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La realidad del homosexualismo político

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Existen unas diferencias necesarias que es preciso mostrar de buen principio para evitar toda confusión. Una cosa es la homosexualidad, consistente en la atracción física, afectiva, sentimental y, sobre todo, sexual hacia individuos del mismo sexo. Otra distinta la de las identidades sexuales LGBTI i queer, una ideología que transforma aquella atracción individual en una identidad política colectiva. Y aún queda la tercera derivada, la del homosexualismo político, que consiste en la traducción de la ideología de las identidades en políticas públicas de transformación de la sociedad y de las instituciones del estado, para lograr que sea acorde con su específica visión del mundo.

Y el problema y conflicto político radical se encuentra en esta acción y en la ideología que la alimenta. Porque resulta falso que el reconocimiento de lo que plantean, que nada tiene que ver con la dignidad y los derechos de la persona homosexual, iguales que los heterosexuales, no altere la vida presente y futura de la sociedad, de la mayoría de las personas; lo hace y en gran medida.

Ya lo han hecho con el matrimonio homosexual, que además califican como “igualitario” (lo que presupone que el matrimonio entre un hombre y una mujer no lo es), al alterar su fin que era y es el que precisamente la etimología de su nombre define: “matris munium«, que viene a significar «cuidado de la madre por el marido/padre», en tanto se consideraba que la madre era la que contribuía más a la formación y crianza de los hijos. O también «matreum muniens«, expresando la idea de defensa y protección de la madre, implicando la obligación del hombre hacia la madre de sus hijos. Todo esto ha desaparecido o es marginal en la concepción matrimonial en los países que han legalizado el matrimonio homosexual.

Pero, siendo lo anterior muy importante, no se detiene aquí la transformación de la sociedad que está promoviendo el homosexualismo político. Y nada mejor que las palabras de los que están comprometidos con esta visión para dar fe de ello.

Como cita Alex Maroño Porto en “Cómo el sexo cimentó (y estigmatizó) a la comunidad gay” (El País, Ideas; 22-09-2024): “Somos la avanzadilla, lo que tenga que ver con la sexualidad que está pasando en este momento con los gais, en dos décadas va a pasar a la población heterosexual”. El sexo como núcleo, principio y fin: “el sexo… es algo central para nosotros”. Tanto es así que “en el caso de los hombres queer el sexo ha podido llegar a servir como catalizador en la formación de comunidad”.

Lo que forma la relación y estructura la sociedad es la relación sexual, que además debe estar abierta a toda posibilidad u ocasión, incluido, por descontado, la fugacidad y la promiscuidad, como señala esta nueva citación que aparece en el texto referenciado “Todo ese sexo furtivo, que ocurría en baños y espacios escondidos, pudo integrarse en instituciones reales: bares gais, saunas y clubes de sexo”.

La comunidad del homosexualismo político se estructura en torno a aquellos lugares y ocasiones que hagan posible su práctica sin restricciones. Toda consideración adversa a tal visión de la vida personal y colectiva es considerada moralista en el mejor de los casos -el del autor del artículo citado- y un homófobo en el peor.

Desde la perspectiva del homosexualismo político “el sexo recuperó -a partir de los cambios introducidos- su lugar histórico como herramienta relacional, provocando una revolución cultural, que ha legitimado socialmente las prácticas… más allá de la monogamia”. Es la constatación clara de una revolución cultural; esto es también moral, un “darle la vuelta”, que ese es el sentido etimológico de revolución, que se traduce en objetivos a alcanzar mediante la hegemonía cultural y su consecuencia, las políticas públicas. Es lo que está sucediendo con la enseñanza en la escuela, en especial la pública, donde lo homosexual y lo queer, ligado sobre todo a lo transexual, se han convertido en adoctrinamiento de niños y adolescentes, a caballo de la particular interpretación que se hace de la “diversidad”.

El texto de referencia señala que las relaciones abiertas y fuera de la pareja forman parte de la visión queer, todo y considerando además que, en este tipo de relaciones el ideal monógamo es poco viable, por cuanto “los hombres tienen más deseos sexuales que las mujeres, siempre quieren más parejas sexuales”. Algo que nuestra cultura occidental y su matriz cristiana ha encauzado en la visión normativa de la fidelidad conyugal y la educación para cumplir con ella; su consideración como virtud.

Esta concepción constituye el estadio superior de la desvinculación en Occidente, por cuanto ya es en la mayoría de sus sociedades el estándar cultural y moral, el marco de referencia que preside en sentido de la relación entre heterosexuales, porque como citaba al principio, lo gay prescribe y anticipa lo hetero. Y es así porque incide en una de las mayores fuerzas de la naturaleza humana: el sexo. Ahí es nada que consideres que dejándolo libre de todo límite, compromiso, consecuencia, norma o creencia, te realizas al máximo nivel.

La sociedad que nos están construyendo en nada se parece a la que creemos que vivimos. En la sociedad del homosexualismo político, el sexo es la cuestión central y toda gira en torno a él, incluidas las relaciones oportunistas, fugaces y promiscuas. En su visión consagra una diferencia inconmensurable más, a las que añade el feminismo de género en la polarización conflictiva entre hombre y mujeres. En el caso gay, la consideración de que “los hombres tienen más deseo sexual… quieren más parejas que las mujeres”.

En esta configuración de vida, el horizonte de futuro más allá de uno mismo no existe, desaparece la idea del hijo y del compromiso de uno mismo con el pasado y el futuro de su país. Solo cuenta el ahora más rabioso y la urgencia sexual.

El matrimonio como compromiso firme y estable, que permite tener hijos y educarlos, desaparece de los acuerdos fundamentales de la sociedad; es una cosa, en todo caso de algunos, y a condición de que no interfiera con la concepción queer de relaciones sexuales. En otros términos, las políticas públicas han de facilitar esto último y dejar de lado las condiciones que favorecen el vínculo matrimonial y familiar. En eso estamos ahora.

La cultura cristiana sobre el sexo, el matrimonio la familia, la descendencia, es totalmente incompatible con esta ideología y política, que es la del poder.

Las consecuencias de todo ello son brutales. Unas son ya una evidencia, como muestra la primera relación sexual entre adolescentes que se ha avanzado en su valor medio a los 16 años, o la magnitud de los abortos, que en Cataluña ya significan el 39% de los nacimientos, casi una tercera parte en el conjunto de España, o la brutal cifra de delitos contra la libertad sexual y su velocidad de crecimiento: 21.580 en 2023 por 12.136 en 2017.

Otras evidencias empiezan a manifestarse, como la creciente polarización entre hombres y mujeres, un peligro para la sociedad de dimensión histórica; como lo es otro en ciernes: la proliferación de la soledad no deseada combinada con un elevado grado de envejecimiento de la sociedad y las consecuencias de todo tipo que esto depara.

Nuestra crisis como sociedad, el declive Occidental y los coletazos crecientes de la reacción a sus causas, tiene mucho que ver con el homosexualismo político.

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