La eutanasia, claro está, es mejor legalizarla, que esté disponible para quien quiera usarla, por un si acaso. Personalmente no la pienso hacer servir, pero nunca se sabe. ¿Además, que daño hace? Es mejor tener más opciones para elegir. Creo que he resumido un argumento “fuerte” a favor de la eutanasia, si bien lo que se afirma solo tiene sentido en términos individuales a fin de alcanzar un supuesto bien particular: no sufrir. Es razonable, pero incorpora un problema grave que, por otra parte, se está extendido como la hidra en la mentalidad de nuestro tiempo. No considera los efectos sociales sobre la colectividad, ni en la forma cómo entendemos el sentido de la vida y cuál es su fin. Se prescinde, en definitiva, del bien común, que no es la suma de bienes individuales sino una realidad distinta. Son aquellos bienes que solo podemos obtener como sociedad y disfrutar en tanto que somos miembros de ella. No son directamente apropiables por nadie, pero nos aprovechan a cada uno porque crean beneficios para nuestras vidas.
El primer bien común es -todavía- el respeto a la vida, con independencia de las condiciones en la que es vivida. Este respeto que está ligado a la dignidad es el impulsor de las grandes transformaciones de bien. Es el que subyace debajo de una sanidad pública de calidad. Además, hoy, esta vida digna debe ser vivida sin sufrimientos más allá de lo soportable, y esto es la asistencia médica integrada sobre el dolor, y en una fase final la atención paliativa. Al observar así la vida humana empleamos una fuerza tensora social que tiende a igualarnos en el bien, y a impulsar medidas en favor de la dignidad como acto de vida, que es la única forma en la que podemos reconocerla. Si la lógica del régimen nazi se hubiera aceptado en esto, y la eutanasia se hubiera generalizado desde los años cuarenta, ¿se imagina como tendríamos la medicina del dolor y los cuidados paliativos?
La otra gran cuestión se refiere a cómo se entiende la libertad por el individualismo liberal: el máximo número de opciones prescindiendo de su calidad. Pues no, la libertad es otra cosa, y si leemos a un liberal perfeccionista como Raz nos dirá que ser libre significa la posibilidad de elegir entre opciones buenas. ¿Y cuáles son estas? Las que favorecen el bien común y no solo los bienes particulares.
El debate, casi inexistente, sobre la eutanasia, es también la reflexión de como entendemos la sociedad. Si como una simple masa de individuos, o bien, como individuos constituidos en una colectividad que, como tal, comparte bienes comunes, empezando por el fundador de todos los demás, la vida.
El principio moral de rechazo de la eutanasia en nombre del bien común pertenece al mismo orden de cosas que el repudio a que la propia realización se produzca sin consideración a los demás. Rehusar su legalización posee el mismo trasfondo moral que reclamar la función social de la propiedad y no su uso solo en beneficio del titular, la exigencia de la redistribución de renta para hacer posible el Estado del bienestar, o las limitaciones para impedir la catástrofe climática.
La construcción del bien común será imposible si no somos capaces de superar el individualismo emotivo, y los bienes particulares que se logren dependerán solo de una cuestión de fuerza política y mediática. Siempre será más fácil matar que aliviar, acompañar y curar. Más barato terminar con los descartados, que gastar recursos públicos en ellos. La cuestión es qué elegimos.