Aquellos cuyas familias han sufrido las consecuencias de las grandes guerras del siglo pasado en Europa, los que no hemos olvidado estas lecciones y aún tenemos viva en la memoria la amarga experiencia que oímos contar a nuestros mayores, sabemos que las atrocidades bélicas nos amenazan a todos, somos plenamente conscientes de que, en caso de guerra, todos podemos ser víctimas de padecimientos extremos y que pueden serlo también nuestros seres más queridos.
Lo que hemos leído y visto incontables veces en los periódicos y en los informativos de la televisión, desde Vietnam hasta Gaza, pasando por Ruanda, el Irak, Bosnia y mil horrores más, puede ser dentro de muy, muy poco tiempo nuestro propio destino personal, si no somos capaces de cambiar el curso belicista por el que se está deslizando Europa. El hambre, la destrucción de nuestras ciudades y nuestras viviendas, el desamparo, la muerte, las epidemias, las violaciones, la tortura, el pánico, el destierro en masa… Todo eso puede sucedernos también a nosotros, y muy pronto, si no somos capaces de hacer valer nuestro derecho más importante, el derecho a la paz, y de obligar a los poderosos a cambiar de rumbo.
No hay ninguna guerra que ganar, pues en las guerras apenas hay ganadores
No hay ninguna guerra que ganar, pues en las guerras apenas hay ganadores. Todos los que sufren sus consecuencias, aunque crean estar en el bando vencedor, son perdedores. En el caso de que llegáramos a una tercera guerra mundial (¡y estamos más cerca de ello que nunca!) las armas nucleares podrían acabar con toda forma de vida en el planeta. Es algo a lo que, de tanto oírlo, apenas prestamos atención. Pero es una amenaza real y mucho menos lejana de lo que sentimos subjetivamente.
En España, muy distraída la ciudadanía con las andanzas del “honorable” Puigdemont, con los profundos enamoramientos del señor Sánchez, con imaginativas memorias históricas, con pintorescas amnistías y otros muchos trapicheos, parece que nadie se toma muy en serio el agudo riesgo de guerra mundial que planea sobre Europa.
En países con incorregible tradición guerrera, como Francia o Alemania, políticos tanto del gobierno como de la oposición hablan abiertamente de la necesidad de “prepararse para la guerra”, lo que en verdad quiere decir preparar la guerra. Los gastos militares se desbocan, las industrias del armamento están aumentando su producción de modo inusitado, la exportación de armas y municiones para apoyar a “aliados” o “amigos” envueltos en conflictos bélicos (Ucrania, Israel, etc.) alcanza niveles nunca vistos y el tono frente a los presuntos enemigos se vuelve cada vez más agresivo e irreconciliable, como si se quisiera quemar las naves, haciendo así imposible la paz e inevitable el conflicto bélico.
Las voces críticas son tratadas como sospechosas, amenazadas y sistemáticamente desacreditadas, mientras que expresiones como “traición a la patria” para designar a ideas divergentes de la posición oficial se vuelven cada vez más habituales en el discurso público, algo impensable hace muy pocos años. La crispación y el cada vez más opresivo clima prebélico son más que alarmantes.
¿Es esta la Europa que deseábamos, la Europa unida y sin violencia que debía surgir del fin de la Guerra Fría?
Mientras tanto, los medios de comunicación repiten a coro las consignas guerreras y la ciudadanía, pasiva como nunca, parece no entender lo que está sucediendo ni ser capaz de reaccionar para salvar la paz, es decir, para salvarse a sí misma.
Desgraciadamente, los cristianos, los católicos, que deberíamos ser los primeros en salir en defensa de la paz, no damos ningún buen ejemplo.
El papa Francisco I ha hecho llamamientos acuciantes a mantener la paz, a negociar, a evitar derramamientos de sangre, a buscar la reconciliación. La respuesta de los católicos a esta llamada es deplorable. A la inmensa mayoría este clamor parece haberle entrado por un oído y haberle salido por el otro. Ni los fieles ni sus obispos, salvo muy raras excepciones, han elevado su voz para expresar su apoyo al pontífice. Ni desde las parroquias, ni desde los episcopados, ni desde los movimientos católicos, ni desde las congregaciones e institutos de vida consagrada, ha habido iniciativas públicas, fueran piadosas, fueran de carácter cívico, con el fin de expresar soporte a Francisco I y de luchar por la paz.
Las conferencias episcopales, cuya voz sigue siendo escuchada y que en este asunto han tenido la ocasión de recuperar parte del mucho prestigio y autoridad moral perdidos en los últimos años, prácticamente no han reaccionado o lo han hecho con lamentable tibieza.
Pero mucho peor aún que esconder la cabeza (que ya es malo) es lo que hemos visto en el catolicismo alemán
Pero mucho peor aún que esconder la cabeza (que ya es malo) es lo que hemos visto en el catolicismo alemán: periódicos programáticamente católicos han criticado la posición de Roma y asumido la defensa de las tesis políticas que sustentan el belicismo en boga; representantes oficiales de los católicos laicos alemanes se han manifestado abiertamente contra los llamamientos del papa; el episcopado alemán con su silencio o, en el mejor de los casos, con su apenas tibia adhesión no ha actuado mejor, mientras que, sin contradecir explícitamente al papa, justificaba abiertamente el discurso político favorable al armamentismo y al belicismo disfrazándolo con ropajes pseudomorales.
El peor espectáculo, sin embargo, lo han dado algunos políticos que se dicen católicos y que al mismo tiempo se lucran sin rubor en las industrias armamentísticas, azuzan el odio y la discordia entre las naciones y desde posiciones muy diversas (liberalismo, izquierda, derecha, etc.) recurren sin pudor al populismo y a la demagogia para promover el belicismo.
Soy consciente de que más de un lector me echará en cara un patetismo y un alarmismo exagerados
No hay forma más elemental y necesaria de defensa de la vida que la defensa de la paz y el repudio de la guerra. Soy consciente de que más de un lector me echará en cara un patetismo y un alarmismo exagerados. A mí mismo me disgusta grandemente releer este texto y no hallar mejor forma de expresarme, no hallar otros términos. Habría preferido mil veces poder escribir un artículo mucho más plácido, mucho menos drástico y apremiante. Pero resulta que aunque sea desagradable y molesto, los peligros graves e inminentes también existen y dar cuenta de ellos es deber fundamental de todo medio de comunicación que se precie.
A nadie le gusta que la campanilla estridente del despertador lo arranque de un sueño placentero. Pero mucho peor es quedarse dormido y despertar demasiado tarde…
La otra defensa de la vida (1)
El papa Francisco I ha hecho llamamientos acuciantes a mantener la paz, a negociar, a evitar derramamientos de sangre, a buscar la reconciliación. La respuesta de los católicos a esta llamada es deplorable Share on X
2 Comentarios. Dejar nuevo
Es un artículo muy necesario. Hay poderes que fomentan la guerra sin tener en cuenta las consecuencias
Muy buen artículo y precisamente de un extranjero no español. El principal problema en la guerra de Europa es la pretendida «independencia» de Ucrania que no tiene ningún motivo de liberación de esclavitud, el Zelenski en nada se parece a un Espartaco, y la pretendida independencia es a favor del orgullo nacional ucraniano, y para este «orgullo» no valen tantas víctimas en la batalla.