Sí, la sociedad desvinculada es la del sin perdón
El acto de perdonar es una de las características esenciales del cristianismo. Sin capacidad de perdonar, “setenta veces siete” como le dice Jesús a Pedro, es decir, siempre, lo cristiano no existe. Y esto es así porque perdonar es uno de los atributos de Dios, como manifiesta Jesucristo “Perdónales Padre, porque no saben lo que hacen”. Los partidos políticos que reclaman raíces cristianas y sus programas no tienen el menor atisbo de perdón, no son verdaderos.
Quien perdona se acerca a Dios, sigue a Jesucristo. Y por esta misma lógica, quien se aleja de Él va perdiendo este don hasta que desaparece. Esta es la causa de que la nuestra sea una sociedad más punitiva que reparadora a la que le preocupa más, mucho más, castigar que perdonar, sitúa el acento sobre la punición más que en la redención del culpable. “Crucifícalo, crucifícalo” no es un grito extraño a nuestra sociedad desvinculada. Al contrario, forma parte de su cultura.
En teoría, nuestro sistema de justicia es fuertemente redentor. Uno de sus fines es la reinserción del culpable, y por esta misma lógica debería situarse la prevención del delito. En realidad, la dinámica empuja en sentido opuesto. La nuestra es una sociedad que ha liquidado un fundamento del Estado de derecho: la presunción de inocencia, y ha entronizado a la víctima. Es la sociedad del sin perdón y del victimismo, es decir, de la injusticia. Por eso una estrategia fundamental es asegurase la posición de víctima. Basta con la denuncia en todos aquellos delitos que la cultura de la desvinculación considera imperdonables para que el acusado sea culpable. Esto es evidente con los casos de pederastia que se formulan contra sacerdotes y religiosos y que se retrotraen a 40, 50 años atrás. Basta con una acusación para un delito prescrito y el presunto culpable muerto para que se dé como verdadero. Hay que decir que no es así, que no puede ser así. Basta con que una mujer acuse a un hombre como para que los medios de comunicación y los políticos dicten la condena.
La dinámica punitiva de la perspectiva y el feminismo de género ha contaminado toda la sociedad. El hombre siempre es más culpable que la mujer, las condenas siempre son insuficientes. Hoy la redención de los culpables nunca forma parte de los proyectos políticos, y así hasta llegar a defender algo tan monstruoso como la prisión permanente revisable: el encarcelamiento sin límite conocido.
Es una sociedad que exhibe solidaridad y practica la inhumanidad.
Des del punto de vista de quien lo pide, algunos precisamente porque el perdón le suena a cristiano, lo quieren sustituir por la autocrítica. ¡Qué error! Poco tienen que ver el uno con el otro. En todo caso sería el paso previo. Pedir perdón no es autocriticarse; es más bien el examen de conciencia que conduce a aquel. Y es que para que exista perdón debe existir el reconocimiento del pecado, de la propia culpa y eso es algo inimaginable en nuestra sociedad acristiana. Es lógico, la culpa sin posibilidad de redención es insoportable. Y la redención plena es solo de Dios. Una sociedad que no se acoja a Él huirá de la culpa porque carecerá de redención, y entonces la reconciliación resulta imposible porque todo forma parte de un mismo cuerpo solidario.
Nuestra sociedad se asemeja a un tipo de pecador que describe Romano Guardini en “El Señor”
“El hombre se ha engolfado en su enfermedad, ha ido deslizándose de superficialidad en superficialidad. Ha vivido a la ligera como gente frívola”
“Cuando se le presenta la idea de pecado decía, no tiene importancia, mis intenciones no son demasiado malas, no he matado ni robado. Los otros hacen lo mismo que yo”
“Y en esta explicación ha intentado apartar tanto como ha podido la idea de pecado”
“Y por descontado no ha admitido nuca que pudiera existir relación con la enfermedad, el sufrimiento, la muerte y el pecado, es más lo rechaza con irritación cree que son realidades aisladas”
Esta es la caracterización de nuestro tiempo: la superficialidad frívola con que se acoge la ruptura con Dios, el mal, el pecado, que a su vez es fuente de sufrimiento, enfermedad y muerte, la justificación permanente de los propios actos, la incapacidad para reconocer la culpa, el refugiarse en la conducta de los demás, y el rechazo a la idea de pecado, y especialmente de su dimensión colectiva, de las estructuras de pecado a las que se refiere.
Pero una vez afirmado esto, los cristianos debemos aplicar aquello que predicamos. El perdón, la reconciliación y la acogida. Al describir lo que sucede no condenamos, solo establecemos el diagnóstico de lo que es necesario remediar. La actitud personal y colectiva entre una y otra perspectiva poseen una diferencia radical: la que va de los que buscan remediar a los que condenan. Nosotros solo podemos ser de los primeros. No es fácil, pero es nuestro deber. De hecho, solo es posible por la gracia de Dios.