La obsesión de López Obrador por el poder, por su poder, no conoce límites. Dicha obsesión es enfermiza. Todo lo que no se ajusta a sus augustos deseos lo pretende destruir, y aquello que le resiste es calificado de inmediato como enemigo de su “histórica” transformación, y lo acusa, sin prueba alguna, de corrupción, trátese de jueces, de magistrados, de periodistas, de consejeros del Instituto Nacional Electoral (INE), de abogados, de empresarios o de científicos. “Quieren seguir robando”, dice machaconamente, sin aportar prueba alguna de su dicho. El colmo: acusó a todos los diputados de la oposición, que no aprobaron su iniciativa para hacer de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), un monopolio en la energía eléctrica, de traidores a la Patria.
Me imagino que, cuando empezó a adquirir notoriedad en la política mexicana, si no es que antes, López Obrador se pensó instalado en Palacio Nacional, como un niño que juega al poder y se mete, a codazos, entre los que partían y repartían el pastel; allí donde vivía el entonces todopoderoso PRI. Allí disfrutó de las primeras mieles del poder, poder obtenido, la mayor parte de las veces, con trampas, con fraudes y con mucho dinero, el de las inagotables arcas gubernamentales, es decir, de los contribuyentes. Esto de usar el dinero ajeno para alimentar su ambición de poder lo debe haber sentido Andrés Manuel López Obrador (AMLO) tan suyo, tan natural como respirar, más ahora que tiene todo el poder.
¿De dónde adquiere entonces López Obrador su manía de ostentarse como el paladín anticorrupción?
No es necesario consultar a ningún psiquiatra. Un ejemplo de la vida cotidiana lo ejemplifica mejor que cualquier psicólogo: Supongamos que un ladrón (AMLO) le roba la cartera a un ciudadano y éste, al darse cuenta de que le han robado, voltea a ver a quien tiene más próximo, pero éste, al verse descubierto, grita: ¡Al ladrón! ¡Al ladrón! Señalando a lo lejos a un ladrón imaginario, mientras corre detrás de él sin intención de detenerlo. Todos los días, desde su púlpito mañanero, señala al ladrón con dedo flamígero, ladrón que nunca es detenido. Bueno, sí, ladrones imaginarios o reales que son incómodos o le sirven de coartada para su “cuarta transformación”, ya duermen en la cárcel.
Ese fue el ambiente de su deformación política, porque el de su formación profesional debe haber sido un ambiente muy difícil y doloroso, ya que tardó 13 largos años en terminar su licenciatura en Ciencias Políticas en la UNAM. Es evidente que su paso por la universidad lo único que le dejó fue su mediocridad intelectual (13 años de reprobar y reprobar) y su tendencia muy cómoda de refugiarse en la izquierda, sin entender, bien a bien, lo que ello significa. Su visión simplona de defensor ardiente de la Leyenda Negra de la historia de España y de Hispanoamérica, se la debe al PRI y al Libro de Texto Obligatorio y Gratuito, que debe haber cursado en la escuela oficial en primaria y secundaria.
Yo conocí a Andrés Manuel López Obrador en el primer trienio de su sexenio (2000 -2006)
Yo conocí a Andrés Manuel López Obrador en el primer trienio de su sexenio (2000 -2006), del 2000 al 2003, cuando él era jefe de Gobierno del Distrito Federal (hoy Ciudad de México) y yo era diputado presidente de la Comisión de Hacienda de la Asamblea Legislativa del D. F. Me di cuenta de que, aparte de su agenda estrictamente politiquera, es decir, del poder por el poder, AMLO tenía una agenda oculta que le servía de “alibi”, de pretexto para mandar sobre las huestes de izquierda de la capital mexicana y, después, de todo el país. Me refiero a lo que es más importante para la nueva izquierda mundial: la ideología destructora de la vida, de la familia, de la libertad educativa y otras “superestructuras” del estado burgués (Karl Marx, Manuscritos Económico-filosóficos de 1844).
No quiero decir, porque él mismo no lo sabe, que AMLO impulse esa ideología per se. Él es muy limitado, cultural e intelectualmente, es esclavo de su obsesión por pasar a la historia. Debido a eso, López Obrador se ha convertido, desde hace muchos años, en un instrumento dócil de esa agenda con tal de que la izquierda le apoye en su ambición de poder. De hecho, en algunas de las entrevistas que obligadamente yo tuve con él, con motivo de la discusión sobre las finanzas de la Ciudad de México, me interesaba saber (cambiando el tema de las finanzas públicas por otra conversación) su opinión sobre el mal llamado “matrimonio homosexual” o el aborto, ideas que ya en aquellos años empezaban a circular como parte de la agenda de la izquierda en la Asamblea Legislativa de la Ciudad de México. Me contestaba, invariablemente, que esa agenda no era su prioridad, pero si los diputados a la Asamblea lo aprobaban, él respetaría su decisión. En esto consiste su segunda agenda; la primera, ya lo sabemos, es la destrucción de la economía del país, con el pretexto de que es “neoliberal” y “conservadora”.
