Las tropas rusas ya han empezado a invadir el Afganistán- me dijo Roque.
Era la tarde del 28 de diciembre de 1979 y ya estaba oscureciendo. En aquel tiempo tanto Roque como yo éramos adolescentes y vivíamos, un poco por voluntad del azar, en un pueblo de la costa mediterránea española. Como además teníamos intereses comunes, pasábamos juntos largas horas libres reflexionando sobre esto y aquello.
Roque, lector voraz, tenía la pasión de la historia, que siempre ponía en relación con los acontecimientos contemporáneos. Sobre éstos llevaba una especie de diario por escrito: anotaba los hechos que llamaban su atención (generalmente de política internacional), los comentaba y a menudo los comparaba con un antecedente histórico. Nuestras fuentes de información sobre las noticias eran las habituales: periódicos, informativos de radio y televisión, artículos de revistas. Sobre historia leíamos todo lo que teníamos a mano (libros, artículos de prensa, revistas de divulgación histórica); si existía la posibilidad, también veíamos películas documentales. Roque extraía conocimientos políticos e históricos también de obras literarias. En realidad, y dado el lugar en que vivíamos y la edad que teníamos, nuestras fuentes eran bastante limitadas. Pero Roque, que tenía gran talento para estas cosas, era capaz de analizar la información que poseíamos, relacionar unos temas con otros y a partir de pocos datos disponibles, reflexionar y llegar a conclusiones sorprendentemente correctas.
En los meses precedentes se había interesado muy intensamente por la Revolución Islámica en el Irán. Siendo la historia colonial uno de sus puntos fuertes, analizaba el movimiento islamista como una reacción xenófoba contra formas modernas de neocolonialismo; comparaba la ocupación de la embajada estadounidense en Teherán y la consiguiente toma de rehenes con la Rebelión de los Bóxer en la China del año 1900, durante la cual las legaciones de las potencias coloniales europeas fueron atacadas y sitiadas durante dos meses.
La invasión rusa del Afganistán era interpretada por él en el mismo sentido: una lucha entre Occidente y el islam, pese a su apariencia de episodio de la Guerra Fría.
Cuando ahora recuerdo todo esto, me asombra comprobar que mi buen amigo de adolescencia, a sus dieciséis años, estaba ya en 1979 formulando el «choque de culturas» que Samuel Huntignton aún tardaría catorce años en dar a conocer en un artículo que, a su vez, daría paso a su famoso libro dos años después, en 1996.
En este contexto, recuerdo muy bien como Roque consideraba erróneo el apoyo occidental a los muyahidines.
Según mi amigo, pese a las diferencias políticas e ideológicas, Rusia era parte de Occidente, atacado en su conjunto por el floreciente islamismo, verdadero peligro frente al que había que unirse. Esta idea le venía de sus lecturas sobre la historia de las Cruzadas y del Imperio Bizantino. Conocedor del resultado de las expediciones militares británicas en el Afganistán y muy aficionado a la geografía (recuerdo que poseía un enorme atlas de la editorial Aguilar que consultaba continuamente y que era uno de sus más preciados tesoros), estaba convencido de la derrota rusa, entre otras cosas debido a la orografía afgana.
Otra de sus tesis, entonces difícil de entender, rezaba que 1979 era el último de un período histórico y que en 1980 empezaría a abrirse otro mucho más sombrío: la invasión del Afganistán lo probaba.
En 2019 apareció en Alemania un libro que cosechó una larga serie de críticas muy elogiosas. Se trata de «Zeitenwende 1979, als die Welt von heute begann» («1979 la cesura histórica con la que comenzó el mundo de hoy»). El autor, Frank Bösch, es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Potsdam, director del Centro Leibniz de Investigación sobre Historia Contemporánea y especialista en el período de las décadas de 1970 y 1980. En su libro, tras analizar muy diversos acontecimientos de aquel año, sostiene la tesis de que en 1979 se produjeron cambios históricos muy profundos, de modo que la historia, cambiando de curso, tomó un camino que inevitablemente había de conducir a la situación actual. Mi amigo Roque lo intuyó o lo dedujo en ese mismo año, para él 1980 iba a ser diferente de lo que ya conocíamos. En la vida cotidiana, la diferencia no se advirtió inmediatamente, pero al cabo de cuatro décadas, un prestigioso historiador, con la inmensa ventaja que es la perspectiva temporal, da la razón al adolescente de entonces.
Roque jamás llegó a ser historiador, como había planeado. Una vez le pregunté por su diario histórico-político de la adolescencia: lo había tirado. Hace décadas que no tengo contacto con él, pero por terceros sé que su vida ha sido azarosa y muy poco afortunada. Como sé que no le gustaría ninguna publicidad, aquí sólo lo llamo por su tercer nombre de pila, que casi nadie conocía, y omito nombrar el pueblo donde vivíamos.
Esta historia, que quizá parezca inverosímil, es absolutamente real. Tanto es así que puedo decir, sin dudarlo un instante, que de Roque y de su forma de pensar aprendí mucho. Gracias a su forma de analizar y razonar, que hice mía, pude yo también más tarde, hacer mis previsiones, formular mis hipótesis. Para prever hace veinte años que la aventura afgana de los EE.UU. y sus aliados iba a terminar mal, no me hizo falta gran clarividencia; la experiencia rusa y las ya viejas tesis de mi amigo, confirmadas por la historia, demostraban a las claras que se estaba repitiendo un error y que sólo un insensato podía creer en la victoria. Pero acaso sin el ejemplo de mi amigo, no hubiera acertado yo ni en eso.
Desde el primer momento, sin embargo, hubo voces, mucho más autorizadas que la mía, que anunciaron el desastre. Me viene a la memoria la del ya fallecido periodista francoalemán Peter Scholl-Latour.
Al ver las imágenes de la desbandada de los ejércitos occidentales en Kabul me pregunto si en los servicios secretos, en los gobiernos, en los servicios diplomáticos, en los parlamentos, ejércitos y universidades de todas esas naciones no hay nadie capaz de aunar su influencia política con la sensatez de un adolescente de pueblo llamado Roque…
La invasión rusa del Afganistán era interpretada por él en el mismo sentido: una lucha entre Occidente y el islam, pese a su apariencia de episodio de la Guerra Fría Share on X