Como cada año, en el mes de septiembre, tuvo lugar en el Santuario oscense de Torreciudad, próximo a la localidad de El Grado en la Comarca del Somontano, la vigesimosexta Jornada Mariana de la Familia. Por ello, miles de familias peregrinaron hasta allí para compartir un mismo sentir, manifestando con sus testimonios el valor auténtico e intrínseco que anida en la familia natural fundada en el matrimonio, una institución, por cierto, cada vez más agredida por ideológicas tóxicas.
Es obvio que la vida es dinámica y evolutiva, lo que no significa que cualquier cambio comporte siempre y necesariamente avances loables o aciertos laureados. La familia, como primer contexto de convivencia y principal agente socializador, en donde se debe nacer, se debe crecer y se debe desarrollar el ser humano, está dotada desde su origen de una carta de naturaleza específica, transitando asimismo por caminos que a veces le es difícil recorrer. Que el devenir del tiempo modele aspectos circunstancialmente temporales de la misma, en ocasiones ha sido beneficioso, pero pretender que el progresismo vanguardista diseñe caóticamente un pseudo-ADN desvirtuando al que define la esencia de la familia, probablemente sea una insensatez que conduzca, solapada e irremediablemente, a la decadencia de la misma.
Ya desde hace un tiempo atrás, el inconformismo, el individualismo, el positivismo, el relativismo, el nihilismo y un sinfín de “…ismos” acerados que alientan los ánimos para la rebelión, están abrigando una anarquía social que incide frontalmente contra la identidad familiar. Como si de una barra libre de bar se tratase, se intenta mezclar alambicadamente lo inconcebible para hacer de la familia un cóctel de difícil absorción, donde casi siempre salen perjudicados los hijos. Y tanto es así que a estos, en ocasiones, se les niega el derecho a tener padre o madre reconocidos, o se les asignan diversos padres y madres dependiendo de la procedencia y convivencia, incluso pueden dudar en qué vientre se les ha concebido, o en su caso, en qué tubo de ensayo, de qué laboratorio, se les ha procesado.
En nombre de los “derechos”, pues hoy cualquier cuestión imaginable resulta reivindicada como tales, la humanidad globalizada, a la sazón, está sufriendo unas consecuencias perniciosas debido a esa novedosa escuela doctrinaria cuyo ideario fragmenta la sexualidad de las personas, minando por completo la urdimbre social, y dando como resultado una deriva vertiginosa en la que todos, de alguna u otra forma, estamos inmersos.
La manipulación informativa y el manejo del lenguaje son dos vías de acceso por donde se introducen los errores más graves e intencionados de los lobbies emergentes. A tal efecto, nuestro ordenamiento jurídico, en los diferentes ámbitos administrativos, ya va acumulando una normativa coactiva que vulnera en gran medida los derechos y libertades constitucionales que a todos nos amparan. La ideología de género, bajo eufemismos progresistas, está haciendo estragos en campos tan diversos como la anatomía, la antropología, la neurofisiología, e incluso, la realidad más cotidiana de nuestras vidas, creando un escenario indiscutible que alberga efectos nocivos. De aquí que la familia natural este siendo arruinada por otras formas de convivencia, constituidas por diversas entidades grupales, en las que no prevalece ni el compromiso ni un equilibrio armónicamente ponderado.
La familia brinda la oportunidad de educar a los hijos con plena libertad en las convicciones y creencias que consideren sus padres. Por ello, el Estado y por ende las Administraciones Públicas, deben ser únicamente subsidiarias y corresponder a las demandas legítimas de los progenitores, y no al revés. Actualmente, y de ahí la deriva social referida, el adoctrinamiento ideológico pretende ser la nueva pedagogía educativa tanto a nivel escolar como familiar, desahuciando así a los padres en aras de asignarles un rol de meros observadores mientras se aplica aquella. El integrismo ideológico del pensamiento único nunca fue buen compañero de viaje, bien al contrario se muestra hostil, intransigente y sectario con la auténtica libertad, aquella que al parecer se encuentra coyunturalmente secuestrada y monopolizada por la enorgullecida casta progresista.
La moderna ingeniería biotecnología, las políticas antinatalistas, la cultura de la muerte, el enorme hedonismo que fomenta la promiscuidad y la infidelidad, y el conformismo acomodaticio, dan buena cuenta de los obstáculos que frenan el desarrollo óptimo de la familia naturalmente considerada, en donde los hijos debieran ser un don y no un derecho ni un dominio, y donde la conjunción de sexos diferentes propiciara la descendencia.
Con todo, aún nos encontramos lejos de una legislación sensata a favor de la maternidad, de apoyo a las familias numerosas, o de ayuda a las gestantes en situación de riesgo, y de asistencia a muchas instituciones que apuestan por la vida. Parece ser más gratificante, solidario y próspero financiar a centros donde se practican millares de abortos, o donde los cambios de sexo son a la carta, o prodigar en bancos de esperma y de óvulos para elegir, como en un supermercado y desde el anonimato parental, el hijo deseado.
Esperemos que en un futuro próximo, no prohíban a las mujeres serlo, o persigan a los hombres por el mero hecho de existir como tales, ni castigar a los padres por educar a sus hijos responsablemente en valores y principios perdurables e imperecederos, ni condenar la unión marital entre hombre y mujer haciendo hogar junto a su prole. Pensemos más bien que la desnaturalización actual de la familia es fruto de una pesadilla dentro de una noche contrariada, y que el sentido común y el raciocinio de un mundo más heroico y cabal devolverán a su cauce las aguas que un día sin saber cómo ni por qué se desbordaron, y que paradójicamente, los que entonces pudieron por intereses larvados no quisieron, o bien por indiferencia no supieron reconducir.