¿Qué más hace falta para concluir que vivimos una combinación histórica que convierte nuestro momento en la madre de todas las crisis?
Comencemos por aquello que menos alertas despierta, la temperatura alcanzada por el agua del mar Mediterráneo. A la altura de Valencia, se sitúa ya en los 30ºC, lo que equivale a un mar tropical. Si mantiene unos registros tan elevados en semanas sucesivas, el calor almacenado será extraordinario, y esto significa lisa y llanamente, energía que puede provocar más pronto que tarde una gran explosión borrascosa. Basta con un enfriamiento de las capas de la atmósfera para que se desarrollen tormentas brutales, para las que el litoral no está preparado, a pesar de las advertencias que hace años que existen. Sumémosle a esto, su causa principal, las sucesivas olas de calor, que van a proseguir con noches absolutamente tórridas que impiden el descanso para todos aquellos que no disfruten de aire acondicionado, es decir, para la inmensa mayoría de la población. Se trata de un deterioro de las condiciones de vida invisible, pero tangible en sus perniciosos efectos. Este calor extremo y persistente, que seguimos percibiendo como una anomalía, es según algunos científicos el anuncio de algo peor, porque nos indican que el verano actual es el más frío de los que han de venir.
Los incendios forestales no son una amenaza, sino una realidad. De acuerdo con la Agencia EFE, la superficie forestal arrasada por el fuego continúa creciendo en España y asciende ya a 222.800 hectáreas, el 38,5% del total ardido en Europa (578.956 hectáreas) desde enero, según datos del Sistema Europeo de Información sobre Incendios Forestales EFFIS basados en imágenes por el satélite Copernicus a fecha 23 de julio. Es, lo ha sido de siempre, un problema de estado, como la sanidad, a pesar de que la gestión sea autonómica, pero el gobierno no ha dedicado recursos a prevenir este daño crónico, acentuado por el cambio climático.
Vivimos, además, bajo la incertidumbre de dos pandemias, calificadas ambas de alto riesgo internacional por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Es otro escenario insólito. Parece que estamos saliendo de la séptima ola, y son muchas, de la Covid-19, y en octubre empezará una nueva tanda de vacunación, lo que significa que estamos lejos de haber resuelto el problema. Al mismo tiempo, y de una manera insólita, una enfermedad contagiosa de difícil transmisión, y además exótica, la Viruela del Mono, se va extendiendo rápidamente, siendo España el país con más casos del mundo, con Madrid y Barcelona en cabeza. Una vez más lideramos la clasificación en algo intrínsecamente malo. Que los políticos y en especial el gobierno nos expliquen el por qué de esta singularidad española ¿es pedir demasiado?, porque sería decirles que cumplieran con su deber.
Y qué decir de la crisis económica en la que está sumergida Europa, que tiene en la inflación su principal causa, pero que también expresa otros desequilibrios previos. También en este caso, islas energéticas incluidas, España se sitúa en un lugar destacado. Tanto que según las últimas previsiones internacionales no recuperaremos los niveles de PIB de 2019 hasta inicios del 2024.
Europa vive uno de sus peores momentos, inmersa en una guerra como la de Ucrania, totalmente contraria a sus intereses. Nunca como ahora había sido tan políticamente incapaz. Su debilidad en el marco internacional siempre ha existido a pesar de su peso económico, pero nunca había alcanzado la insignificancia que ahora la caracteriza. Incapaz de empujar unas condiciones de paz en esta guerra, de ser un interlocutor reconocido por Rusia, una pequeña potencia económica. Europa ve como Turquía se muestra muy superior en capacidad diplomática, está todo dicho. Debemos contemplar con temor cómo la mayor parte del mundo, no solo China y la India, sino la mayor parte de África, Asia y América Latina, están lejos o simplemente se oponen a su posición respecto a Rusia. Por si fuera poco, Estados Unidos no solo nos ha arrastrado a esta confrontación, sino que ha empujado a la OTAN a ser beligerante en Extremo Oriente, en el Mar de China. ¿Cómo puede la UE ser tan dependiente? ¿Dónde están sus líderes? Sencillo: no existen.
Se acentúan las diferencias entre norte y sur repitiendo una canción sabida, mientras que la guerra cultural va demoliendo más y más los cimientos de la Unión, porque el liberal progresismo sigue empujando en el mismo sentido, favorecer el homosexualismo político y ahora intentando que el aborto, que es una competencia de los estados, forme parte de los principios de la Unión Europea. Es una aberración más, porque es una competencia de los estados miembros y mina la unidad, pero no importa. La alianza entre el liberalismo cosmopolita de la globalización y el progresismo de género no se para por razones jurídicas, ni respeta la necesaria discrepancia. Es como un rodillo que todo lo quiere aplanar y homogeneizar de acuerdo con su ideología. Después se escandalizan de que le salgan grupos políticos respondones, que no encajan en su esquema clásico, donde derecha e izquierda forman parte del mismo conglomerado ideológico.
