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El más excelso poder de la oración

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¿Que Dios no te da? Pides mal. Ten en cuenta que, cegados por el devenir de la vida y el falso reconocimiento del mundo con sus espejismos, dejamos de ver y centrarnos en lo esencial, lo necesario, y vivimos del cuento deslumbrados por nuestros propios sueños o los que nos fabrican los demás; proezas y más proezas, juegos de nada, humo baladí. La gran proeza es esta: ser cristiano de una pieza y sin doble fondo, eso es, creer en Jesucristo y seguirlo a ciegas (Cfr. Jn 6,27-29). A ciegas, que es cuando se demuestra de verdad la confianza que le tenemos a nuestro Maestro que hace cabeza. Todas las personas pueden fallarnos y de hecho nos fallan, pero Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, no nos ha fallado ni nos fallará nunca: es “el Amigo que nunca falla”, dice el saber popular. Porque es Dios y sabe mejor que nosotros lo que necesitamos (nosotros, no). El principal don de la oración es precisamente eso, el abandono en manos del Omnipotente, creyendo contra toda evidencia y esperando contra toda esperanza, porque Él es el que Es. A veces parece que el firmamento se nos caiga encima y el mundo se hunda, pero es precisamente cuando más debemos cerrar los ojos y nuestros receptores cerebrales, tan humanos y necesarios en los temas humanos, pero tan aniquiladores en los juegos divinos; y creer que es entonces cuando más avanzamos abrazados y sostenidos por el Todopoderoso. “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?” (Sal 27,1). Todo lo material y todo lo que comporta lo material, y también todo el mundo inmaterial (que no vemos) está “contenido” en el contenedor inmaterial del tiempo y en él se desarrolla, aunque no veamos el tiempo; y el tiempo, y con él todo, está sometido al poder magnificente del Creador, por más que nosotros no podamos llegar siquiera a atisbar la vida inmaterial, que es la que “sostiene” el mundo creado (tanto material como inmaterial). A ese lugar “fuera” que en realidad es dentro es a lo que llamamos eternidad, donde habita Dios, eso es, sin tiempo, teniéndolo todo (por tanto la Historia) bajo su mirada y su poder, y hasta conteniéndolo, porque Dios lo es Todo. Así, solo Él domina las leyes de la vida (material e inmaterial), de sí mismo por su propio ser, y por este motivo nosotros estamos bajo su poder y voluntad. Lo único que Dios nos pide es que caminemos adelante haciendo lo que está en nuestras manos con confianza, ajenos a los vaivenes del tiempo y seguros de que todo se resolverá según su voluntad, que es lo mejor que podemos desear. Porque Él lo es Todo. Y en Él lo somos todo.

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