Después de tantos meses de numerus clausus de fieles asistentes a misa, desinfecciones de los bancos del templo a todas horas, ventiladores accionados en pleno otoño, invierno y primavera para renovar el aire interior, taponamiento de bocas y narices durante el Santo Sacrificio de la Misa, es el momento de que yo diga algo más. La pandemia ha propiciado en mí, después de unos meses de asistencia a misa televisiva o por ordenador a diario, mi asistencia efectiva real a diario. ¡Pudiendo elegir templo y horario en mi población de residencia!
Esto requiere el esfuerzo de “jugar” con mi bozal. Hoy por hoy lo llevo colocado sujeto a mis orejas. Mi bozal sube y baja constantemente de barbilla a nariz y viceversa. Mi plegaria eucarística dentro del templo es a Dios. No admito, en el transcurso de la liturgia, que mis oraciones en voz alta y mis cantos litúrgicos bien entonados en voz alta se dirijan a mi bozal. Uso uno de renovación periódica semanal adquirido en farmacia. Ya empiezo a dominar el gesto de bajarlo y subirlo. ¡Pero sólo cuando toca! Para no herir sensibilidades sigo llevándolo colocado sujeto a mis orejas y no en mi bolsillo o en mi muñeca. ¿Qué pasaría si yo me lo guardase en mi bolsillo nada más entrar en el templo?
Hoy por hoy no me arrodillo en el suelo delante del sacerdote para comulgar. En su día admití de buen grado el hecho consumado de la chulería anti litúrgica despótica de la supresión arbitraria de comulgatorios en todas partes. Consideré que una inclinación previa mía de cabeza era suficiente para comulgar de pie como alternativa única. Ahora bien: suficiente para comulgar siempre en mi lengua y nunca en mi mano. ¡En todo templo! ¡En toda misa en la que yo tomara parte! Me cuido muy y mucho de elegir bien templo y sacerdote.
Actualmente mantengo la comunión en mi lengua con mayor convicción que antes de la pandemia. Es penoso el nivel de comportamiento litúrgico. Algunos fieles acuden a comulgar en la mano con el bozal colocado. Otros bastantes muchos hacen cosas raras para comulgar de sus manos a sus bocas bajándose y subiéndose el bozal. Cada vez más a la mascarilla colocada dentro del templo la denomino bozal. Experimento un gran desprecio hacia ella en el transcurso del Santo Sacrificio Eucarístico de la Misa. Es el gran sacrificio personal que debo hacer para participar en él. Es decir, mascarilla en mi cuello cuando me toca el turno de comulgar. ¡Contención del desprecio hacia la mascarilla por devoción eucarística!
Les dejo con una reflexión ecuánime de 11 minutos y acompaño mi escrito con una fotografía super muy ilustrativa. Ya sé que me repito. Hay escritos recientes míos sobre este tema.