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Entrevista a Javier Olivera Ravasi: «Contra la malicia hay que oponer milicia. No hay otra posibilidad»

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Nos encontramos con el padre Javier Olivera Ravasi. Si su figura transmite serenidad, su mirada refleja la intensidad de quien vive cada día con un propósito definido.

A través de su voz pausada pero firme, el padre Olivera, nos adentra en un relato en el que la fe y la valentía se entrelazan como pilares de una vida dedicada al servicio y la verdad.

Hablar con él es como escuchar una historia épica contada al calor de una chimenea, pero también es adentrarse en una conversación cercana, sin distancias, entre amigos. Su presencia irradia confianza y en sus palabras se percibe la fuerza de quien ha encontrado en la fe un hogar sólido en medio de la tormenta.

Para este sacerdote argentino, que congrega a más de 400.000 seguidores en su canal de YouTube -es, por tanto, un influencer- la vida es una aventura que afronta con el coraje, humildad y plena confianza en Dios.

Quien se acerque a esta entrevista, que bien pudiera ser una conversación, descubrirá una vida entregada al más alto ideal.

Óscar Rivas- La Orden de San Elías, a la cual usted, padre Javier, pertenece, tiene dos vertientes, la primera es la apologética histórica y la segunda la contrarrevolución cultural. ¿Qué importancia tiene la cultura y la historia en la propagación de la Verdad?

P.Javier Olivera- La contrarrevolución cultural no es una revolución contraria, sino hacer lo contrario de lo que se hace en la llamada revolución con R mayúscula, que consiste en cambiar el orden establecido de las cosas.

Uno de los modos en que la Revolución cultural ha obrado en los últimos años, en las últimas décadas, y en los últimos dos siglos, por lo menos, ha sido invirtiendo el orden natural para a su vez destruir el orden sobrenatural.

Esto lo habló muy pero que muy bien, primero la escuela de Frankfurt y también Antonio Gramsci, dos vertientes de la nueva izquierda del siglo XX, que decían que no solamente hacía falta tomar los cuerpos sino también las inteligencias, cambiar el sentido común. Por eso es tan importante la contrarrevolución cultural: para destruir los mitos que se nos han planteado tanto desde el punto de vista de las ideas como de la historia.

Por medio de la falsificación histórica van cambiando incluso nuestro propio modo de ser

Esta es una de las razones por las cuales cuando la izquierda moderna, pero también el liberalismo moderno, toma el poder en algunos ámbitos, una de las primeras cosas que hace es tomar también el ámbito de las humanidades. Y dentro de las humanidades una de las ramas principales y quizás más preferidas: la historia. ¿Por qué? Porque por medio de la falsificación histórica van cambiando incluso nuestro propio modo de ser y a su vez pueden incluso también dañar y cambiar nuestra propia fe.

Si a mí me dicen que mi padre y mi madre fueron dos delincuentes, probablemente las cosas que mi padre y mi madre me han enseñado yo comience a ponerlas en duda. Por lo tanto, si me dicen que la iglesia ha sido siempre una tirana, una torturadora, una institución machista que oprimía a la gente, o que mataba a todos los indios en América, o que mataba a la gente porque pensaba distinto en la quema de brujas… El ataque a la verdad histórica también va dañando de modo tangencial por lo menos nuestra propia fe. Daría importancia a hacer esto que uno puede llamar una contrarrevolución cultural en los ámbitos de la filosofía, la historia, la literatura…

Resulta indudable y sin embargo, no son pocos los que insisten en que no hay que tocar la historia. No entienden que a través de la historia, o mejor dicho, de la manipulación de ésta, lo que se ataca de raíz es el basamento de la cultura cristiana. John Senior, en su libro Restauración de la Cultura Cristiana define la cultura católica como “la Santa Misa y todo lo que se ha generado a su alrededor para enriquecerla y protegerla.” ¿Qué representa para usted esa cultura cristiana?

Bien, la cultura pudiera definirse como esa serie de hábitos intelectuales que le dan una cara, un rostro a una sociedad en un momento determinado.

De la cultura va a depender también el culto que después se realice. La cultura azteca, entre comillas, si uno puede llamar cultura a esas civilizaciones, o la cultura maya, la cultura maori, también van engendrando un modo de vivir y de expresarse dentro de un momento histórico determinado que podrá ser mayor o menor, que podrá ser más elevado o menos elevado.

