En el monasterio se vive la presencia del Invisible, que es lo fundamental. Porque el monasterio se lo hace cada monje, cada monja, en su corazón, donde adora a Dios silenciosamente.
Nosotros, nosotras, no huimos a la soledad, sino que venimos a disfrutar de una compañía más personal y próxima que los numerosos contactos humanos vividos sin ninguna relación, entre ruido constante y estímulos lumínicos que no nos dejan respirar.
Apaguen el móvil después de leer esto. Y déjenlo en un rincón oscuro.
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