Con todo lo que está pasando, Dios nos está haciendo rezar. Cada uno a su ritmo, con su vocación particular, pero debemos parar un poco y rezar. No estamos solos. Los que rezamos y los que no, estamos admirados por la rápida respuesta de los grupos de oración y solidaridad que surgen por todos lados para afrontar esta pandemia, cristianamente o con un corazón de buena voluntad, que la Iglesia siempre admira en los que no creen en el Dios verdadero.
Estamos juntos, cada uno como un eslabón de la misma cadena o mejor un poliedro (por usar una expresión del Papa Francisco), formando la comunión de los santos. Hay que tratar por todos los medios de que no cunda el pánico, que es mal consejero. Luchemos activamente y a la escucha para mantenernos tranquilos en la medida de nuestras posibilidades, esforzarnos por responder con fe a este reto que nos atemoriza porque parece insalvable. Permanezcamos recios y solidarios; más aún, eso que la doctrina cristiana llama caridad. Debemos conseguir que en estos momentos nadie se sienta solo, porque de momento no se nos ha cortado toda la comunicación.
No cedamos al miedo sumergidos en la oscuridad de la soledad no buscada a la que nos pueden encaminar los acontecimientos y el confinamiento. No olvidemos que Dios no nos ha puesto en este mundo para sufrir, sino para ser felices buscándole a Él. Como el ser humano es un ser caído, pecador, pierde fácilmente los papeles y yerra en la elección. Esa búsqueda tiene tantos más caminos que personas, porque cada persona tiene ante sí diversas alternativas que le ofrece la vida. Por eso tenemos el peligro de errar y erramos, cuando no actuamos por fe y no cumplimos la voluntad de Dios. Insistamos en que el camino que Dios quiere para nosotros es que le sigamos a Él, que le amemos. Lo afirma nuestro Hermano mayor, que tomó la carne para ser nuestro Redentor: “La obra que Dios quiere es esta: que creáis en el que Él ha enviado” (Jn 6,29).
Jesucristo es rotundo en sus declaraciones apocalípticas. Una nos viene al caso: “Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ningún adversario vuestro” (Lc 12,14-15). Es algo para lo que debemos prepararnos a nosotros mismos y entre nosotros desde ya. Permanezcamos en oración, eso es, en sintonía con el amor de Dios, y Él, en su momento, como la cosa más normal del mundo, suscitará profetas de entre nosotros. Será en el momento justo, el oportuno para sus planes, que son los que nos llevan a gustar del Cielo ya antes de la muerte. Lo atestiguan tantos y tantos pasajes de la Biblia. Dios nunca deja solo al Pueblo fiel que Él guía con mano firme pero amorosa.
Ya estamos confinados en casa por la pandemia. Dios quiere que obedezcamos a las autoridades civiles y eclesiásticas. Hasta el acceso a nuestras eucaristías y celebraciones comunitarias está limitado. “Desearéis vivir un día con el Hijo del hombre, y no podréis”, avanza Jesucristo en el Evangelio (Lc 17,22).
Ricos y pobres. El virus no entiende de discriminaciones. Todos estamos atados cada día más. Por eso es importante mantenernos libres de movimientos con nuestra alma en sintonía con nuestro Creador, que, si le somos fieles, nos dará en todo momento lo que más necesitamos. Todo encaminado a nuestro mayor bien, como personas y como Pueblo fiel y como sociedad humana.
No se trata de ser apocalípticos, pues ya estamos sobre aviso hace veintiún siglos, y los primeros cristianos ya se sentían inclinados a serlo. Por eso, vivamos preparados en todo momento. No es ahora, con el coronavirus, que está a la vista. Hace ya mucho que observamos que los signos se van ya acumulando, y todos ligan entre sí. Porque nos venden este mundo y este modelo de sociedad como si fueran los mejores, y vemos que tienen muchas ventajas, pero más inconvenientes conforme avanzamos en la imposición discriminatoria del modelo por parte de los que pretenden imponérnoslo.
El problema mayor es que estamos ya habituados a oír noticias de hambres, pestes y guerra, y ya vamos siendo, aunque muy lentamente, muy conscientes de que todo ese mal lo provocamos con nuestra soberbia y prepotencia. Solo reaccionamos ahora que nos toca a nosotros. Aunque llegamos algo tarde, siempre podemos rectificar, mientras tengamos vida, porque el Dios del Amor nos espera para darnos su abrazo de vuelta (Cfr. Parábola del hijo pródigo: Lc 15,11-32).
Jesucristo se nos anticipa, para afianzarnos la fe, no para que vivamos atemorizados. “Vais a oír noticias de guerra, hambres, pestes (…). Es necesario que sucedan primero estas cosas” (Lc 21,9). “Esto será el principio de los dolores” (Mc 13,8). “Entonces comenzarán a decir a los montes: ‘Caed sobre nosotras’; y a los collados: ‘Sepultadnos’. Porque si en el leño verde hacen esto, ¿qué se hará en el seco?” (Lc 23,30). “Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo” (Lc 21,26). Y desearán morir y no podrán, porque la muerte huirá de ellos (Cfr. Apc 9,6).
Mantengámonos serenos como podamos, pues no por más anticipar problemas los evitaremos. Actuemos prudentes y resilientes, siempre dando amor a quien tenemos al lado, puesto que el Amor es la plenitud de la Ley, como afirma Jesucristo y repite san Pablo (Cfr. Mt 22,36-40 y Rom 13,10). No sabemos el día ni la hora, y por tanto no sabemos si toca ahora (Cfr. Mt 25,13). Lo que sí sabemos es que debemos estar preparados, como los criados cuando están en vela esperando a que su señor vuelva (Vid. Parábolas del siervo fiel y del administrador prudente: Mt 12,42-51). “El Hijo del Hombre volverá a la hora que menos penséis” (Lc 12,40). “Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría” (Jn 16,20).
“Entonces verán al hijo del hombre venir sobre una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación” (Lc 21,27-28). “Os aseguro que no me volveréis a ver hasta que llegue el día que digáis: ‘Bendito el que viene en nombre del Señor’” (Lc 13,35). Así sea, “Amén. Ven, Señor Jesús” (Apc 22,20). “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel!” (Jn 12,13).
En efecto, nuestro Salvador volverá en persona y lo ordenará todo. Pero de momento podemos hacerlo venir en espíritu, cada día, cumpliendo nuestra obligación, con nuestras propias manos y con nuestras fuerzas. “Cuida el orden para que el orden cuide de ti”, dice san Agustín. Así vivirá entre nosotros y con y en nosotros. ¡Sea nuestra vida de paz!, para que todo pase. Que pasará. Palabra de Dios.
Estamos ya habituados a oír noticias de hambres, pestes y guerra, y ya vamos siendo, aunque muy lentamente, muy conscientes de que todo ese mal lo provocamos con nuestra soberbia y prepotencia Share on X