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¡Más John Ford y menos Netflix!

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El cine es el arte más representativo del siglo XX y el que ha tenido mayor influencia en la cultura de masas. Se ganó la condición de “séptimo arte” gracias a grandes maestros que convirtieron la reproducción de imágenes sobre una pantalla a 24 fotogramas por segundo en una creación tan elevada como la pintura, el teatro o la poesía, capaz de integrar elementos de todas ellas. Entre los grandes maestros del cine destaca el director estadounidense John Ford, en opinión autorizada de la mayoría de sus colegas. También es el representante por excelencia de un tipo de cine clásico que sabe conjugar la descripción realista de la condición humana con una visión idealista de la vida y el mundo.

Su carrera como director comienza en 1917 y se prolonga durante medio siglo, que incluye la época dorada del cine estadounidense. Ford logró aunar a su genio creativo una gran popularidad de sus películas. La filmografía de Ford está llena de escenas de una belleza sublime, no sólo en su forma sino por la profunda autenticidad de lo que retratan.

Hoy el cine ha perdido su antiguo esplendor, en parte por la desaparición de los grandes maestros y en parte también por la competencia de las series, que en pocos años se han convertido en un artículo de consumo masivo. La narrativa audiovisual tiene una gran influencia en la configuración de estilos de vida, modos y valores, especialmente entre la gente joven. Netflix, como paradigma de las series, se ha convertido en la correa de transmisión en la cultura de masas de las nuevas ideologías. Netflix retrata sin miramientos el tipo humano posmoderno, y haciéndolo conecta con el público que se ve identificado, reafirmando aún más los rasgos característicos de ese tipo humano.

En las series encontramos a menudo personajes con poca consistencia psicológica y moral, que cambian de un capítulo a otro en función de la conveniencia del hilo argumental y de sus inclinaciones descontroladas e imprevisibles. Tipos humanos posmodernos, ¡demasiado postmodernos! A diferencia de los personajes de las películas de Ford, que quedan muy bien definidos, a pesar de encarnar caracteres complejos y de gran riqueza personal. Ford tiene una debilidad por los personajes nómadas, solitarios, a veces fuera de la ley, pero que aún así participan de esa antigua aristocracia moral.

Ford tiene una visión idealista del mundo, lo narra tal y como cree que debería ser. En sus películas abundan figuras que han desaparecido en la narrativa posmoderna: mujeres y hombres capaces de sacrificar su pasión amorosa por una causa superior; personas que, con coraje y determinación, ligan su destino y su libertad a metas nobles; hijos que profesan respeto, obediencia y admiración hacia sus padres; individuos que a pesar de haber sido maltratados por las circunstancias de la vida, no por eso pierden su dignidad y su entereza.

Mientras en las series de nuestros días abundan las historias inverosímiles, las tramas argumentales sofisticadas, John Ford decía que le gustaban las historias simples y claras. Pero la realidad es que el cine fordiano sabe expresar con gran sencillez sentimientos e ideas muy complejas.

Se ha clasificado a Ford de autor conservador, pero en realidad es muy crítico con el orden y la armonía sociales cuando éstos son postizos. Es partidario de las tradiciones vivas, no de las convenciones hipócritas. Por ejemplo, los protagonistas de «La Diligencia» son un perseguido por la justicia y una antigua prostituta que ha sido expulsada del pueblo por las puritanas de Liga de la ley y del orden. Ambos aspiran, pese al peso de su pasado y las dificultades presentes, a una nueva vida digna. Cuando Ringo (John Wayne) ve a Dallas (Claire Trevor) cogiendo en brazos al recién nacido de la mujer a la que ha asistido en el parto, sabe que quiere casarse y crear con aquella una familia.

El cine de Ford exalta y representa maravillosamente bien la vida familiar, la importancia de sus rituales en comidas, oraciones, nacimientos, defunciones, noviazgos, bailes o las despedidas de los hijos que se marchan lejos de casa. Familias que viven en tiempos difíciles. “Qué verde era mi valle” narra la desintegración de una comunidad minera de Gales a finales del siglo XIX, y de una de sus familias, no por disputas internas, sino porque unos mueren en la mina y otros emigran a América en busca de una vida mejor. “La uva de la ira” es la historia de una familia de campesinos de Oklahoma expulsada por los bancos de sus tierras en la época de la gran depresión, y que vive su particular odisea, road movie diríamos hoy, hacia la tierra prometida de California.

Son películas que narran historias tan reales y auténticas como las de las miles o millones de personas que vivieron en las épocas y lugares en los que están ambientadas. Historias sobrias y al mismo tiempo con los sentimientos a flor de piel. Con mucha nostalgia, pero sin que ésta prime sobre una visión positiva ante la vida. La canción de “El valle del río Rojo” al son del acordeón en “La uva de la ira” condensa muy bien el tono existencial del cine de Ford. Son películas que te ensanchan el espíritu, te transmiten el deseo de ser mejor persona. No es la sensación que suele quedarte cuando acabas de ver un capítulo de Netflix.

Para este nuevo año, en casa menos Netflix, más John Ford y más cine del bueno. Sus hijos primero se resistirán. Pero después se lo agradecerán.

Publicado en el Diari de Girona, el 10 de enero de 2022

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