Más allá de la atracción sexual existe una promesa: la del amor verdadero, que trasciende lo meramente físico y temporal. Una promesa que desborda y promete plenitud.
El cuerpo humano, un don
San Juan Pablo II nos invita a entender el cuerpo humano como un «don fundamental», un signo visible de una realidad invisible: la capacidad de amar y ser amados.
El cuerpo, en su estructura y significado, tiene un lenguaje propio, un «lenguaje de apertura y participación».
Cuando este lenguaje corporal se vive en verdad, manifiesta una entrega sincera y total de la persona; pero cuando se distorsiona o se reduce al placer egoísta,
se puede «mentir con el cuerpo», al igual que se puede mentir con las palabras.
Así, el cuerpo, que está destinado a expresar el amor, puede también expresar falsedad y manipulación si no se vive en autenticidad.
Pero ¿coincide esta realidad con la falsa fundamentación social del sexo como principio y fin de todo?
Habitar el «espacio interior» del otro
Uno de los conceptos clave para entender mejor de qué va esto es la «unidad originaria», donde el hombre y la mujer son creados para vivir en comunión, reflejando la imagen de Dios en su capacidad de amar y de unirse.
Esta comunión no es solo física o emocional, sino espiritual y total, una unión en la que cada persona es invitada a habitar el «espacio interior» del otro. Es decir, el amor verdadero no se limita a una simple atracción física, sino que busca integrar todos los aspectos de la persona, participando en su vida, comprendiendo su interioridad y ayudándola a crecer en plenitud.
Socialmente, se nos invita a vivir la relación de pareja sólo bajo el prisma de la atracción sexual. Pues vivimos inmersos en una cultura que prioriza el placer inmediato y la superficialidad.
La música, el cine, el ocio en general suelen reducir el amor a una cuestión de satisfacción física, promoviendo el deseo infecundo por encima del amor. Se ignora la dimensión integral del amor que incluye el compromiso y la entrega total.
La atracción sexual, en el contexto correcto, es un paso en un camino más profundo hacia el amor.
Aunque el sexo pueda sugerir una promesa de felicidad, esa promesa no puede mantenerse si se queda solo en lo físico.
En cambio, cuando el amor descubre a la persona en su totalidad, afirma su dignidad y es capaz de pronunciar un «sí» definitivo y para siempre. Es en este compromiso total donde la atracción inicial alcanza su cumplimiento, porque no se reduce a la búsqueda del placer momentáneo, sino que se convierte en una entrega sincera y fiel.
Un amor creativo
El amor, tal como lo describe San Juan Pablo II, tiene un poder creativo: «une lo que está separado, lo amplía y lo enriquece». Al unir a dos personas en una relación auténtica, el amor amplía sus horizontes y enriquece sus vidas, haciéndolas participar mutuamente en su mundo y en su historia personal.
Este amor, además, no se cierra sobre sí mismo, sino que se abre a la posibilidad de la vida, tanto en el sentido literal de la procreación como en el sentido espiritual de generar un bien mayor en la comunidad y en el mundo.
La promesa del amor verdadero es, por tanto, una promesa que desborda las expectativas iniciales de la atracción sexual.
¡Qué no te la cuelen! El cuerpo humano, en su verdad más profunda, está llamado a ser el medio por el cual esa promesa de amor se manifiesta y se realiza, conduciendo a los seres humanos hacia su vocación más alta: el amor total y definitivo.