A las oleadas del feminismo de género y del homosexualismo político, le sucede ahora una tercera oleada, la trans, y queer, que todavía necesita más imposición, más reducción de los derechos de padres y profesores, y más represión para imponerse, porque todavía es más arbitraria y contraria a la antropología humana y al fundamento moral europeo. Con todo ello ha tomado ya cuerpo un estado policial violeta y rosa.
Este contexto de crisis, desastres, horizontes de futuro peores que el presente, políticas públicas sencillamente horribles, pésimos gobernantes, erosión del Estado de derecho, deterioro grande de las instituciones y del equilibrio de los poderes del Estado, de moral subjetiva, que se impone a golpe de ley y de persecución mediática, con más virulencia y sectarismo que si se tratara de una verdad absoluta, todo esto, es una gran oportunidad para el cristianismo, fundamento y razón de ser de Europa, que ahora vive deslavazado y ausente. Es la gran oportunidad para la Iglesia que, a lo largo de este siglo, ha vivido décadas de ataque y descrédito, en parte justificado por sus propias debilidades y en gran medida aprovechado por sus enemigos, ante la incapacidad de la propia institución eclesial de dar la respuesta adecuada. Hay que decir que el actual papado vive de espaldas a Europa, pero es que además es en unos momentos tan cruciales cuando tendría que oírse la voz clara y fuerte de la Iglesia y sentirse la fuerza de su fe, anida la palabra excepcionalmente vacía, tópica, que nunca puede constituir una respuesta, porque en demasiadas ocasiones parece simplemente una prolongación de una mala conciencia mundana.
El verano se está convirtiendo en una tortura para unos y en un mecanismo de alienación para otros, porque sirve como tiempo de huida organizada de tantos problemas. Es una necesidad humana, y como tal comprensible, pero no será evitando las crisis como podemos resolverlas, sobre todo cuando somos gobernados por una gente especialmente peligrosa que es capaz de convertir un caso masivo, reiterado, escandaloso, de corrupción política, los ERES en Andalucía, que fueron un poderoso instrumento de clientelismo político, en un ataque a la justicia y una justificación de los dos máximos políticos responsables, por acción y por omisión. Cuando el nivel de responsabilidad moral cae tan bajo en una forma de gobierno, solo puede servir la alerta ante lo que son capaces de hacer para mantenerse en el poder.
2 Comentarios. Dejar nuevo
Algunos dirán que este artículo es «catastrofista», lo criticarán por coincidir en ciertos aspectos con las llamadas » teorías conspiratorias», lo tildarán de «ultraconservdor», etc., etc. Pero todos estos adjetivos no serán más que vendas para intentar taparse los ojos ante una realidad que no nos gusta, que nos aterroriza y frente a la cual optamos cada vez más a menudo por la estrategia de enterrar la cabeza en la arena como el avestruz. En realidad, este artículo sólo recoge una parte de las amenazas que nos acechan. Podríamos añadir las, más que previsibles, inevitables e inmensas migraciones por motivos ecológicos y económicos; las guerras por el dominio del agua y de terrenos fértiles; la espantosa y descontrolada extinción de especies animales y vegetales; el aumento de las superficies construídas y cultivadas que acaban con medios naturales indispensables para la salud del planeta; la escandalosa mala distrubución de los bienes materiales disponibles, que origina pobreza y lleva a seguros y violentos conflictos sociales; el horror a que nos aboca el transhumanismo; la desesperación y las perturbaciones psíquicas generalizadas a causa de estas situaciones; la en un futuro no lejano muy probable proliferación de toda clase de nuevas ideologías y supersticiones que ofrecerán equívocas doctrinas y falsas esperanzas a una humanidad desorientada. Y podríamos seguir, pues también en este comentario nos estamos quedando cortos. No se trata de decidirse entre optimismo y pesimismo: ser optimista es engañarse, ser pesimista es rendirse. Por improbable que sea y por difícil que resulte, lo único sensato y moralmente aceptable que se puede hacer es mantener la cabeza fría, ser consciente de lo terrible de la situción y actuar en consecuencia, aunque haya que ir contra viento y marea. Creo que no es otra cosa lo que nos propone este texto, por el que agradezco sinceramente a su autor. Ya es hora de que escuchemos a voces como esta y salgamos del letargo que nos paraliza.
En efecto, parecería la descripción de un panorama desolador… si no fuera porque es en realidad el que estamos presenciando. Igualmente, muy acertado el comentario de Messerschmidt.
Enlazando con el artículo anterior («Por qué la Iglesia no hace tanto como debería»), copio la versión castellana del texto que también figura en lengua gallega en la basílica de San Martiño de Mondoñedo, en el municipio de Foz (Lugo), bajo el título de «Sermóns de pedra»:
«Asombra la elocuencia narrativa de las imágenes en piedra, concebidas para la difusión de un nuevo espíritu eclesiástico. La reforma gregoriana iniciada a mediados del siglo XI aspiraba a una sociedad regida conforme al Evangelio y exigía del clero, por tanto, una conducta ejemplar para poder amonestar y condenar vicios y pecados. El estamento eclesiástico se reafirmaba así frente al mundo secular.»