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Judaísmo (13): la monarquía. Los libros de Samuel y de los Reyes

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Los libros de Samuel y de los Reyes constituyen una sola obra. La separación obedece a razones prácticas de facilidad de manejo de los rollos de pergamino. Los libros de Samuel tratan de los orígenes de la monarquía, y los de los Reyes narran la historia de la monarquía de Israel y de Judá desde la muerte de David hasta la cautividad de Babilonia.

Contenido de los libros de Samuel y de los Reyes

Al principio la narración se va centrando alrededor de unos personajes que van apareciendo sucesivamente. Estos protagonistas sucesivos son Samuel, Saúl, David y Salomón. A partir de la muerte de Salomón, ya en los libros de los Reyes, la narración se ajusta, más o menos, a una secuencia cronológica, saltando de un reino a otro con el fin de ir presentando juntos, dentro lo posible, los sucesos acontecidos en reinados contemporáneos.

El libro se puede dividir en varias secciones:
  1. Samuel: se incluyen dos tradiciones acerca de Samuel.
  2. Samuel y Saúl: también se recogen dos tradiciones distintas.
  3. Saúl y David: también abundan los duplicados.
  4. David.
  5. Salomón.
  6. Los dos reinos.
  7. El reino de Judá hasta la cautividad.

Los comienzos de la monarquía israelita: Los libros de Samuel

En una narración de tipo histórico, los cc. 1-7 del primer libro de Samuel cuentan varios hechos de la vida del profeta. Empiezan con el nacimiento y la llamada que Dios le hace, hasta que llega a ser juez de Israel, y anuncia la desgracia del sacerdote Elí y de su familia, la destrucción del templo de Silón y la captura del arca del alianza por los filisteos. Siguen las narraciones del retorno del arca y la primera victoria de los israelitas contra los filisteos, bajo la guía de Samuel.

Los cc. 8-12 contienen el relato de la institución de la monarquía, presentada desde el doble punto de vista de la voluntad del pueblo (c. 8) y del designio de Dios (cc. 9-10). Esta dualidad, más que una repetición inútil o contradictoria, manifiesta la ambigüedad de las estructuras políticas. La sección se completa con las primeras acciones de Saúl como rey y la despedida de Samuel.

A continuación se narran las primeras campañas victoriosas del rey Saúl contra los filisteos y los amalequitas (cc. 13-15). Pero la última de ellas acaba con la reprobación divina del primer rey de Israel, por no haber sido obediente a la voluntad de Dios.

Todo el resto del libro (cc. 16-31) es la realización de la doble profecía de Samuel: reprobación de Saúl y elección de David como nuevo rey. La historia de la ascensión de David al trono, iniciada en la c. 16, continuará hasta 2Sam 6. Los éxitos de David provocan los celos de Saúl, que no acepta que Dios le sustituya por otro. Pero cuanto más se esfuerza por perseguir y tratar de matar a David, más debe ver cómo éste se alza triunfante. Por último, Saúl es derrotado; no por David, siempre leal a él, sino por los filisteos [donde se encuentra Gaza actualmente, ancestrales enemigos de Israel]. Con el relato de la muerte de Saúl termina el primer libro de Samuel.

El primer gran profeta primitivo en Israel fue Samuel.

Samuel es “vidente” o “profeta”. En muchas religiones antiguas, y también en las del Próximo Oriente, se puede encontrar el fenómeno de la profecía extática. Pero en Israel no se consideraba el éxtasis como lo más característico de la profecía: el profeta es ante todo un mensajero enviado por Dios para comunicar algo. El primer gran profeta primitivo en Israel fue Samuel.

Después de la muerte de Saúl, David es escogido por Dios y ungido por el profeta, e intentó y consiguió ser proclamado rey de Judá en Hebrón.

El segundo libro de Samuel comienza presentando a David reinando tan sólo sobre la tribu de Judá, en Hebrón, en lucha con las tribus del Norte, que sostienen la causa de la dinastía de Saúl (cc. 1-4). La generosidad de David, los procedimientos expeditivos de Joab, su general jefe, y la desgracia de los adversarios hacen que, al final, los del Norte vayan a encontrar a David a Hebrón, pacten con él y le reconozcan también como rey.

Entonces tiene lugar un acontecimiento muy importante en la historia del pueblo de Dios: David conquista la ciudad de Jerusalén, situada en la frontera entre las tribus del Norte y la de Judá, y la convierte en la capital del reino unido de las doce tribus (c 5). Era una ciudad neutral, ideal para establecer en ella la capital sin que ninguna tribu se viera favorecida por la elección.

