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La lucha contra el aborto es como la lucha contra la segregación racial

Familia

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Evocando el ejemplo del arzobispo Joseph Rummel de Nueva Orleans, que en 1962 excomulgó a los segregacionistas del Sur, el arzobispo Cordileone de San Francisco se pregunta en un tribuna publicada en el Washington Post: «¿Fue un error? ¿Fue eso convertir la Eucaristía en un arma? No«. El mismo razonamiento se aplica a los católicos que promueven públicamente el aborto. A continuación reproducimos el artículo de Mons. Cordileone:

“Destacados políticos no han perdido el tiempo en reaccionar hiperbólicamente a la decisión del Tribunal Supremo de negarse a prohibir la nueva ley de Texas que prohíbe los abortos tras la detección de un latido fetal. El presidente Biden anunció un “esfuerzo de todo el gobierno para encontrar formas de superar la medida de Texas”. La presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi (demócrata de California), denunció la negativa del Tribunal Supremo como una “decisión cobarde y oscura de mantener un ataque flagrantemente inconstitucional contra los derechos y la salud de las mujeres”, y prometió nuevas acciones legales: “Esta prohibición requiere la codificación de Roe v. Wade como ley federal”.

Como líder religioso de la comunidad católica, me parece especialmente preocupante que muchos de los políticos que están en el lado equivocado en la cuestión más importante de derechos humanos de nuestro tiempo sean católicos declarados. Este es un reto perenne para los obispos de Estados Unidos: este verano provocamos un escándalo al discutir si los funcionarios públicos que apoyan el aborto deberían o no recibir el sacramento de la Eucaristía. Se nos acusó de mezclar indebidamente la religión con la política, de entrometernos donde no debíamos.

Yo veo las cosas de manera diferente. Al considerar qué deberes tienen los obispos católicos con respecto a los laicos prominentes en la vida pública que se oponen abiertamente a las enseñanzas de la Iglesia sobre el aborto, miro al último gran movimiento de derechos humanos en este país -que todavía está en mi memoria- para inspirarme sobre cómo debemos responder.

El ejemplo del arzobispo de Nueva Orleans, Joseph Rummel, que se enfrentó con valentía a los males del racismo, es uno que admiro especialmente. Rummel no “se quedó de brazos cruzados”. A diferencia de otros obispos a lo largo de la historia de este país, no dio prioridad a mantener contentos a sus feligreses y al público en general por encima de promover la justicia racial. Al contrario, inició una larga y paciente campaña de persuasión moral para cambiar las opiniones de los católicos blancos favorables a la segregación.

En 1948 admitió a dos estudiantes negros en el Seminario de Notre Dame de Nueva Orleans. En 1951 ordenó la retirada de los carteles «blanco» y «de color» de las iglesias católicas de la archidiócesis. En una carta pastoral de 1953, ordenó el fin de la segregación en toda la archidiócesis de Nueva Orleans, diciendo a los católicos blancos que, dado que sus “hermanos católicos de color comparten… la misma vida espiritual y el mismo destino”, ya no podía haber “discriminación o segregación en los bancos, en el comulgatorio, en el confesionario o en las reuniones parroquiales”.

En 1955 Rummel cerró una iglesia por negarse a aceptar un sacerdote negro. En una carta pastoral de 1956, declaró: “La segregación racial como tal es moralmente incorrecta y pecaminosa porque es una negación de la unidad y la solidaridad de la raza humana tal como la concibió Dios en la creación de Adán y Eva”. El 27 de marzo de 1962, Rummel anunció formalmente el fin de la segregación en las escuelas católicas de Nueva Orleans.

Muchos católicos blancos se enfurecieron ante esta ruptura del statu quo segregacionista arraigado desde hacía mucho tiempo. Organizaron protestas y boicots. Rummel envió cartas pacientemente instando a la conversión del corazón, pero también se atrevió a amenazar a quienes se oponían a la desegregación con la excomunión.

El 16 de abril de 1962 realizó sus amenazas, excomulgando a un antiguo juez, a un conocido escritor y a un organizador comunitario segregacionista. Dos de ellos se arrepintieron más tarde y murieron como católicos de pleno derecho.

¿Fue un error? ¿Fue eso convertir la Eucaristía en un arma? No. Rummel se daba cuenta de que la defensa pública del racismo por parte de personajes prominentes y de alto nivel era escandalosa: violaba enseñanzas católicas fundamentales y principios básicos de justicia, y además llevaba a otros a pecar.

En nuestros tiempos, ¿qué “negación de la unidad y la solidaridad del género humano”  hay más atroz que el aborto? El aborto mata a un ser humano único e insustituible que está creciendo en el vientre de su madre. Todo aquel que aboga por el aborto, en la vida pública o privada, que lo financia o que lo presenta como una opción legítima, participa en un gran mal moral.

Desde la sentencia Roe más de 60 millones de vidas se han perdido a causa del aborto. Muchos millones más han quedado marcados por esta experiencia, víctimas heridas que la sociedad ignora.

El aborto es, por lo tanto, el desafío a los derechos humanos más apremiante de nuestro tiempo. ¿Podemos los pastores hablar en voz baja cuando la sangre de 60 millones de niños americanos inocentes clama por justicia? ¿Cuando sus madres están condenadas al silencio, sufriendo en secreto las heridas de la cultura de la “elección”?

Sí, tenemos que hablar con la misma fuerza de estas madres y de nuestras obligaciones de ofrecer nuevas y generosas opciones a las mujeres que se enfrentan a graves dificultades en sus embarazos. Y Texas lo está haciendo bien: el estado está invirtiendo 100 millones de dólares para ayudar a las madres financiando centros de embarazo, agencias de adopción y hogares de maternidad y proporcionando servicios gratuitos que incluyen asesoramiento, ayuda para la crianza de los hijos, pañales, leche maternizada y formación laboral a las madres que quieran quedarse con sus bebés.

No se puede ser un buen católico y apoyar la expansión de un derecho a matar a seres humanos inocentes. La respuesta a los embarazos con dificultades no es la violencia, sino el amor, tanto para la madre como para el hijo.

Esto no es nada inapropiado que lo diga un pastor. En todo caso, la respuesta de los líderes políticos católicos a la situación de Texas pone de manifiesto la necesidad de que lo digamos con aún más fuerza”.

 

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1 Comentario. Dejar nuevo

  • Una maravilla, este artículo de Mons. Cordileone. Es como un milagro: la manifestación de la verdad. Una nube de luz clara en la opaca y turbia atmosfera ideológica en que se ciega la sociedad civilizada.

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