Es notorio y querido como una costumbre popular en general, y más concretamente de la tradición cristiana, que el mes de mayo está dedicado a la Virgen María. Por tal motivo se celebran en torno a Ella diferentes actos orientados a elogiar con gran delicadeza el culto mariano, destacando entre ellos las romerías. Según datos de la Conferencia Episcopal Española (CEE) 4.300 de las 12.300 ermitas o templos de nuestro país están dedicados a la Virgen María. La preferencia de nuestro país en la devoción a la Santísima Virgen María está íntimamente vinculada con la propia idiosincrasia de España, estando latente durante siglos. San Juan Pablo II, en su última visita a nuestro país en 2003, se despidió de la feligresía diciendo que «España, es tierra de María».
Las diferentes advocaciones a María, la madre de Dios, repartidas por toda la geografía española, invitan en el mes de las flores a peregrinar, con verdadero amor, a cualquiera de los santuarios ubicados en aquella. Es un momento acertado para participar en familia y/o en compañía de amigos en una práctica de gran raigambre piadosa, siendo también una oportunidad para dar las gracias por tantas y tantas cosas que, quizá, inmerecidamente obran en nuestro haber.
El culto y la devoción a la Virgen María viene de antiguo en la Iglesia católica, cuyo origen se debe a la divina maternidad referida a su hijo Jesucristo, quien a su vez le reservó un papel capital en la historia de la economía de la salvación. Los pasajes del Nuevo Testamento y la bibliografía cristiana preliminar, prácticamente hasta el Concilio de Nicea del año 325, son más bien sobrios en esta cuestión. Tendríamos que esperar al año 431, cuando tuvo lugar el Concilio de Éfeso, donde se declaró abierta y públicamente (como dogma de fe) que María es Madre de Dios, Theotokos en griego y Deípara o Deí genetrix en latín, para irrumpir de lleno en la contemplación mariana.
A la sazón, en el siglo XIV se introduce en el Ave María la segunda parte donde dice: «Santa María Madre de Dios», y en el Siglo XVIII se extiende su rezo oficial completamente a toda la Iglesia. Asimismo, el Papa Pío XI reafirmó este dogma en la Encíclica Lux Veritatis (1931), pero sería el Papa Pablo VI el 2 de febrero de 1974 quien, en el culto a Santa María, dedicó la Exhortación Apostólica Marialis cultus recordando que la devoción a la Virgen “es un elemento cualificador de la genuina piedad de la Iglesia» a la vez que se inserta “en el cauce del único culto que «justa y merecidamente» se llama «cristiano»» pues “en Cristo tiene su origen y eficacia, en Cristo halla plena expresión y por medio de Cristo conduce en el Espíritu al Padre».
La devoción a la Virgen María que, como sabemos, tiene tan profundas raíces en la vida de la Iglesia, está y ha estado lógicamente presente a lo largo de los siglos en sus hijos así como en numerosas instituciones eclesiales. En fin, tenemos la suerte de poseer una Madre como soporte de la cristiandad, que uniendo el cielo con la tierra, estando en puerto seguro bajo su atenta y tierna protección.
Tratar a Santa María es una forma amorosa y tangible de acercarse a Cristo, nuestro Señor. En este mes de mayo, y más aún en este año de la Misericordia, unámonos al sentir del Papa Francisco cuando nos persuadía, meses atrás, a meditar que “María, Madre de Misericordia, nos ayude a entender cuánto nos quiere Dios”.