Una vez establecida en Jerusalén la corte se llevó a cabo un primer intento de centralización del culto con el traslado del Arca a la ciudad. Esta capitalidad política se convierte, además, en religiosa cuando David instala en Jerusalén el arca de la alianza, recuerdo palpable de la liberación de Egipto y signo de la presencia de Dios en medio de su pueblo (c. 6).

A partir de la c. 7 comienza la narración de los hechos de la vida de David bajo la perspectiva de su descendencia. Es la historia de la sucesión al trono de David, que se prolongará hasta 1Re 2. David había querido edificar un templo que conservara con todo honor el arca, como si fuera el palacio de Dios, pero Dios le hace saber, por medio del profeta Natán, que el templo no se lo edificará él, sino su hijo Salomón; pero le promete que su linaje le sucederá perpetuamente en el trono (c. 7).

Este texto es el origen de la esperanza mesiánica. El autor de las narraciones que siguen, sin duda testigo presencial de los hechos, explica la grandeza y las debilidades del rey David, e incluso su doble pecado de adulterio y de homicidio, cuyo realismo contrasta con el tono legendario y adulador de las crónicas reales del mundo antiguo.

Por lo que respecta a los cc. 21-24, son unos apéndices añadidos al final de este libro y rompen el hilo del relato que es retomado en 1Re 1.

Samuel es el último de los «Jueces» va de la mano del 1º libro de los Reyes. El período de la monarquía -relatado en estos cuatro Libros- constituye el momento culminante del primer tiempo de la «Historia de la Salvación». La figura central de este período es el rey David. [Una sugerencia para la lectura: a continuación se podrían leer los libros de las Crónicas, que son una reinterpretación de la historia de Israel].

Salomón

El libro primero de los Reyes presenta al rey Salomón como un prototipo de rey sabio. Además fue un gran administrador del reino; lo dividió en provincias, colocando gobernadores al frente de las mismas. Realizó la construcción del Templo, junto al palacio.

El modelo del Templo se ajusta la descripción normal de varios templos cananeos. Estos comprendían un hekal o santuario a cuya entrada había dos columnas, y un debir o Santo de los Santos, antes de entrar, en el cual había dos altares para incienso, y en el interior del recinto una massebah.

Salomón promovió grandes construcciones en todo el reino: además del Templo de Jerusalén, amplió las murallas de la ciudad y reforzó varias fortalezas.

Sucedió a Salomón en el trono su hijo, Roboam. Fue aceptado sin dificultad por la tribu de Judá, pero encontró muchas dificultades para ser aceptado por las tribus del norte. En Sikem, toda la asamblea de Israel pidió a Roboam que aligerara la servidumbre que les había impuesto su padre, pero éste se negó a tal petición, y estas tribus lo rechazaron, y con él a la monarquía davídica.

Los reinos de Israel y de Judá

El reino del norte

Las tribus del Norte aclamaron como rey a Jeroboam, que ya se había rebelado contra Salomón. Para consumar la ruptura con las tribus del Sur, Jeroboam elevó a la categoría de santuarios reales dos viejos templos: Dan y Betel.

Con Omrí se inició una dinastía y una nueva época de esplendor en el reino del Norte. Fundó una nueva capital, Samaria. Desarrolló la agricultura y ganadería, así como las relaciones comerciales con las ciudades fenicias de la costa.

Su hijo y sucesor fue Ajab, quien desarrolló una gran labor constructora en Samaria, pero en su época creció la corrupción moral y la idolatría. Frente a él, el profeta Elías predicó incansablemente la fidelidad a Dios.

Le sucedió en el trono su hijo Ocozías, que reinó un año, y a éste su hermano Joram. Mientras Joram estaba reponiéndose de las heridas recibidas de los arameos en un asedio, un general de su ejército, Jehú, fue ungido rey en secreto por un enviado del profeta Eliseo.

Jehú inició una nueva dinastía. En su reinado perdió todas las posesiones en Transjordania y tuvo que pagar un fuerte tributo a Salmanasar III de Asiria (así consta en el obelisco de Salmanasar III del 840 a.C.).

Le sucedió Jeroboam II, que restauró el poder de Israel; además reactivó el comercio y la economía. Pero la situación moral seguía siendo pésima, y las injusticias de todo tipo aumentaban, como lo muestran las predicaciones de Amós y Oseas. Hay constancia en la documentación asiria del pago de un tributo a Teglatfalasar III.

