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Judaísmo (15): Jeremías

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Introducción

Jeremías es una figura central en la tradición profética del judaísmo, cuyo ministerio y mensajes son cruciales para comprender la evolución de la fe y la historia de Israel en el siglo VII a.C. Su vida y sus escritos, particularmente el anuncio de una «Nueva Alianza», han tenido un impacto duradero no solo en el judaísmo sino también en el cristianismo. Este comentario busca explorar la vida, el ministerio y el legado de Jeremías, así como la estructura y la formación de su libro.

Como el gran representante del siglo VII a.C., hay que leer a Jeremías, el profeta que, después de llamar inútilmente al pueblo a la conversión, anuncia una «Nueva Alianza» en la que Dios escribiría su Ley en el corazón de los hombres. Es paralelo al 2º libro de los Reyes (Caps. 21-25), y las Lamentaciones que llevan el nombre de Jeremías.

Jeremías, nacido en una familia de sacerdotes (1,1), empezó a ejercer su ministerio profético hacia el año 627 a.C. (1,2), poco tiempo antes de la reforma religiosa del rey Josías, iniciada en el año 622 (véase 2Re 22-23). Los datos sobre los primeros años de la actividad del profeta son más bien escasos. Quizás aceptó e incluso impulsó la reforma por lo que tenía de purificación de las prácticas idolátricas, pero al mismo tiempo se opuso a una confianza excesiva en la Ley y el templo que no estuviera acompañada de una renovación más profunda en todos los ámbitos de la vida del pueblo. Sea cual sea, el libro nunca habla de la reforma de Josías, si bien son notables los contactos con el libro del Deuteronomio, que es el núcleo de esta reforma.

Durante el reinado de Joyaquim (609-598 aC), Judá vive una época relativamente tranquila y confiada bajo el control suave de Egipto. Jeremías ataca esta confianza, que hace caer al pueblo en la infidelidad al Señor, y anuncia el descalabro del reino de Judá. A los dirigentes y al pueblo les parece que «todo va bien» (6,14), lo que les impide convertirse.

Pero los anuncios de Jeremías se cumplen: Egipto es derrotado por Babilonia (605 a. C.) y, pocos años después, el ejército babilonio asedia a Jerusalén (597 a. C.), donde reina Jeconías, hijo de Joyaquim. El pueblo se encuentra en una situación comprometida. Muchos piensan en una solución política y proponen una alianza con Egipto y los países vecinos contra el babilonio Nabucodonosor.

Jeremías, empujado por la palabra de Dios, proclama con vigor que la fidelidad del Señor y al Señor no se demuestra con alianzas humanas. Los acontecimientos, la lógica política y hasta religiosa (Jeremías propone la sumisión a Babilonia) hacen pensar que su profecía no es auténtica, y es acusado de pro-babilonio. Sin embargo, en el fondo su posición representa la denuncia de una monarquía que no se preocupa de servir al pueblo: Dios la rechaza, y los acontecimientos acabarán arrastrándola a la destrucción.

La información es mucho más amplia, sin embargo, sobre las etapas posteriores de la vida del profeta. El libro de Jeremías hace mención de los acontecimientos que él vivió directamente, y aún más de su itinerario interior, sobre todo en los fragmentos conocidos como «confesiones» de Jeremías, esparcidas entre los capítulos 11 y 20.

En 587, Jerusalén es ocupada y buena parte del pueblo es deportado a Babilonia. Todo parece perdido para Judá. En estos momentos, Jeremías transforma sus palabras en un mensaje de esperanza y comienza a hablar del regreso de Israel a su tierra. Pero ese regreso aún tardará en producirse. Mientras, unos quieren reconstruir el país colaborando con los ocupantes, otros quieren hacerlo oponiéndose irresponsablemente a los babilonios, otros aún prefieren huir y refugiarse en Egipto. Jeremías es cogido por este último grupo y, por la fuerza, se lo llevan a Egipto, donde probablemente muere.

Estructura y formación del libro

La distribución actual del libro en sus grandes divisiones es bastante clara: la primera parte está formada por los oráculos de Jeremías contra Judá (1,4-25,14); después hay una sección que contiene episodios de la vida del profeta y oráculos positivos referidos a Israel y Judá (cc. 26-45); a continuación viene una recopilación de oráculos contra las naciones (cc. 46-51, con una introducción en 25,15-38); y, por último, un apéndice histórico sobre la caída de Jerusalén (c. 52).

La antigua versión griega del Antiguo Testamento (la traducción llamada de los Setenta) presenta un orden muy diferente y contiene aproximadamente una octava parte de menos extensión que el texto hebreo. La diferencia más notoria en la ordenación de los materiales es que los oráculos contra los pueblos extranjeros están colocados después de 25,14. Además, el orden de presentación de estos pueblos es distinto en una y otra edición.

El propio libro de Jeremías ofrece algunos datos que permiten seguir parcialmente la historia de su formación.

