Esopo nos vuelve a mostrar con esta nueva entrega, La tortuga y el águila, que sus fábulas no pierden actualidad con el paso del tiempo. Es bueno ser emprendedor en busca de un futuro mejor, pero también lo es el ser conscientes de nuestras propias limitaciones.
La tortuga y el águila
“Una tortuga que se recreaba al sol, se quejaba a las aves marinas de su triste destino, y de que nadie le había querido enseñar a volar.
Un águila que paseaba a la deriva por ahí, oyó su lamento y le preguntó con qué le pagaba si ella la alzaba y la llevaba por los aires.
– Te daré –dijo– todas las riquezas del Mar Rojo.
– Entonces te enseñaré a volar –replicó el águila.
Y tomándola por los pies la llevó casi hasta las nubes, y soltándola de pronto, la dejó ir, cayendo la pobre tortuga en una soberbia montaña, haciéndose añicos su coraza. Al verse moribunda, la tortuga exclamó:
– Renegué de mi suerte natural. ¿Qué tengo yo que ver con vientos y nubes, cuando con dificultad apenas me muevo sobre la tierra?”
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Mi apreciado amigo Esopo: los métodos pedagógicos de esta águila son un poco peligrosos y demasiado arriesgados. Sin embargo, guardando las distancias, no distan demasiado del modo como enseñan a volar a sus crías. Las dejan caer desde sitios no tan altos, y están atentos para que no terminen en el suelo, pero a volar se aprende volando, igual que a andar andando o a nadar nadando.
La tortuga, consciente de su error, se lamenta de sus alocados sueños. ¿Por qué somos tan inconformistas con nuestra naturaleza, nuestra vida, nuestras limitaciones naturales? Soñamos demasiado, y "siempre tenemos sueños caros", reza una publicidad actual. Pero junto al sueño, al alto ideal, nunca debemos olvidar el plomo pesado de nuestros pies, que nos fijan a nuestras posibilidades concretas. La mirada en el cielo, para siempre tender al gran amor y a la honda felicidad, pero los pies sobre la tierra, para evitar que terminemos llorando en el suelo, después de una caída libre de metros y metros.
Si fácilmente adquiriéramos todo lo que deseamos, fácilmente llegaríamos a la desgracia