El rey Oseas rindió homenaje al rey asirio Teglatfalasar III, pero a la muerte de éste intentó sacudirse el yugo asirio con la ayuda de Egipto. El nuevo rey asirio, Salmanasar V, puso cerco a Samaria y se apoderó del rey Oseas. Al cabo de tres años (722 a.C.) se rindió la ciudad. El sucesor de Salmanasar V, Sargón II se encargaría de organizar la deportación.

El reino del sur

El sucesor de Salomón, Roboam, se dedicó a fortificar ciudades en su reino. Le sucedió su hijo Ozías, que tuvo un largo y próspero reinado: fortificó Jerusalén y otras ciudades, y extendió la agricultura.

Con la subida al poder de Teglatfalasar III de Asiria cambió radicalmente el panorama de la zona geográfica. Israel había optado por el enfrentamiento abierto. Mientras tanto, Judá, gracias a que no entró en la alianza antiasiria, no fue conquistada, pero se convirtió en vasallo de Teglatfalasar III. Aprendieron la lección de lo que sucedió a sus vecinos y se mantuvieron como fieles vasallos de Asiria.

Ajaz siguió la misma política: sumisión a Teglatfalasar III y Salmanasar V. Al subir Ezequías al trono, éste no quiso someterse a Sargón II, y se unió a una revuelta contra el rey asirio junto con los filisteos y con el apoyo de Egipto. Senaquerib subió al poder de Asiria y organizó una campaña espectacular contra la coalición: conquistó el territorio filisteo, y entró a Judá. Al final puso cerco a Jerusalén, que se salvó pagando un gran tributo. El Prisma hexagonal de Senaquerib proporciona algunos detalles de estas campañas.

Ezequías hizo una alberca y un gran canal, que va desde la fuente de Guijón hasta la piscina de Siloé, para el abastecimiento de agua a Jerusalén durante los asedios. También llevó a cabo una gran reforma religiosa. Después del impacto causado por la caída de Samaria intentó una purificación de la práctica religiosa en Judá.

Su hijo Manasés, en el aspecto, religioso fomentó los cultos a Baal y Astarté de la religión cananea. Le sucedió en el trono su hijo Amón, que se mantuvo fiel a Asiria y a los cultos idolátricos de su padre.

El reinado de Josías se caracterizó por la búsqueda de la independencia política y religiosa. Recuperó parte de los territorios del antiguo reino del Norte: Betel, Samaria y Megiddoh. Destruyó los santuarios locales y dejó como único lugar de culto el Templo de Jerusalén. El reinado de Josías se caracterizó por la profunda reforma religiosa que emprendió.

En su época el poder asirio de debilitó grandemente, y se encontraba a punto de extinción bajo el empuje de los medos y babilonios. Así, Nabucodonosor logró la supremacía en Oriente próximo.

Joaquín acabaría rindiéndose a Nabucodonosor (597 a.C.), quien lo hizo prisionero, e impuso un fuerte tributo a Judá, deportando a Babilonia todas las personas que podían ser influyentes. De este modo, alejaba todo peligro de una rebelión. Se ha conservado una crónica babilónica sobre este primer asedio de Jerusalén.

En la corte de Jerusalén seguían las disputas entre los dos bandos: los que defendían la sumisión, apoyados por Jeremías, frente a los adeptos a la rebelión. Sedecías fue al principio partidario de la sumisión, pero después se comprometió en intrigas antibabilónicas. En la puerta-torre de Lakis han aparecido 18 ostraka con mensajes de campaña acerca de los esfuerzos por defenderse del avance de las tropas babilónicas, hasta que éstas conquistan la fortaleza.

Nabucodonosor puso de nuevo cerco a Jerusalén en el año 588 a.C. La ciudad cayó a mediados del año 587. Los babilonios decretaron una nueva deportación. El Templo fue incendiado y las murallas destruidas. Nabucodonosor premió la fidelidad de Jeremías dejándole libre de hacer lo que quisiera y proporcionándole medios de subsistencia.

La composición de los libros de Samuel y de los Reyes

La obra tiene una cierta unidad, pero contiene una gran diversidad de materiales previos. En su conjunto, la obra es una interpretación de la historia de la monarquía en Israel a la luz de la teología del Deuteronomio. Hay muchos datos históricamente válidos, aunque están intrínsecamente unidos a reinterpretaciones teológicas, utilizando diversos elementos retóricos y literarios.

