Vimos en nuestros dos artículos anteriores de esta serie que la lucha debe ser aplicada de la mano de la Verdad en esencia. De otra manera, al venir la riada, nuestra casa sobre la arena será derruida (Cfr. Mt 7,24-27). Es evidente. El problema es que estamos drogados por el bienestar y un positivismo basado en la Mentira, lo cual es una barbaridad disléxica que no le cuela ni a un niño. Pero nuestro pecado nos ha sumido en el barrizal, y ya sabemos cómo se sale uno del barrizal… si es que consigue salirse. La riada se ha llevado nuestra casa.
Pues sí, amigo, amiga del alma. Ahora resulta que, en el Paraíso de los Mediocres, todo el mundo quiere que pienses como él –así todo es gris, sin destacado alguno, y más fácil de revolver y sofreír (para dominar) por quien tiene la sartén por el mango–. Los desheredados se sienten, pues, doblemente rechazados. A menos que seas un famoso espécimen probado por la fama del mundo ramplón de la nueva sociedad construida sobre el papel cuché y sobrevivido a la inercia mediática planetaria, serás un descartado, otro tipo de desheredado. Ahí empieza tu podredumbre. Entonces, los descartados te mirarán de reojo y los que te han rechazado esparcirán sobre ti todo tipo de calumnias: “¿Lo ves? ¡Ya lo decía yo! ¡Es un pringado!”.
Todo, hasta la idea más revolucionaria, acaba reduciéndose al dinero. Así, pensarás que no hay manera de preservar la propia identidad si no hay dinero por medio, pues nuestro mundo ha rechazado el amor al arte. Todo arte tiene un precio, si realmente quiere ser dado a conocer; no al revés. Y de camino, tu buena idea va degenerando en aquello que con el lenguaje de nuestra cultura monetaria se denomina “comercial”. Ciertamente, de esta guisa, se hace muy difícil preservar la propia identidad… a menos que hayas entendido el mensaje cristiano y santifiques cada momento como si fuera el último.
¡Ah, amigo, amiga del alma! ¡Has descubierto el truco que te escondía tu reiterado acallar de tu propia conciencia! Sí. Todos pensamos y debemos pensar distinto, pues todos tenemos, dada por Dios, nuestra identidad. Para ello, como queda dicho, el dinero se hace imprescindible… a menos que con tu pureza de espíritu consigas dar de comer al hambriento (hambres del cuerpo y hambres del espíritu). Ahí tendrás tu paga. Todas esas masas depauperadas de las que hablábamos guardaban el secreto a voces. Lo explica bien clarito el Papa Francisco en su libro gestado a base de pandemia durante el confinamiento que nos paralizó a todos menos a unos pocos (Soñemos juntos. Ed. Penguin Random House Plaza y Janés. Barcelona, 2020). Son aquellos héroes anónimos que mantuvieron la llama encendida cuando el resto caíamos. Son esos descartados que no se han resignado a ser la escoria del mundo globalizado, y han luchado denodadamente para organizarse… y se han organizado.
Es la vuelta del bumerán, como SIEMPRE pasa. Con capitales letras de oro: S-I-E-M-P-R-E. Esa considerada equivocadamente “plebe” por el mediático mundo, será ahora, cuando todo caiga –en un abrir y cerrar de ojos–, la que mantendrá vivas las raíces de nuestra cultura cristiana. Por ellas y a través de ellas, la savia alimentará el plantío con su energía invisible por tanto tiempo contenida, y dará nacimiento a la Nueva Jerusalén, esa ciudad de Dios por nuestro Mesías prometida.
Satanás nos ha tendido una trampa, y nosotros nos hemos metido en ella. Siendo “libres” en el mundo –unos sobre otros–, hemos acabado esclavos de unos pocos. Pero… ¿no lo éramos ya? “Ya no os llamo esclavos (…). A vosotros os llamo amigos”, nos musita al oído nuestro Libertador (Cfr. Jn 15,15). Ahora, veremos quién conseguirá salir del garlito. ¡Misterio, madame! ¡Stop! ¡Se acabó lo que se daba! ¡Reset! ¡La rueda se paró! Y ahora, ¿qué?
Si tienes la suerte de encontrarte entre los descartados, habrás encontrado tu lugar: el camino al Cielo. Tu lucha habrá dado su fruto. Pero ¿no era osadía? Pues sí. La osadía de permanecer vivos según el Evangelio, que es la mejor guía para encaminarse a la Plenitud que es La-Felicidad-Sin-Fin. Todo habrá sido renovado, y tú también. Con los pocos que queden, continuando la lucha de los santos, habrás conseguido renacer. Un tercio de la Humanidad habrá muerto, como “un Hijo de hombre” había anunciado (Cfr. Apc. 9,15; 1,13). “¡Jesús!, ¡Jesús! ¡Ven, Señor Jesús!” (Cfr. Apc. 22,20). ¿Habrá, así, culminado nuestro ansiado Encuentro? ¡Oh, Verdad prometida! (Cfr. Jn 14,6). ¡Oh, divino tesoro! (Cfr. Mt 13,44) ¿Serás Tú nuestro auxilio? Lo veremos. Para analizarlo más, nos citamos en mi próximo artículo.
La lucha, el viejo lugar para el encuentro (I)
La lucha, el viejo lugar para el encuentro (II)
A menos que seas un famoso espécimen probado por la fama del mundo ramplón de la nueva sociedad construida sobre el papel cuché y sobrevivido a la inercia mediática planetaria, serás un descartado Share on X