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La división política de los católicos

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En tiempos de fragmentación y radicalización, no es de extrañar que la comunidad cristiana sufra de este mismo defecto al estar formada por hijos de su tiempo, pero debe alarmarnos si esa toma de postura afecta a la vivencia eclesial de la comunión.

Dos núcleos están aglutinando las voluntades políticas y morales de los católicos, los que quieren priorizar la caridad, por un lado, y los que defienden el primado de la verdad, por otro. Esto no sería un problema si entre ambas sensibilidades se estableciera una dinámica de diálogo, sopesando cuál debe ser el criterio prioritario en cada momento, lugar y condiciones. Pero, sin embargo, la polarización viene cuando se rechaza la escucha comprensiva del otro y de sus razones. El diálogo requiere el ingrediente indispensable de la caridad, para escuchar el corazón del interlocutor, y solo se desarrolla apoyado en la verdad: día (a través) – logos (verdad).

La vocación cristiana está en la unión de ambas tensiones, desarrollando la caridad en la verdad. Caritas in veritate, tituló Benedicto XVI una memorable encíclica de recomendada lectura, donde nos recuerda que «defender la verdad, proponerla con humildad y convicción y testimoniarla en la vida son formas exigentes e insustituibles de caridad». Hay momentos en que la prioridad será proponerla, en otros será testimoniarla.

Pero ahora observamos algunos síntomas de contradicción en la convivencia política entre hermanos de fe.

El primer síntoma es la mentira, justo lo opuesto a la verdad. Mentira a veces disfrazada de exageración o de generalización infundada.

El segundo síntoma es el odio, justo lo contrario a la caridad. Odio escondido detrás de etiquetas descalificatorias que encierran juicios, muchas veces previos al conocimiento de las realidades y las personas, por lo tanto, prejuicios injustos.

Un caso reciente ha sido la discusión en España sobre una propuesta de ley de regularización de emigrantes en situación irregular. Según esa ley, inmigrantes en situación ilegal podrán regularizar su situación si demuestran arraigo. No se trata aquí de analizar el contenido, intenciones, bondades y limitaciones de esta ley, sino de denunciar algunas críticas cruzadas entre católicos que destruyen el desarrollo de la comunión.

¿Cómo debe desarrollarse un sano diálogo entre posturas políticas enfrentadas entre hermanos de fe?

Primero, desterrar las mentiras. No se puede generalizar alegremente casos puntuales. Ni la mayoría, ni todos los inmigrantes irregulares son ladrones ni traficantes de droga, ni se puede ignorar la inseguridad que acompaña al fenómeno migratorio. Tampoco los que cuestionan estos procesos son principalmente xenófobos, ni los que los apoyan buscan destruir la identidad y la cultura española.

Situarse en ese nivel de alarmismo sin fundamento cierra la posibilidad de apreciar los matices y de preguntarse sobre las cuestiones de fondo que son las realmente problemáticas: ¿Qué sentido tiene un marco legal que es sistemática y periódicamente revertido? ¿Por qué estos inmigrantes no están en una situación regularizada desde el principio? ¿Tan difícil es ser un inmigrante legal? ¿Por qué hay inmigrantes que no se integran? ¿Qué perfiles? ¿Cómo se puede evitar este problema y que no paguen justos por pecadores?

Segundo, desterrar el odio. Evitar etiquetas que no aportan más que un juicio de valor apriorístico con palabras como «ultra», «extrema» o «radical», que se utilizan normalmente como simples adjetivos descalificativos. Es imposible dialogar si el sentimiento predominante es el odio. El odio es hijo del miedo y el miedo cierra el entendimiento, inutiliza las razones y predispone a la violencia. Solo el que ama escucha.

Lo deseable es que la fraternidad en la fe, la conciencia de ser hermanos, sea más fuerte que cualquier discrepancia, y el amor fraternal sea un bálsamo para cerrar viejas heridas. En ese marco de convivencia se puede hablar de todo y seguro que se encuentran muchos puntos de unión donde había inicialmente desacuerdo.

Siempre habrá interlocutores con los que no se pueda dialogar, desgraciadamente. Pero que eso no ocurra entre hermanos de fe.

Lo deseable es que la fraternidad en la fe, la conciencia de ser hermanos, sea más fuerte que cualquier discrepancia, y el amor fraternal sea un bálsamo para cerrar viejas heridas Share on X

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