El hombre es deformado en su dignidad cuando se le considera como mera pieza de la economía, sea esta economía centralizada comunista o economía capitalista salvaje. En ambas economías sufre el ser humano una desfiguración que le convierte en sólo un engranaje de un mecanismo.
Y en ambos casos se da una concepción materialista del hombre, del que sólo interesa su aspecto de productor de bienes, o de consumidor de los mismos.
Pero el hombre aspira a una libertad plena, que le permita trabajar para vivir y no le constriña a vivir sólo para trabajar.
A aportar su trabajo con dignidad, sintiéndose feliz, dando un sentido a su labor de creación física o intelectual, y dejando en los objetos producidos su impronta personal.
Con libertad interior, con la que en la división social del trabajo aporta, realizándose, su colaboración a los demás miembros de la sociedad.
Con salvaguarda conciliación familiar para atender a su familia, sin tener que trabajar un número de horas agotador e inhumano.
Con posibilidades de disponer de espacio para su enriquecimiento cultural y espiritual.
Y resulta luminosa la enseñanza de S. Juan Pablo II sobre estas cuestiones en la Centesimus annus. Nos dice, por una parte, refiriéndose al socialismo totalitario en el número 13:
El error fundamental del socialismo es de carácter antropológico (de su concepción del hombre) Efectivamente, considera a todo hombre como un simple elemento y una molécula del organismo social, de manera que el bien del individuo se subordina al funcionamiento de mecanismo económico-social.
El hombre queda así reducido a una serie de relaciones sociales, desapareciendo el concepto de persona como sujeto autónomo de decisión moral, que es quien edifica el orden social, mediante tal decisión.
Y dicho esto del colectivismo ateo, se refiere a la otra concepción deformante:
También el racionalismo iluminista concibe la realidad humana y social del hombre de manera mecanicista. Y abandona todo al dominio espontáneo y omnímodo de los factores económicos, en particular de un mercado todopoderoso, sin que apenas intervenga el Estado para moderarlo. Todo ello en nombre de una libertad económica entendida como valor absoluto y unilateral. Ya que la libertad de la economía presupone una cierta igualdad entre las partes, no sea que una de ellas supere talmente en poder a la otra que la pueda reducir prácticamente a la esclavitud (caso del capitalismo salvaje donde sin ninguna intervención moderadora del Estado, los trabajadores se ven abocados a tener que aceptar condiciones muy duras impuestas por un empresariado que tiene mayor poder y no considera otro fin sino su propio enriquecimiento).
Y nos advierte en el número 24: No es posible comprender al hombre considerándolo unilateralmente a partir del sector de la economía, ni es posible definirlo simplemente tomando como base su pertenencia a una clase social.
Y nos dice que hay que tomar en consideración la esfera cultural y nacional, recordándonos que El punto central de toda cultura lo ocupa la actitud que el hombre asume ante el misterio más grande, el misterio de Dios. Cuando esta pregunta (sobre Dios) es eliminada se corrompen la cultura y la vida moral de las naciones,
Tanto el ateísmo teórico del socialismo totalitario como el ateísmo práctico del capitalismo salvaje mutilan la vida espiritual de la persona. No se plantea, sino más bien se censura, ninguna pregunta sobre Dios y se procura que se produzca un vacío espiritual para mejor manipular al ciudadano y al obrero.
Si Dios no existe sólo queda la materia y el ser humano queda alienado como un objeto meramente útil económicamente, el homo economicus.
El hombre queda desposeído de su dignidad y el Estado o el Mercado se convierten en ídolos opresores. Nos dice en el número 49: El individuo hoy en día queda sofocado con frecuencia entre los dos polos del Estado y del Mercado.
En cambio, deben estar Estado y Mercado al servicio de la persona libre y realizada tanto en la esfera económica como en la espiritual.