No es moco de pavo, aunque estamos de mocos de pies a cabeza. Nos rondan y asedian por los cuatro costados “expertos” y “autoridades” que sentencian a la par de aquellos pájaros que revolotean a nuestro alrededor con sablazos que son pretendidamente “consejos” y que fingen ser desinteresados y altruistas, pero que nos dejan como gato escaldado, a pesar de que insisten por diestro y siniestro en que “la intención es buena”. “¿No serás tú el equivocado?”, te propinan, y se quedan tan frescos con su pequeño mundo de podredumbre cual niñato malcarado que sigue jugando a sus castillitos cuando su madre le reclama ir a ducharse un día de cada día antes de la cena.
Sin duda, una de las contradicciones de nuestro tiempo es la limpieza. Como tenemos una vida regalada de aparatos tecnológicos que nos hacen creer que dominamos el mundo, actuamos como pequeños diosecillos que pretenden someter esas contradicciones (de lo cual se deriva el pretender someter al prójimo, gobernándolo a gusto), cuando en realidad nos están dominando ellas a nosotros… y estamos perdiendo al prójimo que martirizamos.
Deberíamos aceptar la realidad de la vida, que es que todos somos hermanos, miembros de un entorno variante y lábil que, como se demuestra por tantas calamidades naturales o provocadas como los incendios de Los Ángeles, es sumamente ingobernable por estar por encima de nuestras capacidades, que se limitan a mitigar asperezas de aquéllas. Lo prueba que cada nuevo descubrimiento abre nuevos campos de estudio jamás sospechados. No aceptar la realidad tiene como consecuencia las pandemias de salud, de radicalidad, de soberbia, económicas, sociales… (¿cuántas más podríamos añadir?) que nos están asolando.
Ampliar el campo de visión
Fijemos la atención a una de esas afrentas de lo más cotidiano. Hasta que no tengamos arraigada de manera transversal la cultura del “agua y jabón”, las pasaremos magras. En Japón nos llevan la delantera. Aquí, entre nosotros, ¡los hay que no tocan el jabón en días! ¿Acaso una ducha de un minuto da para enjabonarse? ¿De verdad nos enjabonamos, o solo nos pasamos un chorro de agua sobre las vergüenzas? Hacerlo, no solo escampa la mugre, sino que además luego olemos a tigre, por más colonias que se ponga uno (con estantes repletos de ellas) vistiendo como un señor, lo cual no hace más que acentuar el mal olor.
El pelele se deja llevar…, y luego aún tiene morrón de plantarle cara al que cuida su carcasa, por tronada que la tenga. Constatamos por todas partes que la cultura actual es “hacer lo que hace el rebaño”, y no aquella que debería implantarse de niño en la familia y en el colegio (empezamos por no tener familias y continuamos con colegios que difunden atrocidades en nombre de la “inclusión”). Si tales son las consecuencias, ¿por qué no se hacen campañas de concienciación verticales y transversales, y las arrancaríamos de raíz? Lo que se gastara de agua y jabón por un lado, se ahorraría por todos lados, y la educación haría progresar la sociedad más que el aparentar que estamos sufriendo.
Parece que sea una señal de clase, e incluso de finolis o esquizofrénico. Ya sabemos que todo lo podemos dorar, como aquello de pretender sacar la mota que nos parece descubrir en el ojo del hermano porque no nos deja ver bien la viga que tenemos en el nuestro. La autoafirmación que no falte, y el orgullo que nos infle y nos haga parecer a ojos del inocente lo que no somos… y por ello nos separamos del que nos tiene bien conocidos, a quien odiamos. ¡Si incluso hay entornos que fomentan la mugre como virtud antitética de rebelión subversiva!
Más que visión, decencia
Al llegar a casa de la calle conviene aplicarse con el agua y jabón, lo mismo que después de ir al baño (sin dejar restos en la toalla y sin llevarse al inodoro el teléfono), lo mismo que cuidar de no compartir en exceso con las mascotas, ni espacio, ni comida, ni rebañarse con ellas. Lavarse las manos enteras (frotando palma y dorso al menos diez segundos, a poder ser treinta, dicen en Sanidad) con agua y jabón, es lo que marca la diferencia. No chuparse los dedos a todas horas, desinfectar fruta y verdura antes de comerlas, y no comer sin lavarla la comida que nos ha caído en el suelo. No son manías, son diligencias que en casos graves conviene complementar con desinfectante… y no olvidarse de lavar a menudo la ropa, que no raramente nos avisa con su mal olor del mal estado en que la tenemos, encerrada en el armario sin la suficiente ventilación, por más perfumada que la tengamos. Caso dramático es la actual ubicuidad de las relaciones sexuales descontroladas y por tanto insalubres.
Ya allá por la década de los ’20 o ’40 del siglo pasado, según cita Rod Dreher en su libro Vivir sin mentiras, un médico fue encerrado por los soviéticos en un psiquiátrico y sometido a una retahíla de torturas que incluyeron atiborramiento de psicofármacos y alrededor de doscientos electroshocks, con la acusación de estar esquizofrénico por defender algo tan poco usual en aquella época como el lavarse las manos. ¡Pareció reaccionario!
Pues bien. ¿No te parece que quizás estemos hoy un tanto al nivel de esas “autoridades”, y “expertos”, habida cuenta de que por defender esa necesidad del agua y jabón aún hoy, podríamos acabar siendo encerrados los que seguimos quejándonos de la insalubridad de nuestra vida, por más que los hay que son tan incoherentes como el Quico, dedicándole al cuerpo a lo loco hasta tres y cuatro duchas al día, y a continuación rebañarse con sus mascotas y otras atrocidades antes de comer? No se trata de cuántas veces, sino de simple efectividad (y sinceridad con uno mismo).
Ya lo sabes: actuamos según somos, y hoy los descentrados están en los extremos, como denunciaba aquí en mi artículo “Año nuevo, vieja fiebre”, que podrías repasarte para disponer de ideas para relacionarte debidamente con tus mascotas, a fin de que no sean una amenaza para tu salud y la de todos, que como vemos está ya llegando a mal social.
Seamos sinceros. Así las cosas, no es extraño que haya tantas personas que, puestas a no realizar una actividad fisiológica tan sencilla como lavarse con agua y jabón, a la hora de tomar partido por una situación o persona que lo reclama (tantas veces necesaria y justa), permanezcan impávidas y sin comprometer su apoltronada vida. Será cuestión de que aprendamos a mantener limpia nuestra alma, y no solo nuestro cuerpo, pues lo primero determina lo segundo. Y así vamos. (Y por eso te convendría una buena confesión. ¿Te apuntas?).
Twitter: @jordimariada
Hasta que no tengamos arraigada de manera transversal la cultura del “agua y jabón”, las pasaremos magras Share on X