Por eso, no hay que auto-censurarse diciendo que hay culturas mejores y culturas peores, culturas más elevadas y culturas más primitivas.

La cultura pudiera definirse como esa serie de hábitos intelectuales que le dan una cara, un rostro a una sociedad en un momento determinado.

De ahí que la cultura que ha forjado, al menos algunos de los siglos, en la Mesoamérica, como puede ser, por ejemplo, México, con el canibalismo, con los sacrificios rituales, etc., sea una cultura bastante decadente. De ahí que los españoles, gracias a Dios, nos hayan liberado de todo ese yugo tiránico que imponían muchos de los pueblos precolombinos.  La  cultura azteca, la maya, o la que fuere, tenían también un culto; el culto a los falsos dioses, el culto a los ídolos, en fin…

La cultura cristiana es esa serie de hábitos intelectuales, morales, que le dieron, en su momento, a la Iglesia Católica un rostro determinado, un modo de ser concreto. Por aquello que se dice de que la Lex Orandi es Lex Credendi, o sea, se reza conforme se cree, lo mismo sucede con la Santa Misa.

Conforme ha sido la cultura casi bimilenaria de la Iglesia Católica, se fue conformando a lo largo de los siglos un culto, un culto razonable, un culto conforme a esa cultura. En la medida en que esa cultura cristiana fue comenzando a decaer, ese culto comenzó también a decaer. Es algo natural. En consecuencia, la cultura cristiana es la expresión de una civilización, un grupo de personas que normalmente termina en un culto, que puede ser mejor o peor según los tiempos y según los hábitos intelectuales y morales.

Tanto usted como yo nos movemos en el área de la comunicación. Tal vez se trate de una deformación profesional pero concedo gran importancia al lenguaje y creo que usted también. El lenguaje es relevante, lo vemos cada día. Cada palabra presenta una significación muy concreta que suele obedecer a un sentido. El uso de la palabra parresía, de origen griego, y hoy en desuso, resulta, sin embargo, muy frecuente en sus intervenciones. ¿En qué consiste predicar con parresía y cuál es su importancia?

La palabra parresía es una palabra de origen griego que en muchas lenguas hoy existe todavía. En nuestra lengua castellana, aceptada por la Real Academia Española significa hablar con franqueza, hablar abiertamente, hablar sin temor a ser criticado, a ser tildado de políticamente incorrecto.

Nosotros en nuestra pequeña congregación, la Orden San Elías, intentamos predicar con parresía en dos ámbitos bien específicos: por un lado, el de las llamadas misiones ad gentes, es decir, en los lugares donde no hay cristianos, donde no hay católicos; predicar en aquellos lugares donde todavía no se conoce el nombre del buen Jesús. Y por otro lado, en el ámbito de la llamada contrarrevolución cultural, que antes conversábamos.

La parresía es hablar con franqueza, sin temor a ser criticado, a ser tildado de politicamente incorrecto

En los últimos años los gobiernos de muchos países han avanzado en su pretensión de apropiarse de la enseñanza. Una ministra del presidente Sánchez se atrevió incluso a afirmar públicamente que no debemos pensar que los hijos son de los padres. Su audacia, y que conste que valoro la audacia como virtud, no parece tener límites. Llegados a este punto, ¿dónde queda la libertad?

Decía Chesterton que las palabras se han vuelto como locas, ¿no? Y una de estas palabras que se ha vuelto como loca ya desde la Revolución Francesa, incluso desde antes, es la palabra libertad, que ya no reside en la capacidad de hacer o de buscar el bien, por medio de esa potencia que es la voluntad, la voluntad racional, sino que se entiende por libertad el libertinaje, la capacidad de hacer, decir u omitir, hacer cualquier tipo de cosas en nombre de la libertad.

La Iglesia siempre ha enseñado que los primeros educadores de los hijos no es ni la escuela, ni el Estado, ni siquiera los profesores; son los propios padres, guiados por la enseñanza de la Iglesia, por la enseñanza bimilenaria de la cultura católica.