Hay varios elementos, de origen independiente, que se han ido insertando en el libro a lo largo de su composición. Junto a esos materiales hay noticias fragmentarias que parecen proceder de los archivos reales. La mayor parte del material de los libros de Samuel es una crónica detallada, redactada no mucho después de los acontecimientos narrados.

Es posible el que en esta época, en la que comenzó a difundirse algo más la práctica de la escritura en Palestina, también comenzara a escribirse una documentación que fuera guardando noticias de algunos hechos significativos de la vida del reino. La crónica de la sucesión de David es la primera obra maestra de este nuevo género. Se escribió en una fecha cercana a los acontecimientos.

Se pueden reconocer además varios conjuntos literarios, de origen independiente. Estos conjuntos literarios son: la crónica de la sucesión de David, la historia de Salomón, la historia del cisma, el ciclo de Elías, el ciclo de Eliseo, y otros; cada uno con su propia historia literaria antes de ser incorporado a los libros de los Reyes.

La fecha de composición final debió de ser en la segunda mitad del periodo del exilio[1].

Enseñanza de los libros de Samuel y de los Reyes

Estos libros ofrecen una visión religiosa de la historia: el camino seguido en la práctica por los reyes y el pueblo, que termina en el derrumbamiento final del reino. Se presentan lecciones de todo este período de la historia para trasmitir enseñanzas fundamentales: sólo existe un Dios; el pueblo elegido constituye una unidad; sólo se puede dar a Dios el culto adecuado en un sólo templo: el de Jerusalén; hay una tierra que es la que Dios ha dado en posesión a su pueblo; y una ley dada por Dios para instruir a su gente.

El carácter teológico de esta historia se hace particularmente patente por la abundancia de profetas a los que se alude. El esquema “profecía – cumplimiento” se encuentra repetido unas cuarenta y cinco veces a lo largo de los libros de los Reyes. Se trata de una técnica de “proyección de la historia” en la que subyace la certeza de que la palabra de Dios, pronunciada por medio de los profetas, guía y dirige la historia de Israel. Veo curioso que algunos de los profetas más importantes sean del reino del Norte, repudiados por la Judea de Jerusalén.

David es presentado como el prototipo del Mesías.

La religiosidad de los protagonistas es todavía bastante primitiva. En este contexto impresiona especialmente el excepcional sentimiento religioso de David: su magnanimidad con los enemigos, su sentido personal del pecado y de la penitencia. David es presentado como el prototipo del Mesías.

A diferencia de lo que sucedía con las monarquías de los pueblos vecinos, no se hace una divinización del rey. Sin embargo, a partir de Salomón, hijo de David, los reyes son considerados como hijos adoptivos de Dios: “Yo seré para él padre y él será para mí un hijo”, palabras que se interpretan referidas al Mesías y a todos, llamados a ser hijos de Dios.

En el oráculo de Natán, el Señor se compromete definitivamente con la dinastía de David. El compromiso es de carácter gratuito e incondicional, basado en una promesa que Dios no retractará. Se diferencia, pues, de la Alianza del Sinaí que es bilateral y condicionada al cumplimiento de lo pactado.

Serían luego necesarias varias decepciones, entre ellas la cautividad, para que se fuera purificando la concepción del Mesías y se pudieran comprender la dimensión justa de su misión: espiritual y fundamentalmente escatológica.

Al considerar justa la destrucción de Samaria, y después la de Jerusalén, se subrayan las exigencias de la Alianza y la realidad de las infidelidades del pueblo. No obstante queda un “pequeño resto” que siempre permanece fiel a Dios. [Esta noción de “pequeño resto” permanecerá en la tradición cristiana, misteriosa como los que serán (en palabras de Jesús) la “sal de la tierra”].

El pueblo de Dios y la monarquía

El tema central de los dos libros de Samuel es la monarquía, y las repercusiones que tiene para Israel la adopción de ese sistema de gobierno.

El punto de partida es la convicción de que el auténtico rey de Israel es el Señor. Por eso, la iniciativa del pueblo, que pide con insistencia un rey humano «tal y como tienen todas las demás naciones» (1Sa 8,5), recibe una desaprobación firme. Dios permitirá finalmente que tengan un rey, pero siempre debe quedar bien claro que la autoridad de éste proviene de Dios y está subordinada a él. [Siguiendo esta interpretación textual, literal, de un contexto cultural antiguo, hasta el siglo XIX la Iglesia ejercía este principio de autoridad, luego ya ha caído en desuso pues como tantas cosas formaba parte de un contexto ya superado en la laicidad moderna].

