Barclays, una gran entidad financiera, fue señalada con el dedo a causa del escándalo provocado por su manipulación del Libor. Una de las consecuencias de tan indecente proceder fue la dimisión con oprobio del consejero delegado Bob Diamond. Su sucesor, Antony Jenkins, adoptó como una de sus primeras medidas el principio corporativo de que el banco «vincula el sueldo de sus empleados a su ética», y así lo transmitió en una carta enviada a todos los trabajadores el 17 de enero del 2012. «Las evaluaciones se basarán no solo en qué conseguimos, sino en cómo lo conseguimos. Nunca más estaremos en posición de recompensar a las personas por ganar dinero para el banco de forma no ética o inconsistente».
¿Apariencia, realidad? Solo el tiempo lo dirá, pero ya es decisivo que una entidad financiera se vea obligada a reconocer un principio moral, el de que el dinero por sí solo no es un fin.
En términos más generales, tenemos la aplicación del abandonado criterio ético de que el fin no justifica los medios. En su misiva, Jenkins iba más allá, invitando a irse a todos aquellos que no quieran sumarse a este modo de actuar. «Mi mensaje para esas personas es simple; Barclays no es el lugar para vosotros. Las reglas han cambiado. No os sentiréis cómodos en Barclays y, para ser sinceros, tampoco nos sentiremos cómodos con vosotros como compañeros». El escándalo provocado, el daño a su negocio bancario basado en último término en la confianza, no se reparaba solo con técnica financiera, ni con aportes económicos. Necesitaba otro tipo de capital. Más capital moral. Y es que este es el fundamento de toda sociedad y, por consiguiente, la economía no es una excepción.
La ignorancia del «deber ser» que fundamenta toda moral, o el no actuar de acuerdo con él a pesar de conocerlo, promueve los hechos que causan indignación. De ahí que nuestra sociedad viva en estado de escándalo permanente, porque por un lado no le importa la moral, pero por otro rechaza los comportamientos sin ética.
¿Pero cómo va a existir la ética, esto es el comportamiento adecuado, sin lo otro, la moral?
El embrollo es insuperable, porque solo si sabemos cómo debemos ser podemos establecer normas de la acción humana. La crisis de la subprime que estalló en los Estados Unidos y se convirtió en la mayor crisis sistémica desde el Crack de 1929, fue ante todo y primero que nada una crisis moral, que manifestaba a las claras, que en el imperio del dinero actuar correctamente es secundario. Y esto que es lo que debería preocupar al capitalismo no ha formado parte de los diagnósticos de los organismos oficiales y de los gobiernos.
El atributo que permite a una comunidad obrar bien, es un capital de indudable, pero de desdeñado valor: el moral. Basta reflexionar sobre los conceptos de capital humano y capital social para constatar que ambos dependen de aquella condición. Cuando el Banco Mundial sostiene que «cada vez hay más pruebas de que la cohesión social es decisiva para que las sociedades prosperen económicamente y para que el desarrollo sea sostenible»; cuando se define el capital social como un conjunto de tipos de activos sociales, psicológicos, culturales, cognoscitivos, institucionales; cuando se afirma que el capital humano estará en función de las condiciones intrínsecas de cada sujeto, de si será capaz de encontrar en sí mismo las razones para esforzarse, para trabajar duro que dice Becker, lo que se está dibujando con todo ello es el trasfondo moral que hace posible que tales cualidades existan.
No todo capital moral conduce al bienestar, pero sin duda su ausencia determina la incapacidad para lograrlo
El capital moral es la concepción que posee una comunidad, que transmite a sus miembros por medio de la tradición y la práctica, y que la dota de la capacidad para lograr sus fines de bienestar. No todo capital moral conduce al bienestar, pero sin duda su ausencia determina la incapacidad para lograrlo. El capital moral actúa mediante el capital social y el capital humano de los que forma parte, y constituye el sistema de valores y virtudes que facilita la consecución del bien común.
