Un sacerdote de 38 años del Arzobispado de Rouen en Francia se habría quitado la vida en la parroquia en la que estaba al cargo tras estar implicado en una acusación no formal de supuestos abusos sexuales. El sacerdote Jean-Baptiste Sébe, se suicidó en el interior de la iglesia Saint-Romain, según medios franceses.
El motivo es que hace tres años una joven feligresa mayor de edad se sentó en sus rodillas y él le preguntó si llevaba a veces liguero en las piernas. Después no hubo más relación entre ellos y la familia no denunció formalmente al sacerdote ante la policía.
Jean-Baptiste Sébe habló entonces con el obispo, que le comentó que continuara con su labor sacerdotal. La madre de la supuesta víctima había transmitido al mismo arzobispo de Ruán, Dominique Lebrun, que Sébe había tenido “comportamientos indecentes y de agresión sexual”. Después del suceso el obispo dijo que suponía un drama amplificado porque era sacerdote.
“No comprendemos para nada este gesto, aunque yo sé que pasaba un mal momento”, escribió en una carta abierta monseñor Lebrun.
Una presión injusta
La realidad es que alrededor de los sacerdotes se está produciendo una presión extraordinaria e injusta. Este caso no tiene nada que ver con la pederastia ni nada parecido. No hubo abuso sexual y la chica no era menor, en todo caso lo que hubo fue una ligereza, una ligereza no puede compararse nunca a una culpabilización tan importante que lleve a la víctima al suicidio.
La presión sobre los sacerdotes en estos momentos es desmesurada e injusta. Además, sorprendentemente esa presión proviene de una sociedad que está fuertemente sexualidad. Una sociedad que exige una excelencia ética que ella misma no cumple.