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La Santa Misa, ese instante en el que el cielo y la tierra se tocan

Iglesia

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Criar a un hijo es lanzarse al abismo de lo desconocido con una fe ciega en que Alguien más grande lleva las riendas.

Es creer que esa vida que duerme entre nuestros brazos pertenece, antes que a nosotros, al mismo Dios que lo ha llamado por su nombre. Y esa fe, tan esencial en la crianza, también es el motor de la Misa.

Porque la Misa, lejos de ser un acto mecánico o un ritual vacío, es un encuentro con el Misterio. Es un acto de entrega, de sacrificio, de contemplación, de adoración, de asombro. Es el lugar donde lo humano se funde con lo divino.

La Misa hay que vivirla

Si reducimos la Misa a un ejercicio intelectual, algo que «comprender», nos perdemos su esencia. Imagínate intentar explicar una sinfonía de Mozart a través de palabras, diseccionando cada nota como si fuera un manual de instrucciones. ¡Imposible!

La música, como la liturgia: se experimenta, se vive. Es por eso que la Misa no es como una conferencia académica, donde solo los que tienen la capacidad de seguir argumentos complejos pueden participar.

 La Santa Misa es inclusiva por naturaleza.

Es para el niño que apenas empieza a balbucear, para el anciano que reza en silencio, para el discapacitado físicamente y para el que cree tenerlo todo resuelto. Porque la esencia de la Misa no está sólo en las palabras, sino en los gestos, los signos, los símbolos. Y ese conjunto habla a todos, incluso al más pequeño.

Los niños y la Misa: una escuela del corazón

Observa a un niño pequeño en la Misa. Mira cómo fija sus ojos en el altar, cómo sigue con curiosidad los movimientos del sacerdote, cómo escucha el eco del coro o se maravilla con el incienso o las velas.

No, no entiende lo que es la transubstanciación ni el significado de la colecta. Pero eso no importa. Porque lo que está aprendiendo no se explica con palabras.

Está aprendiendo que esto importa. Que este acto de adoración, tan solemne y tan lleno de belleza, es algo que trasciende su comprensión pero no su corazón.

Negarles este contacto temprano con el Misterio es negarles el acceso a una verdad fundamental: que Dios se comunica de muchas formas, y no todas pasan por el intelecto. Dios también habla a través de los sentidos, del asombro, de la belleza.

El misterio de la Eucaristía: el centro de todo

La Misa gira en torno a un momento central, un momento que desborda nuestro entendimiento pero llena nuestro ser: la Eucaristía. Cuando el sacerdote pronuncia las palabras «Este es mi cuerpo» y «Esta es mi sangre», algo inaudito sucede.

Cristo se hace presente, no como un recuerdo distante, sino aquí y ahora, de forma real, bajo las especies de pan y vino.

Como dijo Santo Tomás de Aquino, la Eucaristía es la «consumación de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos».

En ese instante, el cielo y la tierra se tocan. El altar se convierte en el Calvario, y nosotros somos testigos del sacrificio redentor de Cristo. Pero no solo eso. También somos invitados al banquete, a la comunión, a unirnos íntimamente con él y con los demás. Y este gesto de partir el pan y compartirlo no es solo un acto simbólico. Es una realidad que nos transforma.

La estructura de la Misa no es un capricho, sino un viaje espiritual cuidadosamente diseñado. Primero somos nosotros que caminamos hacia Cristo. Comienza la antífona de entrada, con el acto penitencial, ese momento en el que nos reconocemos pequeños, caídos, necesitados de misericordia. Es un instante de vulnerabilidad que nos prepara para recibir la gracia. Luego viene el Gloria, ese himno de alabanza que eleva nuestras almas y nos conecta con los coros celestiales. Las lecturas y el Evangelio nos colocan frente a la Palabra viva, esa Palabra que no solo ilumina nuestras vidas, sino que las transforma.

Se dan otra serie de pasos, ofertorio, Santo hasta culminar en la consagración. Ese momento sublime en el que nos arrodillamos no solo físicamente, sino también espiritualmente, ante el misterio del amor hecho carne. A partir de aquí es Cristo quien camina hacia nosotros. Al final, al recibir la comunión, nos damos cuenta de que este no es un acto individualista, sino comunitario. Somos uno con Cristo y uno con los demás.

La Misa: fuente y cumbre de la vida cristiana

San José María Escrivá lo dijo con claridad: «La Misa es larga porque tu amor es corto».

La Misa es un acto de amor, un encuentro con el amado. Es la fuente de donde brota nuestra vida cristiana y la cumbre hacia la que todo se dirige.

Es el lugar donde ofrecemos nuestra vida entera a Dios y donde recibimos su vida a cambio.

Al final, no vamos a la Misa para «entenderla» o «cumplir».

Vamos a la Misa porque nos encontramos con Cristo.

Porque en su casa, en ese espacio sagrado, experimentamos el misterio del amor divino. Y al hacerlo, al comulgar, nos convertimos algo más en Cristo

La Misa nos invita a ser, poco a poco, más como Cristo. Y eso, sin duda, lo cambia todo.

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