárbaro, escita, esclavo y libre, sino Cristo, que lo es todo, y en todos.»

    Clarísima es la relación de San Agustín con el cosmopolitismo estoico, como se puede comprobar en estos pasajes:

    «Esta ciudad celeste, durante el tiempo de su destierro en este mundo, convoca a ciudadanos de todas las razas y lenguas, reclutando con ellos una sociedad en el exilio, sin preocuparse de su diversidad de costumbres, leyes o estructuras que ellos tengan para conquistar o mantener la paz terrena. Nada les suprime, nada les destruye. Más aún, conserva y favorece todo aquello que, diverso en los diferentes países, se ordena al único y común fin de la paz en la tierra. Sólo pone una condición: que no se pongan obstáculos a la religión por la que -según la enseñanza recibida- debe ser honrado el único y supremo Dios verdadero.»
    (San Agustín, La ciudad de Dios, XIX, 17)

    «Los estoicos piensan que el mundo es gobernado por la potestad divina, y que es como la urbe y la ciudad común de hombres y dioses, y que cada uno de nosotros es parte del mundo; de lo cual se sigue naturalmente que antepongamos el beneficio común al nuestro. En efecto, así como las leyes anteponen el bienestar de todos lo ciudadanos al de los particulares, así también el varón bueno y sabio, que obedece las leyes y no desoye el deber civil, sirve al interés de todos más que al de alguien en particular o al suyo propio.»
    (Cicerón, De finibus, III, 64)

    El cosmopolitismo, entendido en los términos expuestos, que son los propiamente etimológicos e históricos, está en consonancia plena con la doctrina católica.

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    • En el Catecismo de la Iglesia Católica se hace referencia a la patria en los numerales 2199, 2239, 2249, 2310…, y la palabra «nación» aparece más de quince veces.
      El cosmopolitismo tal como expone usted no creo en verdad que contradiga al cristianismo y seguramente yo también lo compartiría, como ideal al que podría aspirar la humanidad. Pero se me interpone un obstáculo infranqueable: que no me lo creo; ante esto, sinceramente, yo no puedo hacer nada. Es como si alguien viniera a ofrecer con toda convicción un programa con garantía absoluta para la paz perpetua y la desaparición del hambre en todo el mundo, en un plazo razonable, por ejemplo un par de décadas.

      Responder
      • J. Messerschmidt
        4 marzo, 2021 22:44

        Gracias por recordarme el catecismo. Entiendo su posición. El creer o no en algo, la convicción íntima, es muy respetable y, en cierta medida, se encuentra más allá de los argumentos. Por mi parte, soy plenamente consciente de que un cosmopolitismo cristiano no es realizable de un día para otro, pero ello no impide que lo considere benéfico y deseable, que vea en él un aspecto muy valioso de nuestra fe más primigenia. Igual que el ejemplo que usted me pone con respecto a la tragedia del hambre, la imposibilidad de eliminarlo a corto plazo no es motivo para que cejemos en el intento. Quizás el gran problema del cristianismo hoy en día sea que nos hemos vuelto demasiado «pragmáticos» y así, sabiendo que con nuestras propias fuerzas no podemos vencer a la injusticia y al pecado, los aceptamos primero pasivamente y luego incluso dejamos de verlos como manifestaciones del mal para terminar asumiéndolos como cosa normal, algo terrible. El concepto de Gracia Divina es algo que muchos católicos de hoy apenas conocen o entienden, cuando precisamente la confianza en ella es lo que debería darnos fuerza para luchar por fines difíciles de realizar, pero a los que nadie debería renunciar: es decir, la santidad en todas sus variadas manifestaciones. Un my cordial saludo.

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        • Estamos de acuerdo. Mi relativo escepticismo no es en ningún caso abandono o desidia -por algo, entre otras cosas, escribo aquí y publico donde y cuando puedo-.
          En cuanto a mi esperanza: total en Dios, mediana en el hombre, muy escasa o nula en quien cree poder cambiar el mundo con sus solas fuerzas.
          Cordialmente.

          Responder
  • José Herrera Valdés
    12 marzo, 2021 00:40

    Creo y espero que,en la nueva hornada episcopal,dada la edad de la prelacía,consagren obispos algo más combativos, pues,por desgracia,a la muerma y ensimismada mayoría actual,sólo le gusta de quemar incienso inútil,portar ostensiblemente el báculo y la mitra en liturgias de autobombo sin derecho a réplica y ser admirados en los menguantes baños de masas,pero rehuyen cobardemente los problemas,temáticas espinosas y vida pública que los saquen de su cómodo olimpito por conllevar conflicto.Es más:Algunos como el de Granada rehuyen el trato con su clerecía salvo que sean aduladores,bufones arribistas y otros de ese jaez.

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