Decía en broma el genial José Mota que teníamos que invadir Portugal «a poquitos» por el método de ir moviendo los hitos de los campos de cultivo poco a poco, sin que se notara. Algo así deben haber planeado a nivel internacional con Europa, porque lo que empezó con acogida de refugiados perseguidos en su patria ha acabado siendo una invasión silenciosa en toda regla. De este modo resulta que ahora tres de cuatro niños alemanes son hijos de personas procedentes de países musulmanes.
Aunque en España el problema aún no es tan grande, porque buena de nuestra inmigración viene de América hispana, ya empiezan a proliferar los problemas de convivencia. En primer lugar, porque es evidente que un país con más de tres millones de parados no debería admitir inmigrantes ilegales. En segundo lugar, porque la cultura musulmana choca frontalmente con algunas de nuestras costumbres y tradiciones y parece que ellos no están dispuestos a cambiar.
Yo no tengo nada contra el islam, pero sí contra la Sharía. Esta ley, que rige ya en más de mil barrios europeos, impide la libertad de las mujeres hasta el punto de imponer el matrimonio forzoso, predica la separación de sexos en la escuela, prohíbe la homosexualidad y discrimina a los cristianos, entre otras cosas. Incluso parece ser que existe una excepción según la cual un musulmán radical puede fingir que es moderado si eso ayuda a sus fines, y tiene un nombre en árabe.
De este modo, probablemente el inmigrante que te encuentras en el bar tomando cerveza puede resultar mucho más extremista de lo que te imaginas. De todos modos, es más habitual que los hijos de inmigrantes se radicalicen a que se adapten al país que los acoge. Esto ya lo han comprobado en el norte de Europa. De manera que este extraño matrimonio entre la izquierda europea y la inmigración a la larga va a traer como consecuencias justo lo contrario a lo que pretende: más conservadurismo y más intolerancia. Al final nos echarán de menos a los cristianos.