Los primeros educadores son los padres, guiados por la enseñanza bimilenaria de la cultura católica

Por esta razón, en estos tiempos en los que tanto se habla de libertad, pero termina restringiéndose la posibilidad incluso de educar a sus propios hijos en la verdad, uno tiene que oponerse, como el Quijote, frente a los molinos de viento, aunque parezca que uno va a ser degollado en el «tribunal de la tolerancia».

Eso es lo que tenemos que buscar siempre; que la educación, que implica llevar al máximo las potencialidades de la persona que tenga enfrente, por medio de uno, que es un mero instrumento que va tratando de ayudarlo, que no se nos quite ese ámbito de la verdadera libertad para que esos hijos puedan ser educados para el cielo.

Hay muchos católicos que parecen tener miedo a revelar públicamente su fe, y no digo ya a predicar la Buena Nueva ¿Cómo convencerles de la necesidad de que el católico incremente su presencia en la vida pública?

Esto que me pregunta es en concreto lo que se conoce como el catolicismo liberal. Es decir, ser católico nada más que en la esfera privada, pero no revelar públicamente nuestra condición de cristianos. Lo cual es justamente contrario, no solamente al evangelio, a aquello de que «vosotros hoy sois sal de la tierra», a aquello de que «vosotros sois la luz del mundo», que se encuentra en el evangelio de San Mateo, «no se puede esconder una ciudad en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de la casa».

Que brille vuestra luz ante los hombres, dice el Señor, para que viendo vuestras buenas obras glorifiquen a vuestro Padre que está en el cielo. ¿Cómo hacer para convencerles de la necesidad de que un católico se muestre en la vida pública? Bueno, primero, en concreto, volviendo a las Sagradas Escrituras, a la sagrada tradición, volviendo a la vida de los santos, que nunca fueron de aquellos que escondían la cabeza, sino todo lo contrario. Y quizás, si ni siquiera todo eso convence, al menos viendo lo que hacen los mundanos.

Los mundanos no tienen ningún tipo de temor en mostrarse como abortistas, como eutanásicos, como prosodomíticos. No tienen ningún problema en mostrarse públicamente como contrarios a la verdad, a la fe, y públicamente hacen gala de todo esto. Pues bien, contra la malicia hay que oponerle milicia.

Contra la malicia hay que oponer milicia. No hay otra posibilidad

No hay otra posibilidad, no hay otro modo de vivir para un cristiano sino dando el buen combate, que es el buen combate de la vida cristiana.

En efecto, se trata de una realidad cada día más evidente. Ellos no se cortan, de hecho, si alguna vez la tuvieron, dejaron atrás la sutileza. Tanto es así que parece que se hayan quitado la máscara definitivamente. ¿Resulta exagerado señalar que el católico se enfrenta a uno de los momentos más críticos de las últimas décadas?

No, no creo que sea exagerado, por lo menos que nos encontramos ante uno de los momentos más críticos de las últimas décadas, no creo que lo sea. A todos los cristianos siempre les ha parecido que eran los últimos tiempos. Desde San Pablo en adelante pensaban que el Señor vendría en poco tiempo.

No creo apresurado ni tremendista decir que vivimos uno de los momentos más complejos de las últimas décadas

Lo que sí es cierto, y que no se veía tan claramente como ahora se ve –que es lo que se encuentra en el Catecismo– es que una gran apostasía, incluso dentro de la misma Iglesia, nos está casi como dominando. Uno ve que en una parroquia un cura dice una cosa, en otra otro dice otra, en una diócesis un obispo dice algo que contradice otro obispo en otra diócesis. Conferencias episcopales enteras, como sucedió recientemente con el tema de la bendición de las parejas homosexuales, se han opuesto a lo que venía desde, por ejemplo, la Santa Sede.

Es decir, la gran confusión que hay, la gran división y la gran dialéctica, forma parte de nuestros tiempos, donde la verdad parece que no rige, sino que lo que rige es una pseudocomunión o una pseudounidad, que si no está basada en la verdad no funciona. Por eso no creo que sea para nada apresurado ni tremendista, afirmar que el actual es uno de los momentos más complejos que hemos vivido, por lo menos claramente, en las últimas décadas.

La prudencia debe ser un atributo virtuoso de todo católico, pero debe estar exenta de miedo. Un Papa por el que personalmente siento gran admiración y devoción, Juan Pablo II, nos animó a no tener miedo, a abrir de par en par las puertas a Cristo. ¿Cómo podemos ser valientes sin caer en la imprudencia?