En el capítulo 36 se dice que Jeremías recibió la orden de escribir en un rollo todos los oráculos pronunciados sobre Israel, Judá y otros pueblos. Según 36,2, estos oráculos fueron pronunciados entre el reinado de Josías y «el día de hoy» (es decir, entre los años 627 y 605 a.C.). Estos oráculos son los que se encuentran en los capítulos 1-25. El rollo fue destruido (36,23) y reescrito (36,28). Ahora bien, según 36,32, a las profecías que ya contenía el libro, Jeremías «añadió muchas parecidas». Este material se encuentra actualmente en la primera parte del libro (cc. 1-25), si bien es prácticamente imposible distinguir los añadidos de lo que pertenece al rollo original.

La segunda sección (cc. 26-45) es atribuida a menudo a la mano de Baruc (ver 36,4). Está formada en gran parte por datos biográficos de Jeremías, básicamente sus disputas con las autoridades del templo y las autoridades políticas (cc. 26 y 36), así como la situación del profeta en tiempos del rey Sedecías (cc. 37-44), especialmente el encarcelamiento e ida a Egipto. En esta sección se encuentra igualmente el llamado «Libro de la consolación» (cc. 30-31); son un grupo de poemas, los más antiguos de los cuales eran dirigidos probablemente al reino del Norte (Israel) pero que con la caída de Jerusalén fueron aplicados en el reino del Sur (Judá).

La actual colección de oráculos contra las naciones (25,15-38 y cc. 46-51) es ciertamente posterior a Jeremías, ya que presupone la caída de Babilonia. Ahora bien, en la base existe material originario de Jeremías, sobre todo en el caso del oráculo dirigido contra Egipto.

Jeremías y la palabra de Dios

La vida de Jeremías no fue fácil. La vocación profética le provocó incomprensiones y persecuciones, incluso por parte de su propia familia. Pero se sentía atraído con una intensidad irresistible por Dios y por su palabra, y se mantuvo adherido de forma firme y constante en medio de las dificultades y de las crisis. Jeremías se siente seducido por Dios (20,7) y experimenta la fuerza de la palabra del Señor, hasta el punto de que la «devora» cuando le llega y es para él el gozo y la alegría del corazón (15,16). Jeremías no se puede resistir y no se resiste, aunque la palabra que debe proclamar le sitúe casi en una posición de enemigo del pueblo, en medio de una honda soledad (16,1-9).

A la larga, este drama personal vivido intensamente permitirá al profeta presentar una «teología de la historia», según la cual Dios es soberano de los acontecimientos, ya que en ellos muestra su fidelidad y su amor a Israel y por medio de ellos reclama del pueblo la misma moneda.

Muchas páginas del libro de Jeremías son precisamente una lectura de la historia, en la que se descubre una y otra vez la actuación liberadora de Dios en favor de Israel, que es correspondida, en cambio, con la infidelidad al Señor y la veneración idolátrica de otros dioses. Pero Dios sigue manteniendo su llamada a volver hacia él y propone incluso una nueva alianza (31,31-34), basada no ya en el cumplimiento externo de unos mandamientos sino en una adhesión personal, interior y sincera a Dios y a su palabra.

Jeremías ha ejercido una notable influencia en el desarrollo posterior de ideas referidas al mesianismo (30,9), la nueva alianza, el valor de la palabra del Señor y su soberanía sobre la historia. El mensaje y la vida de Jeremías anuncian y preparan muchos de los elementos fundamentales del Mesías.

La Carta de Jeremías no está entre el canon hebreo, y en la Biblia cristiana pertenece a una parte del libro del profeta Baruc: contiene un fuerte ataque contra la idolatría, en la línea de los grandes profetas de Israel (Is 37,19; 40,18-20; 44,9-20; Jr 2,27-28; 10,3-15; Os 8,6; véase también Sl 115,4-8; 135,15-18). El tema fundamental es la impotencia de los ídolos, incapaces de ver, de oír, de hablar, de defenderse de nada ni de nadie. Sin embargo, al Dios de Israel le son atribuidas todas y cada una de las funciones y calidades negadas a los dioses falsos.

Así, los ídolos son fabricados y terminan destruidos; en cambio, el Dios de Israel es increado y eterno. Los ídolos están construidos por manos humanas, mientras que Dios es el único creador del universo. Los ídolos están muertos, inanimados, encerrados en los templos como en una prisión; Dios, en cambio, está vivo, único, infinito y presente en todas partes. Los ídolos no tienen ningún influjo a favor o en contra ni de sí mismos ni de los hombres; Dios ejerce su providencia sobre todo y se basta en todo a sí mismo.

La carta de Jeremías no es, pues, una simple requisitoria contra los dioses falsos, sino una clara afirmación de la trascendencia del Dios de Israel y de su acción creadora y providente. El nombre del profeta Joel (que significa ‘el Señor es Dios’) sólo aparece en el título del libro; en el resto del Antiguo Testamento no encontramos ningún tipo de información sobre la identidad de este personaje.

Conclusión

Jeremías es una figura fundamental en la historia religiosa de Israel, cuya vida y obra no solo reflejan la profundidad de su relación con Dios, sino que también ofrecen una crítica y esperanza en tiempos de crisis. Su anuncio de una nueva alianza, la riqueza de sus confesiones y la estructura de su libro proporcionan una perspectiva profunda sobre la interacción entre la fe, la política y la historia. Su legado perdura como una guía espiritual y moral que trasciende su tiempo y continúa resonando en la teología y la fe contemporáneas.

Twitter: @lluciapou

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