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Una investigación ideologizada de la religión, en el siglo XIX

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“El origen de la religión”, este era el título del artículo de Henri De Lubac sobre el origen de la religión en la historia humana. Es un documento muy claro, sobre el gran error de las ideologías que estaban detrás de las ciencias de las religiones más bien laicistas (positivistas) en el siglo XIX. Buscaron un origen de la religión de manera infecunda, pues no tenemos datos de que la religión apareciera en un momento dado, como ellos buscaban, pensando que lo habría originado algún elemento cultural o social. Y toda la carga ideológica que pusieron, desde Auguste Comte hasta los marxistas, quedó como una mentira.

Se buscaba que la religión fuera una invención a partir de algún momento, y que al inicio no había religión.

Para ello se buscaba a los que la etnología llama “primitivos”, pero en realidad no se ha visto a los primitivos más que en sentido muy relativo, y no se ha encontrado nada de lo que buscaban. Se buscaba en los actuales indígenas de Oceanía sobre todo, con algunas poblaciones que llevan docenas de miles de años de cultura, pero no sabemos si están en evolución o sufrieron un proceso de involución, como reconoce uno de esos etnólogos: «Sabemos indudablemente un buen número de cosas sobre la situación social de los salvajes actuantes y de ayer, pero lo ignoramos todo sobre la sociedad resolutamente primitiva» (J. George Frazer).

¿Cómo conocemos la actividad espiritual de los primitivos?

Cuando hay manifestaciones artísticas-religiosas, pues una piedra tallada puede ser propia de un animal, pero una estatuilla enterrada es algo que no tiene utilidad, tiene un sentido religioso. Lo mismo un dolmen o cualquier otro monumento megalítico, o pinturas rupestres. La etnología (ayudada por el folklore) nos ayuda a comprender la prehistoria, pero cuanto más avanzan esas ciencias, más nos comunican el sentimiento de que nuestro más lejano pasado permanece, en su singularidad misma, inalcanzable, nos recuerda De Lubac: «los elementos espirituales no se conservan de la misma manera que los fósiles: sea como consecuencia de cierta impotencia congénita o de circunstancias desgraciadas, geográficas y demás, un pueblo que no progresa, regresa, y, al no avanzar, retrocede; si la infancia no da paso a la madurez, se cambia en infantilismo, lo que es una forma de senilidad». Y dice con Joseph Huby: «Ni los pigmeos, ni los australianos del Sureste, ni los bantúes sabrían informarnos evidentemente sobre la mentalidad del primer hombre». También Henri Breuil (1929) nos dice que entre esta primerísima edad y la aparición de las razas que conocemos un poco, han podido pasar centenares de millares de años.

El mito de lo primitivo, esquemas arbitrarios

El citado autor de La rama dorada (Frazer) quiere probar una teoría anti-religiosa cuando lo único que consigue es que quedara trasnochada, aunque nos ha dejado un montón de datos que sí nos son útiles hoy. No podemos conocer esa idea de primitivos a los que llaman «ese gran proletariado de la historia de las religiones» (Söderblom). Esas ideas del siglo XIX estaban montadas sobre una ideología que presuponía que la religión era un invento fraudulento. El esquema de Augusto Comte, de los «tres estados» teológico, metafísico y positivista, está también trasnochado. Lubbock habla también de etapas, que para él son: ateísmo, fetichismo, totemismo, chamanismo, antropomorfismo, teísmo… Frazer habla de una evolución hacia lo abstracto y lo general: la ciencia y la religión son dos hipótesis sobre el universo, una es materialista y la otra espiritual: «De la misma manera que la hipótesis materialista ha reducido los aspectos innumerables de la materia a una solo sustancia, el hidrógeno, la hipótesis espiritualista ha resumido los innumerables espíritus en un Dios único» (Op. cit., págs. 9-10).

Escuelas históricas del siglo XX y la ideología racionalista

Este subjetivismo se ve superado con una visión más histórica en el interior de la etnología: hay que entender la persona en su contexto cultura.

La etnología religiosa tiene una creencia en el progreso uniforme y continuo al servicio de un ideal racionalista: la religión comenzaría por algo grosero, que evoluciona al monoteísmo y otras formas; el progreso sería ir eliminando toda religión como se entendía, para llegar a un pensamiento adulto.

