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Las 10 crisis de España

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España vive una acumulación de crisis graves con efectos que se entrecruzan y se multiplican. No está nada claro que los principales sujetos políticos, institucional, sociales y mediáticos tengan conciencia.

La primera y más evidente de todas ellas es la que vive Cataluña. La idea de que la sentencia resolverá el problema es una quimera que, en todo caso la situará en una nueva fase. Lo más desalentador de todo es la incapacidad de políticos y élites para presentar algún tipo de propuesta realmente a la altura del problema.

La segunda crisis es la de la política, los partidos políticos y las instituciones, Congreso, Gobierno y, por extensión, el poder judicial, y todas las instancias que dependen del poder ejecutivo y legislativo. El bloqueo, la repetición estéril de elecciones, el convencimiento de que las convocadas para el 10 de noviembre difícilmente resolverán nada, presenta la inestabilidad como situación estructural de un sistema constitucional concebido para todo lo contrario. Es una evidencia que esta situación dificulta el abordaje del conflicto catalán.

Una tercera crisis nace de las dificultades económicas estructurales no resueltas o mal resueltas, y que ahora, entrados en la fase de contracción económica, si es que no se complica más, acentuarán su impacto negativo.

Enumero algunos factores decisivos: la banca española es la que ha obtenido peores resultados en las pruebas en escenarios adversos. Los bajos niveles de interés ahogan el negocio bancario. El país se ha desindustrializa en unos niveles peligrosos, excepto Cataluña, que ahora pasa el examen de la caída de las exportaciones. También dos cuestiones que se arrastran sin un buen abordaje.

Una es el déficit estructural del estado. España es el único país de los que han sufrido la crisis, Italia, Portugal y Grecia, que no tiene excedente primario, aquel que presentan los presupuestos al descontar el pago del endeudamiento público. A pesar de la bonanza pasada, los gobiernos han continuado gastando más de lo que ingresaban. Esta situación hace que en caso de una contracción de la economía, la posibilidad de una política anticíclica es cero. Por su parte la insuficiencia del sistema público de pensiones es desgraciadamente un clásico.

Hay una cuarta crisis de efectos ramificados que no forma parte de la agenda política ni mediática. Más bien al contrario. El discurso político oficial enmarcado por la perspectiva de género es perfectamente desfavorable a su tratamiento. Se trata de la insuficiente, y ya en fase agónica, natalidad. También en este caso no hay conciencia de las múltiples consecuencias, también económicas que este hecho determina.

La quinta crisis es educacional y en un sentido amplio. Es una situación de emergencia educativa. Hay una amplia coincidencia en que al menos el 20% de nuestros estudiantes no tienen razón para hacer nada. Y otra parte de ellos constituyen el ciberproletariado: sin memoria, sin datos, ni conocimientos, ni léxico. Su vida es móvil y juegos de ordenador. Y aún hay otra parte de alumnos desatendidos, bien porque los padres «pasan» de ellos, bien porque trabajan hasta el agotamiento, bien porque no tienen medios económicos. El resultado es el abandono y el fracaso escolar, y una parte de población laboral poco preparada para la lógica del trabajo, a la que se añade la debilidad que España es uno de los países con menos esfuerzo en la educación permanente.

Hay una crisis creciente, y es la sexta, del trabajo, actuando sobre planos diferentes y convergentes. El paro juvenil fábrica de paro crónico y futuros jubilados pobres. Los parados de larga duración, el precariado. Todo ello debilita las pensiones y la capacidad recaudatoria del estado. Va desapareciendo la cultura del trabajo como una dimensión de la realización humana.

Séptima crisis. El mal afianzamiento de las autonomías está degradando el estado del bienestar. Se olvida que la prestación de los grandes servicios públicos, salud, enseñanza, dependencia y asistencia social, son misión de ellas.

Octava crisis, larvada y muy peligrosa. La de la clase media, de la que forman parte el 60% de los españoles, un poco más en Cataluña. Es la base de la estabilidad del sistema democrático, y ahora sufre dificultades agudas con respecto a sus dos características vitales: la inseguridad sobre el futuro de su calidad de vida y el miedo de no poder transmitir a sus hijos el mismo nivel de vida.

La novena crisis es profunda, comenzó lentamente y ahora progresa adecuadamente. Es la crisis de la identidad del ser humano, lo que significa ser hombre y ser mujer. Aparentemente es algo tan raro y escondido que en algunos planes de estudio de Navarra y Cataluña obligan desde la escuela primaria a los alumnos a descubrir qué son, si niño, niña, las dos cosas, algo diferente … Es el ámbito de las identidades LGBTI +. Ya no se trata de educar a los hombres y las mujeres en el bien, sino «descubrir» su identidad sexual. Es una sociedad de múltiples identidades portadoras de derechos concretos y específicos. Todos ellos se refieren al sexo, al tipo de atracción sexual, concepción que para la formación de niños y adolescentes es un desastre. Ya no es suficiente con ser hombre, mujer, ciudadano, ser humano. La falta de reflexión sobre las consecuencias de esta antropología insólita en la historia y muy particular, es de una gran irresponsabilidad.

Décima y última. Sostengo que la raíz de todo ello es una aguda crisis moral. Lo que se expresa en la dificultad para identificar el bien, persona, los bienes comunes, y hace imposible el bien común. Se manifiesta en un mal ejercicio de la justicia, que cada vez se confunde más con el castigo y la represión, y en la desaparición de la presunción de inocencia, y tantas otras cosas. La crisis moral también determina la incapacidad para diferenciar lo necesario de lo superfluo, cuestión vital en el gasto público, e impregna a toda la sociedad de anomía. La desaparición de la cultura de las virtudes hace que las personas sean incapaces de alcanzar los valores que dicen que quieren realizar.

En el fondo de todo late la liquidación colectiva del cristianismo, en su núcleo central. El Sermón de la Montaña, las Bienaventuranzas, el Padre Nuestro, que constituían un tensor moral, un horizonte de sentido que, mal que bien, enmarcaban los comportamientos colectivos. Y lo que es más importante, impregnaban la conciencia de la gente. Todo esto ha sido sustituido por nada.

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