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Max Weber y la ética en la política española

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El historiador, economista y politólogo Max Weber, considerado el padre de la sociología moderna, pronunció hace más de un siglo, en 1919, una conferencia bajo el título de “La política como vocación y como profesión”.

Entre otras cosas decía: “La política es participar en el poder o influir en la distribución del poder y ha de estar guiada por el idealismo, y, al mismo tiempo, por un frío cálculo de posibilidades más o menos maquiavélico”.

A la vista de muchos acuerdos y trapicheos que han seguido a las elecciones municipales y autonómicas del 28- M en España parece muy constatable que los fríos cálculos impregnados de maquiavelismo de los que hablaba Max Weber han estado al orden del día en aras de conseguir poder.

Lo escrito por el autor de “El Príncipe” a inicios del siglo XVI se queda corto ante muchas filigranas de políticos actuales. Debería irse aún más allá y ver al Fausto de Goethe vendiendo su alma al diablo, Mefistófeles, con tal de conseguir lo deseado.

En no pocas poblaciones en que se daba por supuesto que uno/a sería alcalde o alcaldesa por haber ganado las elecciones con rotundidad, aunque no alcanzara la mayoría absoluta, en el último momento le han dado la vuelta por pactos de otros grupos contra el ganador/a.

Hay casos de candidatos que quedaron al borde de la mayoría absoluta, alcanzando un gran éxito electoral, y han sido aparcados porque todos los demás, que se habían hundido en votos, se han sumado contra el ganador.

Lo han practicado sin el menor rubor los de derechas y los de izquierdas, los nacionalistas periféricos y los constitucionalistas. Y también los populistas de otros grupos o de la línea de Pablo Iglesias que acusaban a otros políticos de ser “casta” y cuando han entrado en las instituciones han demostrado que ellos son, como mínimo, tan casta como los demás. Con un agravante añadido, que todos se rasgan las vestiduras acusando a otros de una acción horrible con sus pactos en un determinado municipio o Comunidad Autónoma, y los mismos que lanzan el grito al cielo han hecho lo propio en otros lugares.

De risa y de pena es la actitud ante aquella propuesta en principio razonable de que sea alcalde el candidato más votado… siempre que sea el mío.

En su conjunto es claro que los partidos actúan en función de sus intereses, no pensando en el ciudadano.

Están ahí los intercambios del quid pro quo (¿a cambio de qué? ¿qué me das?). Si uno puede obtener más sillas, más cargos, más prebendas, todo vale. Se comprueba aquello de que los intereses hacen extraños compañeros de cama. Y, en todo ello, no se piensa en el bien común.

Los nuevos alcaldes y presidentes de Comunidades Autónomas son perfectamente legítimos, aunque hubieran quedado por debajo de otros en la votación ciudadana, puesto que en los Consistorios o Parlamentos respectivos han conseguido más votos de concejales o diputados. Está dentro de la ley.

Cosa distinta es si es ético lo realizado en muchos lugares. Se ha demostrado una vez más que se separa la ética y la política y, entonces, todo vale. Que un asunto sea legal no necesariamente implica que sea honesto.

Aunque sea de un orden muy distinto no podemos dejar de recordar el caso tan claro del aborto. Seguirá siendo un crimen por mucho que lo hayan legalizado e incluso declarado un derecho.

Se ha demostrado una vez más que se separa la ética y la política y, entonces, todo vale. Que un asunto sea legal no necesariamente implica que sea honesto Share on X

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