La prudencia es aquella virtud moral, la principal de las virtudes morales, la principal de las virtudes cardinales, junto con la justicia, la templanza y la fortaleza, que regula los medios para alcanzar el fin. En el momento en que uno lo realiza, no siempre sabe si se trata de un acto prudente o no. Normalmente la prudencia se determina de ver por el resultado, porque si los medios fueron lícitos, fueron buenos y el resultado finalmente es bueno, entonces eso fue un acto prudente.

En el momento nunca nos parece que tengamos la certeza absoluta, metafísica, o matemática para eso. Tenemos una certeza moral para para actuar, es cierto. Pero una de las cosas que terminan castrando las voluntades, los sueños o las acciones, es justamente una prudencia malentendida, que es, al final de cuentas, cobardía.

Hoy muchos cristianos entienden que prudente equivale a ser cobarde, que prudente equivale a ser falsamente tolerante, que prudente equivale a no meterse en las cuestiones de los otros, en no decir las verdades. Para tener la clave de actuar con prudencia, pero a su vez sin temeridad, para conseguir la clave de ser valiente sin quedarla en prudencia, hay que conjugar esa virtud moral, esa virtud moral de la prudencia, con la virtud principal de las teologales, que es la caridad. Y una de las cosas a las que lleva la caridad es a hablar con verdad, a no falsear la realidad, a no mentir, a no engañar al prójimo.

No hay caridad si uno miente, si uno termina prostituyendo la verdad.

No hay caridad si uno miente, si uno termina prostituyendo la verdad. Por eso quizás un modo concreto de no caer en la imprudencia, de no caer tampoco en la cobardía, es conjugando esa virtud moral con esa virtud teologal. Para mí resulta fundamental, seguir el ejemplo de aquellos que nos precedieron en la historia, que son los santos, que han llegado al cielo, y si han llegado al cielo es porque tuvieron las virtudes, y si tuvieron las virtudes, tuvieron la virtud de la caridad de la prudencia.

¿Qué destacaría de la figura y obra de este Papa?

 Dos cosas destacaría. La primera, es la de haber llevado el Evangelio hasta los confines de la tierra con una enorme pero enorme parresía, sin temores a las ideologías, sin temores sobre todo a la ideología nefasta del siglo XX que fue el comunismo. Por tanto, una de las cosas que yo destacaría es esa.

De Juan Pablo II destaco la valentía de haber predicado la verdad hasta los confines de la tierra, que nosotros tenemos que siempre intentar imitar.

Junto a esta enorme virtud que tuvo el Papa San Juan Pablo II, también encontró una exageración por parte de algunos, que tomaron la figura papal de ese Papa que viajaba por todo el mundo, como si fuera una especie de cuarta persona de la Santísima Trinidad. Pues, si bien supuso un magnífico logro de Juan Pablo II devolver a la centralidad el Primado de Pedro, el cual, después del Vaticano II, parecía haber quedado un poco de lado en favor de las conferencias episcopales de cada país, también esa misma virtud de su figura pública llevó a que muchos católicos acogieran la idea de que el Papa es una especie de cuarta persona de la Santísima Trinidad, o sea, la encarnación de la verdad en la tierra.

Quizás, sumado a nuestro amor tan grande por el papado como pueblo hispano que somos y, sumado al ataque de protestantismo contra el papado y al dogma de la infalibilidad papal –muchas veces muy mal explicado– a partir de la figura de Juan Pablo II, dada la duración de su pontificado, es posible que a muchos católicos les quedara la idea de que siempre, necesariamente, y en todo lugar los Papas, cuando hablan de cualquier tema, aún cuando no sean temas dogmáticos, ni para toda la Iglesia universal, jamás puedan equivocarse.

De esta manera, llegamos al punto en que si uno quizás hoy no está de acuerdo con ciertas posturas, incluso políticas o prudenciales, de algunos Papas, uno termina siendo mal visto o considerado una especie de cismático en potencia, por lo menos. Es por ello que una de las cosas que yo más le rescato a Juan Pablo II es esa valentía de haber predicado la verdad hasta los confines de la tierra y que nosotros tenemos que intentar imitar.