El rey por excelencia es David. Los libros de Samuel le dedican una atención preferente. Ofrecen una imagen muy humana, y no esconden siquiera sus mayores debilidades, pero lo presentan a la vez como el monarca ideal del pueblo de Dios, siempre atento a cumplir la voluntad del Señor. David se convierte en el fundador de la dinastía que debe reinar para siempre en Jerusalén, según la promesa que le anuncia el profeta Natán.

Con el tiempo, David será visto como el modelo ideal del rey último y definitivo, el Mesías de Dios. [El Nuevo Testamento reconoce en Jesús a este descendiente de David en quien se cumplen las promesas de Dios y las esperanzas del pueblo. Cuando en el Nuevo Testamento el ángel anuncia a María el hijo que le nacerá, le dice que «el Señor Dios le dará el trono de David, su padre. Reinará para siempre sobre el pueblo de Jacob, y su reinado no tendrá fin» (Lc 1,32-33), y los contemporáneos de Jesús le aclaman o le invocan llamándole «hijo de David» (Mt 1,1; Mc 10,47; 11,10)].

En resumen:

He intentado una visión exhaustiva y detallada de la monarquía en Israel y Judá, así como de los personajes y eventos clave que marcaron este período crucial en la historia del pueblo judío. Destaco como conclusión algunos puntos clave:

  1. Unidad literaria y división práctica: Es interesante señalar cómo los libros de Samuel y de los Reyes, aunque constituyen una sola obra en términos de contenido, fueron divididos por razones prácticas (en rollos más cortos eran más manejables). Esta división no afecta a la unidad temática y teológica de la narrativa.
  2. Personajes y eventos principales: La descripción detallada de los personajes principales, como Samuel, Saúl, David y Salomón, así como los eventos cruciales, puede proporcionar una comprensión completa del desarrollo histórico y religioso durante la época de la monarquía, tanto desde una perspectiva histórica como teológica dentro del contexto del judaísmo. Hemos visto detalles sobre la composición de los libros y su enseñanza teológica. La tradición judía los considera escritos principalmente por el profeta Samuel y terminados por los profetas Gad y Natán. Estos libros reúnen una serie de antiguas tradiciones heterogéneas, algunas de ellas casi contemporáneas de los hechos narrados, referidas al período que va desde el nacimiento de Samuel hasta el tiempo de la sucesión de David (1070-970 a. C., aproximadamente). Son cien años muy importantes en la historia de Israel, porque durante este período las doce tribus, a menudo aliadas pero a veces reñidas entre sí, llegan a constituir una monarquía unitaria y hereditaria, organizada al estilo de los reinos vecinos.
  3. Teología de la historia: Los libros de Samuel y los Reyes ofrecen una visión religiosa de la historia, resaltando la relación entre las acciones humanas y la voluntad divina. La interacción entre profetas y reyes refleja la creencia en que Dios guía y dirige la historia de Israel a través de sus mensajeros.
  4. La figura de David: David emerge como una figura central en la narrativa, presentado tanto en sus aspectos positivos como en sus debilidades humanas. Su papel como el prototipo del Mesías es destacado, con su linaje siendo visto como la línea mesiánica. La evolución política es explicada de una manera que se avecina, más que en otros libros bíblicos, a lo que actualmente entendemos por historia. Los hechos maravillosos y las intervenciones extraordinarias de Dios se reducen al mínimo, a diferencia de lo que ocurre en las narraciones del Pentateuco y de los libros de Josué y de los Jueces. Incluso puede parecer que estamos ante una historia profana, apasionante como una novela de aventuras. Destaca sobre todo la vida de David, tan rica de valores humanos y sentimientos religiosos.
  5. El pequeño resto de Israel: esta noción de los que permanecen fieles a Dios a pesar de los eventos tumultuosos en la historia de Israel es significativa. Idea que se encuentra tanto en la tradición bíblica como en la tradición cristiana, y que resalta la importancia de la fidelidad y la perseverancia en tiempos difíciles.

[1] Los estudiosos tienden a considerar que los libros están compuestos por una primera edición de finales del siglo VII a. C. y una segunda y última edición de mediados del siglo VI a. C

Twitter: @lluciapou

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