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La moralidad en la Era de la Posverdad: un diálogo entre Platón y la sabiduría de Aïvanhov

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Vivimos en la era de la posverdad, donde los relatos y las apariencias parecen haber desplazado a los valores tradicionales y a la búsqueda de la verdad. En este contexto, la obra de Platón, especialmente en La República, resulta más relevante que nunca. A través de los tres mitos que presenta—el anillo de Giges, el mito de la caverna y el mito de Er—Platón nos invita a reflexionar sobre la justicia, la verdad y las consecuencias de nuestras elecciones. Al unir estas enseñanzas con las profundas palabras de Omraam Mikhaël Aïvanhov, encontramos una guía para volver a priorizar los valores auténticos que la humanidad necesita recuperar.

El Anillo de Giges: la tentación de la corrupción

El mito del anillo de Giges plantea una pregunta inquietante: ¿sería alguien justo si supiera que puede actuar sin ser visto ni juzgado? Según Glaucón, el hermano de Platón, la respuesta es negativa; argumenta que cualquier persona, al tener la oportunidad de ser invisible, cedería a la corrupción y actuaría injustamente para su beneficio personal.

Platón nos advierte que la verdadera justicia no depende de la vigilancia de otros, sino de un compromiso interno con el bien común.

En la era de la posverdad, este mito resuena poderosamente. Hoy, las redes sociales y los relatos manipulados a menudo se convierten en un «anillo de invisibilidad», permitiendo que las personas distorsionen la realidad y escondan sus intenciones. El relato se vuelve más importante que la acción, y la moralidad es desplazada por la apariencia. Sin embargo, Platón nos advierte que la verdadera justicia no depende de la vigilancia de otros, sino de un compromiso interno con el bien común.

El Mito de la Caverna: la luz de la Verdad y la responsabilidad de compartirla

El segundo mito, el de la caverna, nos describe a los prisioneros encadenados que solo ven sombras en una pared, creyendo que esa es la realidad. Uno de ellos logra liberarse, ve la luz del sol y comprende la verdad. Pero Platón deja claro que este conocimiento no es un privilegio para quedarse con él, sino una responsabilidad. El que ve la luz tiene el deber de regresar a la caverna y ayudar a liberar a los demás, aunque esto implique riesgo y sacrificio.

En la sociedad de la posverdad, donde la verdad está subordinada a las narrativas convenientes, esta enseñanza es esencial. Reconocer la verdad significa tener la valentía de defenderla y de guiar a otros hacia ella, incluso si somos rechazados o atacados.

Como señala Aïvanhov:

«Para traer el Reino de Dios a la tierra, se necesitan caracteres fuertes y no oficinas de información.»

El verdadero cambio no ocurre acumulando datos, sino cultivando valores como la honestidad, la bondad y la fraternidad.

El Mito de Er: Justicia y consecuencias más allá de esta vida

El mito de Er, que cierra La República, describe lo que ocurre después de la muerte. Según Platón, aquellos que han sido injustos en vida enfrentan un castigo en el más allá hasta que sus almas sean purificadas. Este mito subraya la idea de que la justicia no puede ser evitada indefinidamente; tarde o temprano, cada acción tendrá sus consecuencias.

Aïvanhov también resalta esta idea de justicia trascendental al afirmar:

«Los verdaderos diplomas no son papeles; están impresos en vuestro rostro, en vuestro cuerpo, en todo vuestro ser.»

En este sentido, el alma misma es el testigo y portador de las acciones de cada individuo. No es necesario esperar al juicio de otros o al final de los tiempos; nuestras virtudes y defectos se reflejan en la energía que proyectamos al mundo.

Valores para una nueva Vida: honestidad, bondad y generosidad

En un mundo donde los relatos tienden a confundir, las palabras de Aïvanhov nos recuerdan que el verdadero éxito no reside en títulos ni en logros materiales, sino en las cualidades que cultivamos en nuestro ser:

«Quien no sepa manifestar esas virtudes será considerado como inútil y hasta dañino.»

Esta afirmación nos insta a reconsiderar nuestras prioridades. En lugar de buscar reconocimiento externo o acumular méritos que la sociedad valora, debemos trabajar en nuestra capacidad de aportar paz, armonía y bondad. Así como el prisionero del mito de la caverna, debemos usar nuestras habilidades y dones para beneficiar a los demás.

El papel de los «Diplomas Celestiales»

Para Aïvanhov, los diplomas que verdaderamente importan no se encuentran en un marco en la pared ni se otorgan en ceremonias. Los diplomas auténticos son las virtudes que manifestamos en nuestra vida diaria:

«Si solo con poner vuestra mano en la espalda de una persona que está turbada, angustiada, lográis serenarla, es la prueba de que ya tenéis el diploma: el Cielo ya os lo ha dado.»

Estas palabras reflejan la esencia de lo que Platón describe en su visión de la justicia: no es un concepto abstracto ni un conjunto de reglas externas, sino una forma de ser que se traduce en nuestras acciones hacia los demás.

Reflexión final

En la sociedad actual, marcada por la posverdad y el relativismo, los mitos de Platón y las palabras de Aïvanhov nos ofrecen una brújula para regresar a los valores fundamentales. La justicia, la honestidad, la bondad y la generosidad son más que conceptos; son pilares de una vida plena y significativa. Como concluye Aïvanhov:

«Los verdaderos diplomas no son papeles; están impresos en vuestro rostro, en vuestro cuerpo, en todo vuestro ser.»

No falta la corrupción en nuestro tiempo, los más visibles son los políticos y gobernantes, empresarios y otros ricos. Quizá sea hora de abandonar los «anillos de Giges» de la era moderna, salir de nuestras propias cavernas y recordar que las cosas se ponen en su sitio al final, y las personas también: al final, nuestras acciones definen quiénes somos y lo que dejamos al mundo.

El texto completo de Aïvanhov es:

«En la nueva vida, la honestidad, la bondad, la generosidad, la paciencia, la armonía, la fraternidad… serán los valores más estimados. Quien no sepa manifestar esas virtudes será considerado como inútil y hasta dañino. Se darán diplomas al ser que con su comportamiento trabaje para aportar la paz y la armonía, y no al que pueda consultarse como una enciclopedia. Porque para traer el Reino de Dios a la tierra, se necesitan caracteres fuertes y no oficinas de información. Además, los verdaderos diplomas son dados por la naturaleza y solamente por ella. Si solo con poner vuestra mano en la espalda de una persona que está turbada, angustiada, lográis serenarla, es la prueba de que ya tenéis el diploma: el Cielo ya os lo ha dado. ¿Tenéis un don, un talento, una virtud? Es un diploma que os ha dado el Señor. Los verdaderos diplomas no son papeles; están impresos en vuestro rostro, en vuestro cuerpo, en todo vuestro ser. Si no lleváis sobre vosotros mismos un diploma vivo, hecho de emanaciones poderosas y luminosas, por mucho que tengáis todos los diplomas de la tierra, a los ojos de la naturaleza no seréis nada» (Omraam Mikhaël Aïvanhov).

Twitter: @lluciapou

En la sociedad actual, marcada por la posverdad y el relativismo, los mitos de Platón y las palabras de Aïvanhov nos ofrecen una brújula para regresar a los valores fundamentales Share on X

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