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LA TRANSMISIÓN DE LA FE

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La tradición parece que ya no funciona: familia, parroquia, escuela,… se debilitan. Antes había una atmosfera cristiana que permeaba todo, ahora ya no: la descristianización. Triunfan los mesianismos utópicos: matar a Dios para que el hombre viva. Aconsejo el libro “El drama del humanismo ateo” de Henry de Lubac de (1989).

Hay un ateísmo libertino y hedonista, en el fondo nihilista, que banaliza lo humano. Basta ver la televisión (y en general los medios), reducida a una máquina de distracción y de censura de las preguntas más radicales del corazón del hombre, sediento de un significado. Hay una atrofia de los deseos más grandes, de verdad, de felicidad, de justicia; la propuesta sólo es demoledora.

Quedan ciertamente unas minorías resistentes, pero con notables dificultades. Los cristianos hoy parecen personalidades frágiles, descompensadas afectivamente; nosotros también podemos darnos cuenta de esta debilidad nuestra. Hoy el lenguaje cristiano parece de marcianos… Sufrimos una crisis de la familia, debilitada y agredida. La escuela a menudo instruye, pero no educa. Somos una sociedad de huérfanos, sin padres, ni maestros. Hay una silenciosa apostasía de masas (con acertada expresión del Card. Rouco). Y una crisis en la educación (Ratzinger). Todos podemos verificar la desproporción entre el gran trabajo de catequesis y sus efectos, sus resultados.

La cultura dominante quiere reducir el anuncio de la fe de 4 maneras:
  • Reducirla a una opción personal irracional, una entre muchas, útil para combatir la angustia. Una oferta espiritualista más (esoterismo, New Age, sincretismo vestido de ecumenismo,…)
  • Una reducción moralista: somos una ONG caritativa.
  • Un fomento de “buenos sentimientos religiosos”, pero devalúa su contenido de verdad (Jesucristo dijo “Yo soy la Verdad”). Como una selección en el menú de restaurante, cada uno elige [del Evangelio] lo que le cumple subjetivamente.
  • Una reducción clerical: estamos preocupados y absorbidos sólo por los problemas internos de la Iglesia.

Todas estas dificultades, tan objetivas, son una preciosísima ocasión. No se trata de despertar un cristianismo dormido, que ya no existe. El cristianismo es un acontecimiento, debe acontecer, y cuando acontece aparece siempre como novedad. No estamos definidos por nuestras funciones o dificultades: los cristianos tristes, abatidos, escépticos son incapaces de transmitir la fe con alegría. Juan Pablo II nos recordaba la dignidad y belleza de ser cristiano.

Es necesaria una refundación de la experiencia cristiana. Abrir las puertas a Cristo. Volver a empezar de Él, que es el origen de todo, sin dar nada por supuesto (y menos la fe). Recomenzar siempre del encuentro con Cristo como novedad sorprendente. Hay una vocación universal a la santidad, estamos llamados a una mayor comunión con el Señor. La Iglesia necesita santos: son los reformadores, los hombres cambiados por el encuentro con Él.

Necesitamos redescubrir la presencia de Cristo en nuestra vida, hace falta una conversión de los cristianos (un sujeto nuevo). ¿Cómo podemos mantener la fe como acontecimiento? Con un arraigo muy fuerte en la comunidad cristiana, que sea nuestra morada. Hay que reconstruir el “Sensus Ecclesiae”, pero esto es obra de Dios.

Si perdemos esta «sorpresa» solo sobrevivimos como empresa de servicios religiosos. En cambio somos el germen de una nueva sociedad reconciliada; la Eucaristía es la fuente, el origen de la comunión. Las realidades de la Iglesia deben ser signos del misterio de comunión, mucho más y mucho antes de las cosas a hacer. La familia y la parroquia son esenciales, así como las nuevas comunidades y movimientos. Profundizar en la iniciación cristiana, cuidar la oración personal.

El encuentro con Cristo cambia la vida (no obstante mis traiciones y miserias, que van a cambiar), es posible verificarlo: cambia la vida con mi mujer, con mis hijos, el trabajo, el empezar el día, el ocio, el uso del dinero… Nos quieren distraídos, homologados; pero si hemos encontrado a Cristo evangelizar ya no es un deber moral, es un desborde de vida, de gratitud, de belleza, por la alegría de nuestra comunión con Cristo. Con misericordia, debemos dar razones de nuestra esperanza y proponer a Cristo explícitamente: el Espíritu Santo nos precede en el corazón de cada  persona y cada pueblo.

Y cuanto peor va la cosa, más gente busca respuestas  a los deseos fundamentales, porque todos necesitamos un significado. Cristo es la única respuesta adecuada y sobreabundante al corazón del hombre.

[Apuntes personales, no revisados por el autor]

Todos podemos verificar la desproporción entre el gran trabajo de catequesis y sus efectos, sus resultados Clic para tuitear

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