En un momento de la película El Becario, el personaje de Robert de Niro, un hombre mayor, viudo, que encarna la vieja escuela de la caballerosidad, tiene una conversación con un joven que va a la oficina en sudadera que resulta tan sencilla como reveladora:
> «- Oye, ¿para qué usas los pañuelos? Eso en verdad no lo entiendo.
> – ¡Es que es esencial! Que tu generación no lo sepa es criminal. La mejor razón para llevar pañuelos es… ofrecerlo. Las mujeres lloran. Los llevamos por ellas. Uno de los últimos vestigios de la caballerosidad.»
Más allá de lo anecdótico, estas palabras capturan algo esencial sobre lo que significa ser hombre: la disposición a estar presente, atento a las necesidades del otro, especialmente de las mujeres, y dispuesto a servir desde los gestos más pequeños para poder alcanzar las más grandes azañas.
Nuestro mundo ha distorsionado o perdido de vista lo que significa ser un caballero porque también ha olvidado lo que significa ser hombre. Ser varón es una realidad que empuja a una vocación exigiendo abrazar el propio ser y reconociendo las propias capacidades para ponerlas al servicio del otro. Esto no implica un poder sobre, sino un poder para. La fuerza y la potencia características de lo masculino no son fines en sí mismas, sino capacidades al servicio del bien común y de quienes dependan de su donación, servicio y protección.
Llevar un pañuelo, como señala De Niro, es un gesto simbólico pero que habla de esa capacidad de anticiparse a la necesidad del otro y de estar dispuesto a ser apoyo. Esa disposición de servicio, lejos de ser algo «anticuado», es una necesidad urgente en nuestra sociedad. Un varón ensimismado es la antítesis al caballero, por ello urge volver a anunciar que cualquier capacidad debe orientarse y proyectarse hacia el otro.
La masculinidad florece plenamente en una cultura que abraza la verdad, el bien y la belleza, no como abstracciones, sino como pilares de una vida bien vivida. En un entorno que banaliza lo sublime y celebra lo vulgar, el hombre pierde su norte y con él, la capacidad de ejercer su vocación como protector y guía. Esto que aquí se plantea no es una cuestión solo de batalla cultural, por supuesto que el entorno influye en nuestra percepción y nuestra comprensión de lo que somos pero, más allá de los desafios externos, es cada varón quien debe, de un modo heroico, amar su verdad y querer proyectar su vida de forma honesta hacia ella.
La masculinidad exige ser cultivada en lo más íntimo del corazón como un acto de profunda rebeldía y valentía, y ese ya es un gran paso que proyecta hacia ese ser caballero. Reconocer y custodiar la belleza de lo que se es en lo cotidiano, buscar la verdad y protegerla, incluso cuando resulta incómodo, son actos que forjan al verdadero caballero.
Es probable que uno de los mayores retos de la masculinidad hoy es dejar de considerar lo masculino como aquello burdo y zafío y para ello es necesario que en el trabajo personal cada varón busque aprender a dominar su mirada y su impulso sexual con el fin de orientarlo hacia donde debe ser orientado.
En el plano relacional, vivimos en una cultura que ha acabado reduciendo a las mujeres, a veces con su consentimiento, a objetos de deseo intrascendente y consumo, haciendo que muchos hombres pierdan de vista la dignidad intrínseca de lo femenino, no es de extrañar pues que muchos varones estén anestesiados y desorientados en este sentido. Dominar la mirada se ve en ocasiones como un acto de represión, pero es un acto de profunda libertad. Es elegir ver al otro desde su verdad: como un don, no como algo que se puede poseer y retener. Este ejercicio, lejos de ser una carga, libera al hombre para amar auténticamente y para vivir en plenitud su vocación.
El mundo necesita hombres capaces de mirar con pureza, reconociendo en cada mujer un reflejo único de la creatividad divina. Un hombre que no es libre no puede amar plenamente. La libertad, entendida como la capacidad de elegir el bien, es lo que permite que un hombre sea protector, guía y custodio de quienes le rodean. Es por ello que la valentía de ser caballero hoy radica, precisamente, en enfrentarse a esas cadenas culturales que promueven el egoísmo y la autocomplacencia, y elegir, en cambio, una vida de entrega y magnanimidad. Necesitamos hombres libres.