Hace unos días pronunciaba una conferencia en el colegio Juan Pablo II de Alcorcón, cuyo lema proclama “Educar en la Verdad para ser libres”. En un momento en que toda disidencia frente a lo políticamente correcto es perseguida. ¿Se puede defender la verdad objetiva sin que ello suponga un coste para la persona?

No, de hecho, no solamente no se puede defender la verdad objetiva sin que esto suponga un coste, sino que no debe ser así, porque si así fuera entonces nos encontraríamos en dos momentos muy complejos o muy extraños. El primer momento sería que si uno dijera la verdad objetiva frente a toda la gente y no existiera ningún coste, en ese caso sucedería que, o bien a nadie le importa la verdad o a nadie le importa lo que uno dice, ni siquiera cuando es algo, entre comillas, disruptivo; o bien, que todo el mundo ya se ha convertido, en cuyo caso no tiene sentido que haya ningún costo.

La defensa de la verdad objetiva siempre conllevará un coste

Pero la realidad que ninguna de estas dos circunstancias no se dan en el presente. Porque lo cierto es que ni todo el mundo se ha convertido, ni todo el mundo se encuentra en la verdad, ni tampoco encontramos todavía en el día de hoy, gracias a Dios, una total indiferencia respecto a ciertas verdades que deben ser dichas en honor justamente a Aquel que es la verdad por antonomasia, que es Jesucristo Nuestro Señor.

Por eso, siempre, siempre que uno intente defender la verdad objetiva, necesariamente va a encontrar una oposición en aquellos que no quieren descubrirla o en aquellos que quieren simplemente opacarla, esconderla

En la educación, cada vez más uniformizada, que padecemos no se tienen en cuenta los temperamentos. ¿Cómo educar conforme al temperamento que Dios nos ha dado?

 Los temperamentos son ese modo que por nuestra manera física, también de ser, somos un coprincipio de cuerpo y de alma. Hemos nacido a partir de esos llamados humores, como los llamaban también los griegos, Hipócrates y otros más, en la antigua Grecia. Modos distintos de ser, modos distintos de haber sido «fabricados», entre comillas, por nuestros padres. Nos vienen por nuestro coprincipio corpóreo.

No es lo mismo educar a alguien que de temperamento es más bien colérico, que educar a alguien que es de temperamento flemático, sanguíneo o melancólico, dividiendo los cuatro modos clásicos de temperamentos. Quien así lo hiciera estaría intentando colocar un mismo traje o un mismo vestido a personas distintas. Y, aunque sean excelentes vestidos y excelentes trajes, no a todos nos quedan exactamente igual o ni siquiera bien. Un padre, una madre, un educador, tienen que intentar, en la medida lo posible, saber a quién está educando.

Asimismo, sirve para que, en la propia vida espiritual, nosotros mismos sepamos cuáles son nuestros puntos débiles, por un lado, y, por otro lado, cuáles son nuestros dones, nuestros talentos naturales, que no nos vienen porque nos hayamos esforzado, sino que nos vienen de fábrica. De ahí que también sea tan importante esto en la psicología experimental, que antes era sencillo de conocer –cuando el mundo pensaba con más sentido común–, lo que son los temperamentos o los modos de hacer de cada uno.

Acaba de mencionar el sentido común. Es una cuestión esta que me interesa mucho, de la que hablo y escribo a menudo, y que me hace pensar en Gramsci, al que usted conoce bien. El fundador del Partido Comunista Italiano y, todavía hoy, uno de los grandes referentes intelectuales del neomarxismo mundial, establecía una íntima correspondencia entre ideología y sentido común. En mi opinión, esta ideologización del sentido común está alterando por completo el mundo que conocemos, ese que heredamos de nuestros padres, y que ellos, a su vez, heredaron de los suyos. Hemos llegado a tal extremo que aceptamos como normales las mayores anomalías. ¿Cómo revertir la situación?

 El único modo de buscar lo contrario a lo que decía Gramsci es volviendo a decir que el agua moja y que el fuego quema, que 2 más 2 son 4, que la verdad no depende del número, y que porque un montón de moscas coman excremento eso no hace que el excremento sea ni saludable ni apetitoso.

