La República Dominicana es un pequeño país del Caribe que goza de la singularidad de proclamar el derecho constitucional a la vida del ser humano desde el mismo momento de su concepción, y por ello uno de los pocos en el mundo donde no es legal el aborto provocado, a pesar de las presiones internacionales, Naciones Unidas y lobbys abortistas en primera línea. Tiene un gran valor este testimonio, precisamente porque no todo inclina a pensar que precisamente por su dimensión debería ser fácil presa de la oligarquía globalista del aborto. No es así.
Además, tiene el mérito de que, a pesar de un pasado difícil, con intervención de los Marines incluida, hace años que goza de una democracia acreditada en una región donde tal hecho no es precisamente habitual.
Este pasado domingo han habido elecciones basadas en un sistema electoral muy parecido al de los Estados Unidos, donde los ciudadanos votan al candidato de su preferencia, lejos de la coacción del sistema español de listas cerradas y bloqueadas, hacedoras de una partitocracia como degeneración democrática, única en Europa. No es un dato menor que a los partidos pretendidamente regeneradores, Ciudadanos, Unidas Podemos, les parezca de perlas un sistema que secuestra el voto ciudadano para entregarlo a los aparatichis de los diversos partidos, que son en definitiva los que configuran la lista electoral y el orden de salida. De hecho, el sistema electoral español y la ley contra la violencia de género mantienen viva la singularidad franquista del “España es diferente” Que lastima que no lo sea para lo bueno.
Con motivo de las elecciones y para guiar al pueblo de Dios del que son pastores, lo obispos dominicanos hicieron pública un extensa Carta Pastoral que a su vez conmemora los 60 años de la Carta Pastoral de 1960, referente de respeto y promoción de la vida y la dignidad humana, y que está en el cimiento de la actual característica constitucional de respeto a la vida de aquel país. Siempre han mantenido una continuidad para señalar grandes directrices de la vida en común, dejando a los laicos, a los que forman y acogen su aplicación práctica en la vida pública, y en primer término de la política, por encima de las cuitas partidistas, pero sin que ello sea excusa para olvidarse de que es en la política donde se construye, en primer término, el mandato cristiano del bien común. Lo que han hecho y hacen es ejemplar. Ante este tipo de procederes, no podemos dejar de preguntarnos porque esto que es tan necesario y habitual en la mayoría de las iglesias católicas, resulta tan extraño a otras.
El texto de la actual Carta Pastoral dice cosas de este tenor:
- En varios momentos nos hemos referido a la participación de los fieles en la política como un deber ciudadano.
- Exhortamos a votar por personas honestas que ofrezcan garantías de futuro a la patria, por partidos que defiendan la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural.
- A quienes cuestionan el derecho de la Iglesia a opinar sobre temas políticos o sobre los procesos electorales aclaramos que, como dominicanos y pastores de este pueblo, nos preocupa todo lo referente al ser humano, especialmente aquellas situaciones que atentan contra la dignidad y la paz. Resulta oportuno recordar lo que nos dice el Concilio Vaticano II al inicio de la Constitución Pastoral Gaudium et Spes: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo.” Y añade: “La Iglesia está comprometida en su misión no solo con quienes frecuentan los templos; ella está al servicio del ser humano dentro de su mundo de complejidades.”
- El aniquilamiento de la ética marca el paso hacia el uso degradante del poder, a la explotación y a los abusos por parte de quienes ocupan los primeros puestos, y al arrinconamiento de una clase desposeída a la que solo le asiste el derecho a consentir
- Urge que las propuestas electorales se fundamenten en solución de las necesidades más imperiosas del pueblo dominicano, evitando las intrigas, calumnias y manipulaciones propias de las denominadas “campañas sucias”, así como el despilfarro de recursos económicos en la publicidad desmedida.
- Se deben evitar, por tanto, las habituales promesas demagógicas con el objetivo de atraer adeptos, las cuales, contribuyen a exacerbar la frustración y el desencanto en nuestra sufrida población. Nada que se fundamente sobre falacias e hipocresías puede durar.
Junto con estas pinceladas bien ilustrativas, el texto se detiene a examinar los que consideran que son los principales problemas de la República, y los aspectos concretos que debería contemplar una agenda nacional, y son un ejemplo de cómo se puede orientar la política por encima de las diferencias partidistas y desde una mirada cristiana.
Y al final señalan una orientación insólita también en nuestros lares:
Conviene que los sacerdotes y demás agentes de pastoral organicen jornadas de oración y de reflexión, para profundizar sobre los temas que hemos abordado en el presente documento y sobre otros necesarios para crear conciencia de la importancia para toda sociedad de un comportamiento ejemplar de cada uno de sus ciudadanos. Se ha de luchar por hacer de la política un instrumento creíble, un medio para construir paz y justicia. Motivamos a los fieles laicos, a integrarse en la actividad política partidista pero siempre observando los principios morales a que hemos aludido.
Y es que siempre podemos aprender de los demás.
4 Comentarios. Dejar nuevo
La República Dominicana tuvo la primera Universidad de América (del Norte y Sur), fue fundada por España en 1538 (Universidad de Santo Domingo) y en 1558 fundó la segunda
Real y Pontificia Universidad de Santo Tomás de Aquino, fue la primera de este tipo de instituciones fundadas en el continente americano durante el siglo XVI en la isla La Española, por bula papal del 28 de octubre de 1538.
Equivocado: la primera Universidad de toda América (Norte, Centro, Sur, Caribe) fue fundada por cédula real expedida por Carlos V, firmada por el Príncipe Felipe el 21 de septiembre de 1551, e inaugurada el 25 de enero de 1553, en lo que es hoy los Estados Unidos Mexicanos, o República Mexicana, o México (en ese tiempo Virreinato de la Nueva España); y se llamó Real y Pontificia Universidad de México.
No termino de comprender como la misma persona(Javier) sostiene dos opiniones.