Claro está que la visión de nuestro tiempo en relación con los atributos masculinos pueden hacer intuir que lo masculino se mide en términos de poder físico o capacidad para imponerse. Sin embargo, esa fortaleza es evidente especialmente en el dominio propio y en la capacidad de orientar su vida hacia el bien del otro, sacrificarse por ello. Esto implica rechazar todo aquello que daña la capacidad de amar y resta libertad. Es más masculina y denota más fortaleza una actitud de autodominio ante el consumo de pornografía o los excesos en el alcohol que una actitud permisivista ante estas realidades nocivas. Así como lo es alguien que logra comprometerse y hacer que su promesa sea efectiva.
Ser caballero también significa, por tanto, reconocer que cada mujer que se cruza en su camino es un don. Su ser, su vida y su feminidad son un reflejo único de la belleza y la creatividad de Dios. Reconocer este don exige de los hombres una actitud de reverencia, no de posesión. Ser caballero está muy alejado de la galantería superficial, se trata de una disposición interior que reconoce la dignidad infinita de la mujer y actúa en consecuencia. El hombre tiene la capacidad de afirmar y alzar a la mujer o destruirla con sus palabras, gestos y actitudes. Esta disposición de ser un “don para”, no solo dignifica a la mujer, sino que ennoblece al hombre. Como hombres, estáis llamados a ser custodios de este don, a cuidar de las mujeres no desde una actitud altiva, sino desde un reconocimiento profundo de su valor.
La masculinidad, vivida con virtud y en verdad, se convierte en un testimonio vivo de generosidad y sacrificio. Y ese testimonio se hace evidente en los pequeños gestos donde se reflejan esa actitud de entrega que tiene mucho que ver con el “morir yo para que el otro viva”: consolar a un amigo, proteger a una familia, abrir la puerta y esperar a que el otro pase antes, ofrecer un pañuelo. Estas acciones, aunque pequeñas, son pilares clave para una cultura que valora la verdadera grandeza de tener el corazón orientado hacia el otro.
Esto nos lleva a una idea fundamental: ser hombre no se trata de dominar ni de imponer, sino de usar la fuerza, la autoridad interior y la ternura para construir, proteger, elevar y amar. Esto implica asumir una responsabilidad concreta en el trato hacia las mujeres y en la forma en que se vive en lo más concreto del día a día: morir un poco yo para que el otro viva.
Hoy, más que nunca, el mundo necesita hombres que sean verdaderos caballeros. De forma concreta se podría sintetizar en 4 ideas:
– Educar la mirada y el corazón: Ser consciente del poder que tienen las miradas, las palabras y los gestos para construir o destruir. Educar la mirada no es solo un acto de templanza; es una cuestión de justicia.
– Servir con nobleza: Anticiparse a las necesidades del otro, no desde un lugar de superioridad, sino desde una actitud de donación.
– Rechazar las cadenas que esclavizan: La pornografía, las adicciones y los vicios que no solo dañan al hombre, sino que lo incapacitan para amar plenamente y relacionarse en libertad.
– Vivir desde la justicia y la virtud: Ser caballero no debe tener un enfoque de autodominio o templanza, es una cuestión de justicia hacia el mundo, hacia las mujeres y hacia la propia masculinidad.
La masculinidad, por tanto, exige vivir desde la nobleza y la justicia, enfocados en proteger y edificar, a amar con libertad. Como dice De Niro en El Becario, los pañuelos no son para nosotros; son para ellas. La vida no es para uno mismo sino para ser entregada a los demás. Esto encierra un desafío mucho más grande: vivir como hombres que reflejen, en lo pequeño y en lo grande, el amor verdadero al que están llamados.
El mundo necesita caballeros de verdad, hombres que estén dispuestos a dignificar a las mujeres y a asumir su vocación con rebeldía, valentía y nobleza. Ser caballero no es fácil, especialmente en un mundo que muchas veces premia lo contrario. Esta vocación a vivir una masculinidad plena y noble es algo que se cultiva en comunidad, en familia y en relación con Dios. Cada día es una nueva oportunidad para educar la mirada, para purificar el corazón y para ser hombres que reflejen la fuerza y la bondad de su modo único de ser persona. Siendo fieles en lo más sencillo es como se logra esa gran y necesaria azaña, como dijo el almirante McRavens: para ser héroes hay que hacerse la cama todos los días. Para ser auténticos caballeros hay que ser caballero todos los días y en todas las circunstancias.
Hombres, no tengáis miedo de ser caballeros. Este mundo lo necesita desesperadamente.
Ser caballero no es fácil, especialmente en un mundo que muchas veces premia lo contrario Share on X