“Derogar al Sanchismo”. La idea que rige en este rentable eslogan electoral del PP es que el problema está concentrado en Sánchez y su equipo, en el partido, pero que el PSOE es otra cosa.
De esta manera, Núñez Feijóo también intenta acentuar su posicionamiento electoral más centrado, una exigencia del guión electoral, más cuando Rodríguez Zapatero, real portavoz de la campaña, ya ha señalado que el problema no es una posible alianza con VOX, sino que es el propio PP quien encarna todos los peligros para la democracia.
De esta manera, el expresidente de amargo recuerdo, sacado del armario por el Sanchismo (y esto es ya un indicador de cómo van de recursos humanos), enmienda una estrategia errada, una más, de los gubernamentales, que con este discurso perdieron en Andalucía y Valencia, y alientan un determinado voto al PP para que no progresen los de Abascal.
Pero hace algo más, mucho más grave, que es una constante de la actual versión del PSOE: demoniza a su alternativa, la declara incompatible con la democracia y se proclama juez máximo de las credenciales demócratas en una sola tacada… si funciona. Y eso ya falta poco para verlo.
Lo que sí ya está visto es que el socialismo democrático, el que pudo representar para mucha gente Felipe González, capaz de tener una posición inclusiva con quienes son oposición a él, ya no existe.
Quien removió al partido y lo llevó otra vez al poder fue ZP, y quien lo ha sucedido después de la estruendosa derrota de aquel, a causa de su increíble incapacidad para hacer política de estado, ha sido Sánchez.
Este es el partido socialista del siglo XXI.
El que ha cambiado su papel político en el conflicto del modo de producción por el conflicto en el modo de vida, que hace del sexo y todas sus derivas el eje de la política (aborto, políticas de género, ley trans), bajo el falsario discurso de los “nuevos derechos”, que culmina el paradigma de la cultura de la desvinculación basada en la realización de las pulsiones del deseo.
Que parten, y eso no es nuevo; es una herencia marxista, de su supremacía moral ante cualquier proyecto de sociedad que no sea el suyo, que tiene como segunda derivada en la que estamos instalados, el descarte de la legitimidad de las alternativas a su planteamiento.
Sánchez no ha hecho más que profundizar en aquel camino.
Ha llevado a sus máximas consecuencias su alianza con ERC y Bildu, que reeditará a poco que le den de sí los votos. En este caso, los republicanos catalanes deben sobreinterpretar su papel de radicales independentistas de la mano de Bildu, un desastre para los que concebían la política catalana en otros términos, y que siempre han desconfiado del nacionalismo vasco, y no digamos ya de Bildu.
el PSC se convertirá con diferencia en la primera fuerza política de Cataluña, y el reducto socialista de España si Sánchez es derrotado
Pero ERC ha perdido en las pasadas elecciones una parte importante de su electorado, hecho que se repetirá en las actuales en beneficio del PSC, que se convertirá con diferencia en la primera fuerza política de Cataluña, y el reducto socialista de España si Sánchez es derrotado. Por esta causa, cree que gana credibilidad de la mano de Otegui, que se deja querer porque se ha convertido en el faro que guía a un partido, ERC, que casi le triplicaba en número de escaños en la pasada legislatura. Menuda habilidad estratégica la de Junqueras y los suyos. En definitiva, un pésimo negocio para ERC, que contrasta con la mejora electoral de Bildu, en perjuicio del PNV.
No, no habrá una reconfiguración socialista sin una gran catarsis, que solo se produciría con un resultado extremadamente malo: 100 diputados o menos, que las encuestas no señalan. Simplemente, lo más probable es que haya más de lo mismo.
¿Y el PP?
En este escenario, y en función del resultado, lo más probable es que el PP repita, con algún matiz, y tancredismo de Rajoy y deje asentada la legislación socialista; en el caso del aborto esto parece asegurado ya antes de empezar, y por poco que le den los resultados, jugar a un centro de cultura desvinculada, parecida a la de los socialistas, y a una política económica más liberal, dejando la oposición de Vox a su derecha, y la de un PSOE semejante al actual, a su izquierda, con la misión de pactar cuestiones económicas con VOX y las de cultura moral y antropológica con el PSOE. Esto es una ilusión del grupo mayoritario del PP, aceptable por el partido si significa poder.
