En Madrid, el Orfidal (tranquilizante-ansiolítico) ha conquistado los botiquines y las rutinas de miles de ciudadanos.
El Orfidal, junto con otros fármacos de la familia de los hipnosedantes, ha pasado de ser un tratamiento puntual para trastornos de ansiedad a convertirse en una vía de escape emocional cada vez más común, sobre todo entre jóvenes y adultos.
Según datos recientes, uno de cada cuatro madrileños ha consumido hipnosedantes en el último año, una cifra que dobla ampliamente el número de personas que afirman haber fumado cannabis (menos del 10 %).
Mientras que hace unos años el consumo recreativo de cannabis era el foco de atención de campañas de prevención y debates sociales, hoy el protagonismo lo asumen medicamentos como el Orfidal (lorazepam), el Trankimazin (alprazolam) o el Lexatin (bromazepam).
Fármacos diseñados para tratar episodios puntuales de ansiedad, insomnio o estrés severo, pero que, mal usados, pueden derivar en dependencia y consecuencias graves para la salud.
Un fenómeno silencioso
Lo más llamativo es que este consumo masivo de ansiolíticos no se da en los márgenes del sistema sanitario, sino en su epicentro.
Muchos de estos fármacos llegan a los pacientes a través de recetas firmadas por médicos de atención primaria, convertidos —en ocasiones sin quererlo— en prescriptores sistemáticos de sedantes ante la avalancha de consultas por malestar emocional.
La ansiedad, el insomnio y la angustia son síntomas cada vez más frecuentes en las consultas, y no los médicos tienen tiempo para atender como se debería a cada paciente. Prescribir un ansiolítico puede parecer la solución más rápida.
Pero además del canal médico, existe un mercado negro de estos medicamentos. En plataformas de compraventa de segunda mano, foros y redes sociales, es posible encontrar anuncios de Orfidal o Trankimazin a precios accesibles, sin necesidad de receta.
Madrid es una ciudad donde el acceso a hipnosedantes es fácil, rápido y cada vez más normalizado.
Jóvenes y pastillas
Aunque tradicionalmente se ha asociado el consumo de esto productos a personas mayores, los datos más recientes revelan un cambio generacional preocupante.
Cada vez más jóvenes, especialmente mujeres entre 18 y 35 años, recurren a estas sustancias para afrontar la presión académica, laboral o emocional. En muchos casos, combinan su uso con alcohol u otras drogas, lo que multiplica los riesgos.
Los especialistas advierten que este patrón de consumo es especialmente peligroso en etapas de desarrollo, ya que puede interferir en la formación de la personalidad, generar dependencia y dificultar el aprendizaje de habilidades para gestionar el estrés de forma saludable.
Una crisis de salud mental
El auge del Orfidal no es un fenómeno aislado, sino el reflejo de una sociedad que vive en un estado de nervios permanente.
El estrés laboral, la precariedad, la soledad, la hiperconectividad y la falta de acceso a terapias psicológicas gratuitas o asequibles están detrás de esta epidemia silenciosa. La respuesta farmacológica, aunque útil en situaciones concretas, se convierte en un parche que no resuelve los problemas de fondo.
Mientras tanto, el sistema de salud pública arrastra largas listas de espera para psicólogos, y la atención primaria sigue saturada. Ante esta falta de alternativas, muchos ciudadanos acuden a la pastilla como única vía de alivio.
¿Qué se puede hacer?
La solución pasa, según los profesionales de la salud, por reforzar los recursos de salud mental en la sanidad pública, mejorar la formación de los médicos en psicoterapia breve, regular de forma más estricta la venta de estos medicamentos y, sobre todo, promover una cultura del cuidado emocional no farmacológico.
Porque si la «pastillita» es la única respuesta que tenemos al malestar contemporáneo, quizás es momento de preguntarnos qué está fallando en el sistema.