Desde el mismo momento de su constitución por Jesucristo, la Iglesia ha debido afrontar grandes retos, y nuestro siglo no escapa a esta necesidad que solo terminará con la propia historia humana. La Iglesia se fundamenta en el seguimiento de una persona, Jesucristo, que no dejó una especie de manual religioso, sino la palabra viva de Dios y el testimonio de sus hechos, explicados por hombres inspirados por Él, que lo vivieron directamente o de primera mano. Esto son los evangelios y las epístolas que contiene el Nuevo Testamento. Su establecimiento canónico fue ya un esfuerzo histórico, como lo fue otro desafió: responder a la cuestión central de quién era Jesús y qué comportó diferencias nada menores, que hoy, aunque ya marginales, subsisten como restos de un pasado. La Iglesia podía haber sido arriana, tal fue la fuerza de esta herejía en parte de la misma y en el cuerpo episcopal.
No de todos los desafíos salió bien parada. La separación de la confesión ortodoxa, primero, y sobre todo las confesiones reformadas, y el protestantismo, después, dejo dolorosas huellas.
Si se observa bajo la perspectiva histórica, se verifican dos hechos. La Iglesia, el catolicismo sufre, en ocasiones, desafíos tan extremos que parece a punto de desaparecer. Así sucedió con el arrianismo y, más tarde, a inicios del segundo milenio, cuando situada en espacio europeo de la Iglesia latina, estaba triplemente asediada por el Imperio bizantino en el sureste, los musulmanes en el sur y desde el norte y el centro de Europa, por potentes pueblos todavía paganizados, como bien explica Tonybee en su monumental Estudio de la Historia. Pero, Bizancio no culminó su intento, el Islam fue progresivamente derrotado y expulsado, y los vikingos devinieron normados conversos, mientras algo parecido sucedía en el este de Europa. Posteriormente, el protestantismo y anglicanismo redujeron el espacio y la demografía católica a una mínima dimensión. Pero, el resultado de todo ello fue siempre la mejora cualitativa y la expansión. En este breve repaso es imposible no designar el gran desafío que entrañó el advenimiento liberal, fruto de la Revolución francesa, y su vástago, la modernidad, que dio lugar al periodo más sangriento de la vida europea, que culminó con la I y II Guerra Civil Europea. Todo eso daño el sentido religioso de la gente, sobre todo en Europa.
La respuesta católica siempre se basa en los mismos vectores de fuerza: continuidad apostólica, entendida en un doble sentido: el de la continuación interrumpida con los Apóstoles y la primacía de Pedro, y también apostólica, que en su acepción latina que, como señala James Mallon en La Renovación Divina, tiene como equivalente el verbo mittere, del que procede la palabra misión. Un apóstol es un misionero, nos dice Mallon. La Iglesia es misionera o no es. También son vectores constantes y esenciales, la construcción de su enseñanza, su magisterio, basado en la interpretación del legado de Jesús desde la tradición. No sabemos si tenía en mente a la Iglesia cuando MacIntyre repensaba la tradición, como la capacidad de trasmitir los acuerdos fundamentales, sin alterar su fondo, que es su condición de fundamento, mediante una continuada pugna con otras interpretaciones internas y la competencia de otras tradiciones externas.