¿Y VOX?
VOX no forma parte de la solución a este difícil escenario, porque la bondad de sus posiciones sobre la vida, y la familia, une radicalismos que difícilmente le permitirán superar nunca la cifra del 20% de los votos.
Está lejos de la madurez política de Meloni y los Fratelli, y carece de la capacidad social de penetrar en la clase trabajadora del Reagrupamiento francés, pero espanta a muchos católicos como este, y aleja a autonomistas con sus posiciones tan incompatibles con el principio de subsidiariedad y la Constitución.
Son posiciones que no van a prosperar nunca porque no tendrá la mayoría necesaria para modificar la Constitución. Los mantiene porque le sirve de emblema, no de proyecto, asemejándose en su centralismo al liberalismo histórico español, el que provincializó España y la uniformó, contra la concepción tradicional y tradicionalista. En este plano, VOX es una reencarnación del liberalismo de las Cortes de Cádiz, uniforme y centralista.
Ante este escenario, el voto católico, junto con asegurar la exclusión de Sánchez del gobierno, solo puede guiarse por el criterio del mal menor, totalmente convencido de lo que realmente necesita esta sociedad, lo que necesitamos, todavía no existe, y hay que construirlo.
Lo que sí ya está visto es que el socialismo democrático, el que pudo representar para mucha gente Felipe González, capaz de tener una posición inclusiva con quienes son oposición a él, ya no existe Share on X
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“Ante este escenario, el voto católico, junto con asegurar la exclusión de Sánchez del gobierno, solo puede guiarse por el criterio del mal menor, totalmente convencido de lo que realmente necesita esta sociedad, lo que necesitamos, todavía no existe, y hay que construirlo.”
Muy cierto, lo bueno todavía no existe y hay que construirlo. Pero no será en el Parlamento dónde se construya. El voto católico hay que darlo al bien, nunca al mal menor, porque el mal menor, cuando accede al poder, acaba empapando a toda la sociedad y se convierte en un gran mal. Como muestra, ahí está la cuestión del aborto voluntario. En España se instauró como un mal menor allá en 1985. Ahora es un mal absoluto protegido como un derecho. En Francia también se coló, con la ley Veil de 1975, como un mal menor para ir creciendo en malignidad hasta el punto de que el presidente Macron haya propuesto, poniendo cara de bonachón, que esta barbaridad se incluya nada menos que en la Carta de Derechos Fundamentales de la UE.
En mi opinión personal, puesto que ningún partido de los proclamados por la Junta Electoral está en condiciones de representarlo, el voto católico debería ser un voto NULO, que es el único voto que no favorece a nadie.
Me parece que las únicas alternativas, están en la derecha, fijándose en el candidato de cada provincia, menos malo. Tenemos un nivel muy bajo, de políticos, vendidos a las agendas globalistas y pseudoculturales, incapaces de dirigir una comunidad de vecinos, sin chupar comisiones.
El trabajo debe ser transversal, desde diferentes ámbitos, para que el futuro de nuestros hijos no esté tan alienado y puedan tener un espíritu critico, fuera del aborregamiento general que han provocado las nuevas tecnologías y sus redes sociales.
«En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.» (Mt.25, 40). No es comparable el contribuir a salvar aunque sea la vida de uno sólo de los más pequeños, que el no seguir el principio de subsidiariedad. Por lo tanto el voto nulo, dejando de apoyar a quienes podrían contribuir a salvar esa vida, no me parece que sea una actitud congruente para ningún católico.
Coincido con Diógenes. Además de los temas mencionados en el artículo, hay otros a los que los católicos desgraciadamente damos la espalda, que son de máxima importancia y también deben contar a la hora de votar: justicia social, medio ambiente, política internacional.