El estrés es una enfermedad de nuestros días, que no viene de la acumulación de trabajos sino de la pre-ocupación por ellos, es decir, la sensación de que hay muchas cosas pendientes por hacer.
En cambio, la paz viene de que en lugar de pre-ocuparnos simplemente nos ocupemos de lo que toca ahora, del día a día, pero sin pre-ocuparnos. La pre-ocupación llena de angustia, que es ese darle vueltas a cosas que en el 95% de las veces no ocurrirán jamás, y que aunque ocurrieran no serían tan malas como las estamos imaginando (en ello consiste lo que llamamos angustia, esa forma de ansiedad en mayúscula). Dejar que la vida fluya es procurar integrar cualquier evento, el dolor, la muerte de alguien querido, dentro de esos planes, sabiendo que al final, todo será para bien.
Edith Stein lo sentía así: «Lo que no estaba en mis proyectos se encontraba en los proyectos de Dios. Y cuanto más a menudo se me presentan tales acontecimientos, tanto más viva se hace en mí la convicción de fe de que no existe el azar -visto de la parte de Dios-, que toda mi vida, hasta en sus menores detalles, está prevista en el plan de la providencia divina y que ella es, ante los ojos de Dios que lo ve todo, una coherencia inteligible perfecta».
Así, “todo procede del Amor, todo es dispuesto para la salvación del hombre” (Santa Catalina de Siena). porque hay una fuerza divina que nos protege, haciendo que de todo surja un bien.
Hay quien piensa que todo se debe al azar, a la casualidad, pero pienso que en realidad hay una causalidad escondida en las cosas que pasan, pues como dijo Jesús: «hasta el último cabello de tu cabeza esta contado» no en el sentido de que Dios causa las cosas directamente, sino de que pase lo que pase, todo puede reconducirse hacia el bien, hacia un aprendizaje que en ello consiste la razón por la que hemos venido a este mundo. Si no fuera para bien, las cosas no ocurrirían.
Hay quien dice: “todo me va mal, ya no puede ir a peor”, y en cierto modo no es cierto, pues “todo puede ir a peor”, pero al final “todo irá bien”, si no va bien es que aún no es el final, aún tenemos un aprendizaje para hacer. Y por supuesto es cierto que “la cosa puede ir a mejor, siempre puede ir a mejor”, sobre todo desde el punto de vista del crecimiento de nuestra alma.
Nos gustaría que todo fuera fácil, sin problemas. Pero eso haría de nosotros algo débil, endeble, como un churro en el que no podemos apoyarnos. Si miro mi vida, veré que ha habido cosas sencillas que me eran fáciles, y otras complicadas que me han servido para madurar…
Para mí, un punto clave es aprender de las experiencias con las dificultades que van componiendo ese aprendizaje, y esto es lo que algunos llaman karma, o destino. Con él, voy descubriendo y preparándome para mi misión, para lo que estoy en la vida. El dolor o sufrimiento se transforma cuando veo que todo es gracia, pero para eso hay que pasar por un aprendizaje… Ese camino no es fácil, pues el dolor puede desconcertar, suena como una lengua rara (pongamos el idioma ruso) en la que yo no entiendo nada hasta que encuentro la clave, y comienzo a encontrar sentido a todo.
La clave es experimentar en nuestra interioridad aquello de san Pablo: “Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a su propósito” (Rom 8,28), de algún modo saborear que hay un propósito de amor en todo lo que nos pasa, y que la clave es adecuarnos a él, para aceptar todo lo que pasa como él ha ordenado.
Hay quien piensa que todo se debe al azar, a la casualidad, pero pienso que en realidad hay una causalidad escondida en las cosas que pasan Share on X