El único modo de buscar lo contrario a lo que decía Gramsci es volviendo a decir que el agua moja y que el fuego quema

No queda otra opción para volver al sentido común que retomar la verdad. La verdad, que es la adecuación de la cosa y del intelecto, que no depende de mí, que no depende de si estoy dormido, despierto, soñando, percibiendo o autopercibiendo diversos colores, sabores o sexos.

No hay otra opción para volver al sentido común que seguir predicando, que seguir intentando conocer la verdad y predicándola a los cuatro vientos. Ese es el orden natural de las cosas. El orden natural reside en volver al sentido común, que jamás fue perdido por la Iglesia, sino que siempre se mantiene idéntico.

La iglesia es esa institución que se mantiene in semper in eodem, esto es, siempre en lo mismo.

Por eso, el mismo Gramsci destacaba que si uno no tomaba ciertas estructuras de la iglesia, esas que hacían que todos los domingos una viejita en su parroquia escuchase el mismo discurso, el mismo mantra; que un catedrático de Oxford y el Evangelio del domingo fuera los mismos para una persona en Australia que para una persona en China; si uno no cambiaba ese sentido de las cosas, esos discursos, o esa moral Incluso en la iglesia, señalaba el intelectual italiano, en ese caso, iba a ser muy difícil cambiar la sociedad según su paradigma de la revolución cultural, reflexionado y escrito desde la cárcel. Gramsci planteaba la necesidad de cambiar el sentido común católico.

Y para terminar una última pregunta. Por muy complejo que sea el contexto, el católico siempre debe tener la esperanza en el horizonte. ¿Hay espacio para la esperanza?

 Pues claro que sí, porque la esperanza es aquella virtud sobrenatural y fundida por Dios en nuestras almas que nos hace esperar aquellas cosas que Dios nos ha prometido. No hablamos aquí de una esperanza terrenal. Sabemos, buscamos, anhelamos y trabajamos para que Cristo nuevamente reine en la sociedad, no solamente en nuestras almas y en nuestras familias, sino que reine en el mundo entero, que reine en los gobiernos, es decir, como aquello que decía el gran Papa León XIII: que la filosofía del Evangelio gobierne nuevamente los estados.

La esperanza es aquella virtud sobrenatural y fundida por Dios en nuestras almas que nos hace esperar aquellas cosas que Dios nos ha prometido

Tenemos que intentar buscar, incluso aquí en la Tierra, que Cristo reine en nuestra sociedad. Tenemos que hacer todo lo posible para que Cristo reine en todos los ámbitos. Si Dios quiere, algún día vendrá un nuevo momento para la Cristiandad. Y si Dios no lo quiere, por lo menos, cuando parezca que ya no queda nada por salvar, tenemos que pensar que siempre queda algo por salvar, que es la propia alma. Que al menos Cristo reine en nuestras almas.

Por eso la esperanza en cuanto a virtud surnatural que nos hace esperar el cielo depende también en gran parte de nuestra cooperación para poder alcanzarlo, para poder llegar al cielo, incluso arrebatarlo por asalto. Así que claramente que sí. Muchas gracias.

Gracias a usted padre, ha sido un auténtico placer tenerle en Forum Libertas.

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3 Comentarios. Dejar nuevo

  • Para apoyar la labor del Padre Javier, estamos organizando un grupo de 7 hermanas (www.sevensistersapostolate.org) él nos ha dado su consentimiento. Cada una ofrece una hora santa una vez a la semana, de manera que todos los días habrá una hermana rezando por él. Sabemos que es una buena manera de acompañar su misión.
    Este apostolado nació hace años en Estados Unidos, toda la información la encuentran en la página citada anteriormente.
    Si te interesa participar y puedes ofrecer una hora santa semanal, por favor conta

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  • Gracias Oscar por esta maravillosa entrevista! Nos enriquece mucho. Gracias por tu labor.

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  • Muchas Gracias Oscar Rivas por tu bellisimo trabajo. Para estos tiempos, un verdadero documento que nos ayuda a combatir dudas. Sobre todo si se trata de una fuente, como nuestro querido P. Javier, que respalda siempre con la VERDAD, con AMOR y ESPERANZA, todo aquello que nos sirve a nosotros como un testimonio vivo. A Dios Padre, y a María, madre y siempre Virgen, lo encomendamos para que su corazón siga ardiendo en el Camino, la Verdad y la Vida que es nuestro Señor Jesucristo.

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