Quince años después, en el primer año de gobierno de López Obrador, de 2018 a 2019
Quince años después, en el primer año de gobierno de López Obrador, de 2018 a 2019, algunos de los diputados federales y de los senadores más radicales que lo acompañaron en su aventura electoral, presentaron varias iniciativas que buscaban despenalizar el aborto y promover el “matrimonio igualitario” en todo el país. Sin embargo, a pregunta expresa de algunos reporteros, el presidente dijo que esa no era su prioridad, lo cual desinfló los ánimos de los promoventes. Aparentemente, y por el momento, la causa en contra de la vida y de la familia había fracasado. Los diputados y senadores de Morena, el partido del presidente, del PT y del Verde, siguieron insistiendo con innumerables iniciativas, en los años siguientes, hasta la fecha, las cuales no han prosperado. Lo mismo pasó con la “Ley de niños Trans” que promovió Morena, su partido, con la complicidad de otros de sus satélites en el Congreso de la Ciudad de México.
En otro escenario, sin embargo, las cosas han sido más favorables a Morena y a sus aliados: en los congresos de los estados, en donde el partido de López Obrador y sus satélites son mayoría, y en otros en los que no la tienen, han presentado iniciativas similares para despenalizar el aborto y aprobar el “matrimonio igualitario”, con diferentes resultados, porque también cuenta con significativas victorias la cultura de la vida. Empero, soto voce, sigilosamente, algunos congresos de los estados se han incorporado a la agenda de la muerte del niño por nacer. Estos son: además de la Ciudad de México, Oaxaca, Hidalgo, Veracruz, Baja California, Colima y Sinaloa.
¿Por qué López Obrador no ha dicho nada a este respecto, si ha declarado que el aborto y otros temas contra la familia no están en su agenda?
¿Por qué López Obrador no ha dicho nada a este respecto, si ha declarado que el aborto y otros temas contra la familia no están en su agenda? ¿Por qué en el Congreso de la Unión AMLO ha ordenado a su partido que a sus iniciativas no se les debe cambiar ni un punto, ni una coma, y en cambio en lo que respecta a los congresos locales les ha dado plena libertad? La respuesta puede estar relacionada con las impresentables alianzas que ha construido a través del tiempo y que son baluartes de su poder: Antiguos compañeros de partido, del PRI, y militantes de izquierda, comunistas y socialistas, que han sostenido un discurso de odio imitando a su mesías tropical, que está empeñado en dividir a la sociedad mexicana en buenos y malos. Estos compañeros de viaje le están cobrando la complicidad en sus campañas electorales y, ahora, en su mediocre gobierno, tratando de imponer una agenda que obedece a sus intereses ideológicos.
Independientemente de su insidiosa acción en los congresos de los estados contra la vida y la familia, los agentes de Morena tienen la intención de reformar el sistema educativo nacional para apoderarse de la conciencia de la niñez y de la juventud mexicanas, imponer la ideología de género en la escuela pública, suprimir las evaluaciones escolares, suprimir los grados escolares y las asignaturas, etc. López Obrador no es el autor sino el pelele de esta agenda. Alguien lo ha estado “asesorando” para imitar a Plutarco Elías Calles y su “grito de Guadalajara”, en el que urgía al presidente Lázaro Cárdenas (el autor, según AMLO, de la tercera transformación histórica), en 1934, a “apoderarse de las conciencias de la niñez y de las conciencias (sic) de la juventud, que son y deben pertenecer a la Revolución” (Archivo de la Universidad de Guadalajara).
López Obrador dijo algo similar, recientemente: Hay que conquistar las conciencias de la niñez, para cumplir con la cuarta transformación de México. Sí, “educar” a la niñez y a la juventud en el odio al que piensa diferente, en el pensamiento único y, por supuesto, en la mediocridad y en la ineptitud, que es la insignia del gobierno de López Obrador.
López Obrador se ha convertido, desde hace muchos años, en un instrumento dócil de esa agenda con tal de que la izquierda le apoye en su ambición de poder Share on X