La Filosofía es algo que debería interesar con carácter general, por la sencilla razón de que son las ideas lo que mueve el mundo, y quien no conoce esas ideas motoras corre el riesgo de encontrarse a merced del mundo si no dispone al mismo tiempo del sólido asidero de unos principios morales, éticos o religiosos.
El hecho de que hoy prácticamente nadie se interese por la Filosofía y, al mismo tiempo, unos principios claros en el terreno de la moral, la ética y la religión sean un bien cada vez más escaso, parece indicar que el hombre, en general, ha abdicado ante el mundo, ha aceptado dejarse conducir dócilmente por lo que los italianos en la Edad Media llamaban lo Stato, es decir, lo establecido – de donde viene nuestra palabra Estado – y por lo que hoy llamamos el stablishment, que significa exactamente lo mismo; en una palabra, parece que el hombre ha aceptado limitar en buena medida el alcance del ejercicio de su razón, porque debe resultar más cómodo dejarse llevar que esforzarse por comprender, puesto que comprender exige finalmente adoptar una postura, y eso resulta incómodo.
Alguien, quizá todavía en uso de sus facultades razonadoras, puede decirme que no son las ideas lo que mueve el mundo. Yo invitaría a ese alguien a observar a su alrededor y a meditar sobre la sucesión de los acontecimientos. Hegel propone su teoría; Feuerbach hace lo propio; Marx toma la teoría de Hegel y la reconstruye con la de Feuerbach, y el marxismo cambia el mundo. A su vez, algunos socialistas italianos hacen su propia traducción de Hegel y fabrican el fascismo. De repente, Hegel ha transformado el mundo a través del comunismo y el fascismo, a través de ideas.
Pero Hegel no hubiera existido sin el caos provocado por Fichte y Schelling, y éste no se habría producido sin el debate sobre las conclusiones de Kant, y Kant no hubiera dado lugar a ninguna conclusión si no hubiese leído antes a Swedenborg, a Rousseau y a Hume, pero Hume no hubiera producido nada si antes Descartes no hubiese generado las especulaciones de Spinoza, Locke, Leibniz, Malebranche y finalmente Berkeley; y Descartes, a su vez, tal vez no hubiera escrito nada si no hubiera leído a Montaigne, y el escepticismo de Montaigne quizá no hubiera existido sin el moralismo de Erasmo y Cusa y sin el misticismo de Eckhart, y estos últimos probablemente no hubieran dejado rastro en la historia si Ockham no hubiese emprendido su cruzada contra el tomismo…
Son las ideas lo que mueve el mundo, y para alguien que pretenda mantener su independencia – al menos en el pensamiento – resulta muy conveniente el conocimiento del desarrollo de esas ideas a través de la historia y contemplar, por ejemplo, el conjunto de despropósitos perfectamente encadenados que, desde el nominalismo del siglo XIV, nos han conducido, pasando por la Modernidad, a lo que hoy llamamos posmodernidad, auténtica hez del pensamiento humano.
La cultura occidental, es decir, básicamente su pensamiento, ha sufrido una degeneración que sólo puede calibrar quien conozca de dónde viene y dónde ha llegado, y ante esa degeneración caben dos posturas: la rendición o la resistencia. La primera es la más cómoda y la que parece haber escogido la inmensa mayor parte de la población de Occidente; la segunda es más comprometida y más difícil; por lo menos requiere el esfuerzo de intentar comprender; pero es la única postura digna de quien no ha dimitido como ser razonable.
Para ayudar en esa empresa de la comprensión, me permito recomendar un libro que no tiene precio: La unidad de la experiencia filosófica, de Étienne Gilson, publicado en España en 2004 por Ediciones Rialp.
Suerte.