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La trágica mentira del aborto

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Nuestras sociedades cabalgan teniendo como distintivo emblemático la trágica mentira del aborto. Se ha convertido en el parteaguas de la democracia. ¿Estás a favor de él? Entonces eres un demócrata fabuloso, un defensor de todos los derechos, una persona progresista. ¿Estás en contra? Pues eres un enemigo de la mujer, un protofascista como poco, un extremista de derechas. Pero, ¿cómo es posible tamaña barbaridad?

El aborto se legalizó primero en la URSS y la China de Mao como un instrumento que permitía convertir a la mujer en recurso laboral masivo sin las interrupciones de la maternidad, cuando ambos regímenes forzaron de manera brutal la industrialización.

Bastantes años después, Japón fue el siguiente de la lista, pero el Japón derrotado y ocupado por Estados Unidos. Se declaró legal con la única finalidad de que la confraternización entre soldados ocupantes y mujeres japonesas no desencadenara un alud de nacimientos. ¡Qué paradoja! Las mujeres de los derrotados tenían un “derecho” prohibido a las ganadoras, porque en Estados Unidos estuvo prohibido o limitado hasta muchos años después, hasta la sentencia Roe v. Wade, en 1973.

¿Qué había cambiado desde los pioneros comunistas del aborto y los Estados Unidos del buen tiempo económico y la expansión de las clases medias blancas en los suburbios residenciales de las grandes ciudades?

El nuevo feminismo, que consideraba que la igualdad con el hombre se debía traducir también en el ámbito sexual. Y si este podía tener relaciones múltiples y sin compromiso, sin responsabilidad alguna por las consecuencias, la mujer debía gozar del mismo disfrute. No se trataba de encauzar la jodienda, sino de liquidar sus consecuencias, es decir, el embarazo. Ese es el origen ideológico y sigue siendo en buena medida así. No es la única causa, pero sí es la principal, y Betty Friedan fue su profeta.

El aborto masivo es consecuencia de situar como prioridad las relaciones sexuales sin otros límites que no sean el deseo. Esto define la cultura moral de una sociedad y de las instituciones que la regentan, sobre todo porque su consecuencia es la muerte del ser humano concebido, que en la mayoría de las leyes, caso de España, carece de toda protección y derecho.

George Weigel escribía en First Things refiriéndose a la sentencia sobre el aborto del Tribunal Supremo de Estados Unidos: “la Corte corrigió el error de cincuenta años de sus predecesores en Roe v. Wade, en el que se inventó un «derecho al aborto» de la nada, como incluso los juristas liberales admitieron en 1973. Y en Dobbs, una campaña de mendacidad en marcha desde finales de la década de 1960 se encontró con su Waterloo constitucional.

Mentir sobre el aborto ha sido un sello distintivo de la política «pro-elección» durante décadas.

A finales de la década de 1960 y principios de la de 1970, los activistas decididos a revocar las leyes estatales que protegían la vida por nacer mintieron descaradamente sobre la incidencia de los abortos «clandestinos» y «perchas», exagerando esas cifras en órdenes de magnitud (como confesó más tarde un arrepentido perpetrador de esas mentiras, el Dr. Bernard Nathanson). Cuando la Corte Suprema inventó un derecho constitucional al aborto en Roe v. Wade, el movimiento mintió sobre el alcance supuestamente «limitado» de esa decisión, que, con su caso complementario Doe v. Bolton, de hecho, legalizó el aborto en todo el país en cualquier momento del embarazo”.

El mismo proceso que siguió en España, exageración desmedida de las cifras del aborto ilegal, presentación del tema como un mal menor y por consiguiente restringido, hasta terminar convirtiéndolo en un derecho de la mujer pagado con recursos públicos. Preste atención al dato, el aborto es la única prestación sanitaria que se realiza masivamente en centros privados, paga el Estado y no existen esperas. No existe nada parecido, ni en enfermedades cardiacas, ni en cánceres peligrosos… en ninguna prestación establecida de la sanidad pública existe el tratamiento privilegiado que se da en el aborto. La cuestión es por qué.

Pues porque es el tótem de nuestra sociedad y de sus instituciones. Por eso, la Francia laica y republicana, ahora enfrentada y desgarrada, lo elevó hace poco por gran mayoría parlamentaria a derecho constitucional. Esto y la polarización extrema que vive en la actualidad son las caras de una misma moneda.

¿Qué mentalidad, qué visión del ser humano y de su futuro pueden tener quienes son capaces de engañarse y engañar, en situar la realización de la concupiscencia por encima del derecho a desarrollarse y vivir como ser humano?

¿Qué mentalidad tan oscura es capaz de defender ante la evidencia científica que el ser humano engendrado no es nada más que un apéndice, una parte del cuerpo de la madre, cuando esta es en realidad su cuidadora temporal durante un breve tiempo de su vida?

¿Por qué el hijo engendrado tiene derecho a heredar, pero no a vivir?

¿Por qué el delito de violencia que daña al feto en una mujer tiene una pena mayor y al mismo tiempo este feto puede ser muerto por simple manifestación del deseo de la madre?

¿Por qué gozan de una mayor protección los huevos de urogallo que el ser humano engendrado?

¿Por qué es más estricto el control administrativo de una tala de árboles que el de un aborto, donde las clínicas son parte lucrativamente interesada y a la vez jueces del cumplimiento de la ley y fuente única de los datos oficiales?

En fin, ¿por qué lo más mínimo no se cumple, el tratamiento de los restos humanos de acuerdo con la legislación, y nunca se ha impuesto una sola sanción?

La batalla del aborto es la de la recuperación del sentido de lo humano, y tiene como factor esencial la regulación de los derechos del ser humano engendrado hasta su nacimiento y la responsabilidad del Estado en garantizarlos.

¿Estás a favor de él? Entonces eres un demócrata fabuloso, un defensor de todos los derechos, una persona progresista. ¿Estás en contra? Pues eres un enemigo de la mujer, un protofascista como poco Share on X

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