La economía neoclásica y todos sus vástagos han prescindido con excesiva alegría del capital moral. «El mercado depende todavía absolutamente de una comunidad que comparta valores tales como los de la honestidad, la libertad, la iniciativa, el ahorro, y otras virtudes cuya autoridad no soportará durante largo tiempo la reducción al nivel de los gustos personales que está explícito en la filosofía positivista, individualista, del valor en el que se basa la teoría económica moderna. Si todo valor derivara solo de la satisfacción de las necesidades individuales, no quedará nada para restringir la satisfacción interesada, individualista, de las necesidades. El agotamiento del capital moral puede ser más costoso que el agotamiento del capital físico[1]», como ha sostenido Fred Hirsh en The Social Limits to Growth[2].
Fred Hirsh fue un notorio economista que en 1976 escribió un elaborado trabajo de gran impacto, Los Limites Sociales del Crecimiento, en el que presentaba la tesis de que era la propia sociedad desarrollada la que iba socavando sus posibilidades de crecer a largo plazo. Se trata, según el autor, del «legado moral debilitante» del capitalismo, dado que el mercado socava los valores morales de los que depende heredados de la cultura preexistente, precapitalista y preindustrial. Se debilitan los hábitos ‑esto es las virtudes‑ basados en objetivos compartidos.
Virtudes tales como veracidad, confianza, esfuerzo, obligación, necesarias para el funcionamiento de una «economía individualista y contractual», dependían así mismo de la fe religiosa, que también se ve socavada por la mentalidad individualista y racionalista. Hirsh es economista y hace su planteamiento en los términos académicos de su profesión, pero su argumento cobra mucha más fuerza si, en lugar de centrarnos en el sistema económico precapitalista, lo presentamos en términos culturales. Porque lo que el profesor británico viene a decir es que el sistema de valores y virtudes de las que surge el capitalismo es lógicamente previo a él, y corresponde a un marco de referencia definido por la razón objetiva de tradición cultural cristiana, generadora de una educación y práctica en las virtudes de esta tradición.
Los padres fundadores del capitalismo y el liberalismo estaban forjados en esta cultura, era su ambiente y no pretendían ni presumían que pudieran quedar tan alterados como la historia nos revela. En la medida que persiste, parte de aquel marco originario, el capitalismo funciona mejor, como lo constata la experiencia del renacimiento económico europeo de mediados del siglo XX. En la medida en que no es así, se producen las crisis. El capitalismo liberal consume sus propios fundamentos, el capital moral que lo hace posible y su pervivencia y eficacia depende de su capacidad para renovarlos. La cuestión es si posee o no tal aptitud. Desde perspectivas tan distintas como el marxismo y el neoaristotelismo tomista de MacIntyre, la respuesta es un no rotundo, pero es que también desde el enfoque de un determinado punto de vista, el liberal perfeccionista, el diagnostico necesariamente es negativo. Y ya hemos visto en páginas anteriores el juicio del que fue economista principal del Departamento de Investigación del Banco Mundial, Branko Milanovic, sobre la moralidad de las elites económicas.
Pero hay más en cuanto al olvido o la subvaloración que atañe al capital moral.
Se trata del hecho que la economía es una antropología, porque este ámbito del conocimiento trata de las actividades relacionadas con la producción, distribución y consumo de bienes y servicios, por un lado, y, por otro, al cálculo racional, que busca maximizar el beneficio y optimizar los medios en relación con los fines («economizar»). El primer concepto está relacionado con la cultura, el segundo, con la conducta, y los dos con el consiguiente fundamento antropológico que vincula a ambas. Por eso señala con acierto Rafael Rubio de Urquía que «la clave general para acceder al conocimiento de la naturaleza fundamental de la teoría económica es la investigación de las relaciones genéticas y estructuralmente necesariamente existentes entre enunciados antropológicos y enunciados teórico‑económicos»[3]. Antropología que en sus amplios y justos términos significa el estudio integral del hombre (en sus aspectos biológicos, psicológicos, filosóficos, culturales y religiosos).
En definitiva, no podemos «hacer» economía, ni política, ni ninguna otra práctica social ni relacional, sin atender al ser humano que la realiza. Terrible paradoja la de nuestra sociedad y sus instituciones, que privilegia la economía como fundamento de la vida colectiva y, a la vez deja tan de lado el modelo humano que la realiza. El sistema puede funcionar mal por causas de su propio engranaje, de su lógica interna, pero sobre todo porque las personas que deben hacerlo funcionar carecen de las condiciones antropológicas adecuadas para conseguirlo. ¿Puede existir a largo plazo un sistema financiero sin confianza? Porque teoría económica y enunciados antropológicos están relacionados estructuralmente: «El objeto de la teoría económica implica establecer con claridad y precisión el lugar de aquello económico en el conjunto orgánico de la acción humana. No hacerlo, no solamente hace imposible abordar con rigor temas tan cruciales como las relaciones entre economía y ética, entre economía y cultura, entre economía y psicología, etc.»[4].
