Leo con fruición, asentimiento y preocupación honda el artículo de Rubén López Magaz intitulado La psicologización del hombre o la lucha por la libertad publicado en Forum Libertas el pasado 8 de marzo.
Pone de relieve un problema creciente en nuestro mundo, el de su psicologización, con el consiguiente paternalismo que lleva a la limitación, si no negación, de la libertad propia. Es nuestro mundo débil de libertad, débil de sentido, débil de ontología.
Y es que el problema, como pone de relieve el autor, no es de psicología sino de ontología, de la que debe estar en la base de toda buena psicología. Un hombre que ha renunciado a saber qué es tener nombre propio, ser persona, atomizándose en un mero punto que se mueve al albur de lo que siente en cada instante, sin discriminar, es carne de cañón. De sujeto de decisión se trastoca en objeto de manipulación.
Les recomiendo encarecidamente la lectura del artículo pues les dará que pensar y, si lo hacen con seriedad, les encomendará un quehacer, importante, muy importante.
En la reflexión personal a la que me llevó su lectura se fue dibujando ante mí un texto de Dostoievski. Un pequeño relato situado en el capítulo V del libro quinto de los Hermanos Karamazov: El gran Inquisidor.
Volví a releerlo y se re-presentaron ante mí tres palabras claves en el relato: Milagro, misterio y autoridad.
Milagro, misterio y autoridad
El gran Inquisidor se encuentra ante Jesús, súbita y momentáneamente de vuelta antes de su segunda venida y, tras apresarlo, monologa con él ya que este calla y mira.
Se lamenta el nonagenario cardenal sevillano de lo mal que lo ha hecho Cristo animando a los pobres y débiles hombres a ser dueños de su destino, a ejercer su libertad. Él, por su parte, lo ha hecho y lo hará mejor. Ha comprendido que hay que librarles de su libertad y, para ello, volver al episodio evangélico de las tentaciones de Cristo (Mt 4, 1-11) a fin de acoger lo propuesto por el diablo: milagro, misterio, autoridad. Palabras que recogen la triple receta que, subyugando la libertad, alcanzarán la salvación al género humano.
La psicologización de nuestro mundo
Vivimos solo de sentimientos superficiales y puntuales. Es el mal de nuestro tiempo. Somos hombres rotos. Lo sabemos.
El misterio de la existencia humana no estriba sólo en el vivir, sino en el para qué se vive -espeta el gran Inquisidor en un arrebato de lucidez. Y es que la naturaleza, la ontología, por mucho que se oculte, siempre luce.
Sabemos que somos hombres rotos, pero no nos gusta reconocerlo. Por ello, buscamos soluciones, remedios, recetas que acaben con los síntomas pensando que así acabarán con la enfermedad pues nos convencemos colectivamente de que lo revelado en la lucidez de nuestra insatisfacción y vacío es una suerte de sueño quimérico, bonita e imposible fantasía. No hay fines.
Milagro. El que nos otorgará la técnica de moda que nos suministrará el pan momentáneo que necesitamos. Buscamos el entrenador personal, el coach, el psicólogo “mindfulnessista”, la terapia grupal, el yogui que nos enseñe a evadirnos o el cura tictoquero que con sus “buenistas” consejos o sensibleras canciones nos haga “sentirnos bien”. Así, seguimos tirando.
Misterio. Necesitamos ángeles que nos recojan si nos caemos del pináculo de nuestro templo, el de nuestro sensiblero yo. Invocamos el misterio. Necesitamos fe. Pero no una con contenido que, además del sentimiento, implique nuestra razón y nos llame al compromiso vital. Queremos una fe que nos salve en los momentos de vacío. A saber, un reservorio de sentimiento. Un no se qué que me haga sentirme bien. Inventamos ángeles a los que invocar, ángeles sin mensaje, en vacuo lenguaje de frase Mr. Wonderful: Haz fácil lo difícil y posible lo imposible. Bonitos mensajes que nos llenan eximiéndonos de preguntar qué sea lo difícil o lo imposible.
Autoridad. Y, ¿cuándo no podemos evitar decidir? Entonces, el miedo nos invade. Así que, delegamos, buscamos a aquel que con su autoridad nos restaure nuestro sentimental reino decidiendo por nosotros. ¿A quién? A la socorrida moda, a los gurús de la tele, a los famosos, etc. Y, como no, también nuestro personal coach que elegirá por nosotros haciéndonos creer que somos dueños de nuestra elección instaurando así un sentimiento de libertad y de supuesta identidad ya que soy lo que elijo y elijo lo que siento.
Las mismas recetas tenemos en educación. Métodos, no fines que hagan sentir bien al alumno, proporcionándole un entretenido, por sentimental, aprendizaje a la carta que no enseña nada.
Somos sentimentalistas vacíos, hartos de estar vacíos que en vez de buscar un para qué, seguimos tirando, viviendo por vivir, soñando quimeras, sin asumir nuestra auténtica libertad, la única que nos puede encaminar a la sanación, no sin riesgo de perdición.
La libertad del cristiano y la psicologización de la Iglesia
No nos libramos los cristianos. También somos sentimentalistas. En nuestra oración buscamos recetas en vez de escuchar. Hablamos con las canciones que oímos y no con Dios. No soportamos el lugar y el tiempo de la escucha: el silencio. Nos recreamos en nuestros sentimientos dándoles nombre de persona: María, Jesús, Ruah, Abba.
Tenemos miedo a la libertad. Buscamos un supuesto acompañamiento en el que nos digan en todo momento qué hacer. Y los grandes inquisidores, que se van multiplicando, ejercen su autoridad creyéndose grandes padres espirituales. Y es que, como recuerda el gran Inquisidor, nada hay más seductor para el hombre que la libertad de su conciencia, pero nada hay tampoco más atormentador.
La libertad y el nombre del cristiano, ¿dónde quedan en este fideísmo sentimentalista y paternalismo dirigista que nos asola? Pregunta incómoda donde las haya. Mejor que responder, escuchar un testimonio impactante o acudir a la reunión de terapia de mi grupo. Allí, me siento bien.
El beso en la boca
¿Hay solución? Dostoievski la propone.
Jesús mira al gran Inquisidor y calla. De repente se acerca y le da un beso en la boca.
El beso en la boca, la solución. El amor que te llama a elegir, a construir tu vida en la intemperie. El que te lleva a recuperar la ontología, a recordar que eres un ser personal con sentimientos, pero también con razón y libertad.
Recuperar la ontología. Quehacer que solo podrá llevarse a cabo si nosotros, cristianos, vivimos del beso en la boca. Del encuentro profundo con el Cristo real que nos mira, besa y calla porque no sustituye nuestra libertad, sino que la pide.
Seremos, como bien concluye López Magaz, como el niño que en un paseo matutino sabe que nada teme porque va sostenido de las manos de su Padre, unas manos de las que no manarán psicología, sino un aire liberador que se expandirá hasta el rincón más escondido de nosotros mismos.
Dejémonos besar en la boca y transformar por y en Cristo en hombres libres y liberadores: sal y luz.
Somos sentimentalistas vacíos, hartos de estar vacíos que en vez de buscar un para qué, seguimos tirando, viviendo por vivir, soñando quimeras, sin asumir nuestra auténtica libertad Share on X