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La virtud cardinal de la prudencia

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Las virtudes teologales de Fe, Esperanza y Caridad son la garantía de la presencia y de la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano. Así concluye el punto 384 del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica. Previamente en el epígrafe acerca de las virtudes distingue, entre las virtudes humanas de todo ser humano, aquellas denominadas cardinales, que agrupan a todas las demás y constituyen las bases de la vida virtuosa. Son la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza (punto 379).

 

La prudencia es, por tanto, una virtud propia de todo hombre y mujer. La temeridad o acción temeraria es la propia de todo ser humano que se expone y se lanza al peligro sin reflexionar. Es la antítesis de la virtud de la prudencia. Las inclemencias metereológicas requieren prudencia, séase cristiano o no. Para facilitar el comportamiento prudente, las autoridades intervienen señalizando, advirtiendo, multando, deteniendo, etc.

 

Para comportamientos imprudentes no es necesario estar al volante de un vehículo a motor. El peatón también los comete. Me causa pavor, viendo los informativos televisivos, presenciar estos comportamientos. En concreto la actitud irresponsable de quienes desafían a la naturaleza exponiendo sus propias vidas. Encuentran divertido presenciar el embite de las olas del mar en primera línea. Desafían a las fuerzas de la naturaleza. ¿En zonas del tercer mundo? ¡No! En zonas del primer mundo tales como las costas de Galicia, de Cantabria y de Euskadi. ¿Hace siglos? ¡No! En pleno siglo XXI.

 

Estas personas no tienen bastante con atender las desgracias que se suceden en el mundo por huracanes, corrimientos de tierra, erupciones volcánicas, inundaciones, etc. Están de turismo. Se acercan a primera línea de embite de olas, incluso con cámaras fotográficas. Y luego todos debemos afrontar, mediante el pago de impuestos, los socorros en helicóptero, ambulancias, internamientos hospitalarios y los rescates in extremis a cargo de personal cualificado. Personal que para prestar socorro al imprudente expone su propia vida con capacidad, arrojo y mucha prudencia.

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