Los problemas más evidentes que podemos observar relacionados con el capital humano, el capital social, y sus consecuencias políticas y económicas, surgen del hecho de que el capital moral del que dependen, no comparte ambivalencia o neutralidad hacia el bien y el mal que exhiben las otras formas de capital. Y esa es una profunda contradicción con la lógica del sistema basada en la «neutralidad», que en la práctica significa siempre decantarse a favor de las élites del poder. Si las instituciones, las que sean, se gobiernan desde una pretendida neutralidad, el capital moral se destruye.
El capital moral posee un atributo importante como es el de perfeccionar al ser humano en su totalidad. Otros capitales perfeccionan aspectos específicos que dan lugar a habilidades determinadas, pero el capital moral lo que hace es propiciar las virtudes propias de la persona en el marco de una comunidad.
El capital moral depende de las virtudes, porque son ellas las que hacen posible que el ser humano se realice en términos morales. La virtud es una calidad que nos permite alcanzar los bienes intrínsecos de la vida humana, es decir, aquellos que son beneficiosos por sí mismos, como puede ser la salud, y cuyo logro no solo alcanza a quienes la poseen, sino que se extiende a las demás personas. La virtud lograda con la práctica establece hábitos buenos, en el sentido de que se realizan sin una especial dedicación reflexiva. No es preciso ningún debate ni elaboración para realizarlos. Y esto ayuda a entender por qué la virtud solo pueda darse en el marco de una tradición cultural recibida por una comunidad. Sin comunidad no hay tradición y sin esta las virtudes no pueden ser practicadas y, por consiguiente, transmitidas. Son entonces substituidas por bienes instrumentales, es decir que son solo un medio para conseguir otros bienes. El mejor ejemplo es el dinero. Su logro no significa necesariamente una externalización beneficiosa para los restantes miembros de la comunidad. La salud y el dinero sirven para ilustrar los dos tipos de bienes. Una sociedad que persiga la salud de sus miembros generará claras ventajas para el conjunto, pero si se trata del dinero, el que algunos logren ingentes beneficios no significará de manera axiomática que el resto se vea beneficiado; puede resultar incluso lo contrario como nos muestran las grandes crisis de raíz financiera. Una sociedad bien dotada de capital moral tenderá a guiar su acción por la práctica de la virtud y, por consiguiente, estará dirigida a conseguir los bienes adecuados.
Y, llegados aquí, ya puedo reseñar dos ecuaciones fundamentales en relación con el camino a seguir.
Una es la que definen los componentes razón objetiva ‑ comunidad ‑ tradición cultural ‑ virtud ‑ bienes intrínsecos. La otra es más característica de nuestra sociedad: razón instrumental ‑ contrato social ‑ el bien como preferencia subjetiva ‑ bienes instrumentales.
El capital moral se construye por medio de nuestras prácticas, que se convierten así en hábitos permanentes. Los hábitos, a su vez, configuran nuestro carácter y nuestra vida. Sison explica que la virtud puede beneficiar a una empresa por medio de la influencia positiva que los trabajadores virtuosos ejercen sobre la cultura corporativa. Los trabajadores virtuosos no sólo reducen las responsabilidades legales y financieras que dimanan de una mala gestión corporativa, también tienden a trabajar mejor aportando más. Esta consideración puede extenderse a todos los ámbitos, de la escuela al gobierno, pasando por todo tipo de organizaciones.
[1] HermanE.Daly JhonB. Cobb, Jr. Para el Bien Común. Fondo de Cultura Económica México DF 1993 (1989) p 54 [2] Harvard University Press, Cambrige, Mass 1976 [3] R. Rubio de Urquía. Estudios de Teoría económica y antropología. Unión Editorial 2005. P 79 [4] Ob Cit, p. p 81La Sociedad Desvinculada (9). Capital humano
Nuestra sociedad vive en estado de escándalo permanente, porque por un lado no le importa la moral, pero por otro rechaza los comportamientos sin ética Share on X