Los primeros pasos “religiosos” serían un error. La etapa religiosa sería una etapa infantil; pero la ciencia hará ver que es algo superado. Quieren buscar datos para confirmar esta teoría, por la etnología. Taylor habla de una interpretación ingenua de sueños, síncopes, etc., las grandes religiones históricas serían un animismo transformado, supersticiones primitivas sobre las almas de los muertos o los espíritus de la naturaleza. Loisy ve en el origen de los sacrificios algo mágico: la «idea de la satisfacción por el sacrificio, a pesar del refinamiento y de la atenuación que en ciertos cultos se ha aportado por moralizarla, en el fondo sólo es una garantía mágica».

Pero hay un fracaso de este evolucionismo simplista. Comte quiso una religión «positiva», Durkheim dirá que «si la religión no puede existir sin cierto delirio, este delirio está bien fundado», y Lévy-Brühl “rehabilita” esas fuerzas oscuras del espíritu que desorientan al pensamiento crítico. Poco a poco la comunidad científica rechaza ese monopolio de la etnología, de la sociología, etc.; y reconoce que las grandes personalidades religiosas -profetas, fundadores, místicos, reformadores- desempeñan un papel que no es posible menospreciar. Y además, que aunque hubiera un punto de partida estudiado, no es lo mismo que el punto de llegada.

«La solución científica del problema humano no se determinará por el estudio de los fósiles, sino por una consideración más atenta de las propiedades y de las posibilidades que en el hombre actual permiten prever el hombre de mañana» (Teilhard de Chardin).

buscar un primer estado sin religión, pero no se encontró ningún pueblo así.

Las filosofías subyacentes en ese querer definir la religión por un estudio de su origen desde el punto de vista empírico, de su origen «histórico» y su origen «psicológico», está ideologizada. Esta búsqueda del origen de la idea de Dios, a lo largo del siglo XIX, está dominada por tendencias a priori: buscar un primer estado sin religión, pero no se encontró ningún pueblo así. Destaca el «a priori» del marxismo-leninismo, cuya idea era explicar el origen de la religión como un «reflejo fantástico que surge en la conciencia social a consecuencia de un sentimiento de imperfección y de impotencia», aunque Marx en sus primeros escritos establece una relación de las condiciones materiales y espirituales de las personas en ambos sentidos, ese doble aspecto de un proceso material y espiritual. Pero luego su lucha le hizo cambiar de ideas y hablar solo de la determinación material. Y de ahí surgió la doctrina materialista de las causas puramente económicas de los hechos de orden espiritual. En cualquier caso, Marx jamás supo comprender el hecho religioso en sí mismo.

Resumen

Ha sido una falacia creer que la ciencia puede alcanzar los principios mismos de la humanidad, a fuerza de inducciones psicológicas a partir de las actuales “poblaciones primitivas”, a fuerza de creer que lo primitivo o lo rudimentario equivale a lo esencial y a lo fundamental, a fuerza de creer que se hace ciencia cuando se aplican unas ideas preconcebidas.

La disciplina positiva del siglo XIX quiso desprenderse de la metafísica, y cayó en manos de la ideología. Teorías frágiles, que han hecho ver que ni la etnología ni la prehistoria explican la religión que tenemos ahora. Tenemos elementos espirituales: enterramientos, arte, trepanación de cerebros para tener el espíritu del difunto…

Por otra parte, se ha visto falsa la tesis sobre una fase inicial arreligiosa, tanto por parte de la etnología como de la prehistoria. Antes de la edad de las cavernas, dicen, «nada se ha encontrado que pruebe que existía la religión», pero no aportan ninguna prueba. “La cosa está clara. Pero este argumento negativo no tiene ningún alcance, porque ningún documento nos informa sobre la actividad espiritual de los hombres en esa edad anterior. No hay más razones para negar toda religión que para postular entre ellos, por ejemplo, el monoteísmo” (De Lubac, cit.).

La afirmación leninista de una primera fase completamente arreligiosa de la humanidad es gratuita, según un esquema preconcebido falso de que la religión no responde a una necesidad esencial de la naturaleza humana, sino que es un estado transitorio de la sociedad.

También es falsa la teoría freudiana que supuestamente la religión quiere «transformar una categoría histórica y social en una categoría eterna y biológica», una tesis no basada en los hechos reales, sino que dirige la afirmación de los hechos (como también se ha visto que ha manipulado muchos historiales clínicos de sus pacientes para confirmar sus teorías).

Conclusión

«Aunque dependa estrechamente, en su expresión objetiva, de la doble analogía natural, por la que concebimos todas las cosas: mundo sensible y mundo social, la idea de Dios aparece en la humanidad como algo espontáneo, específico» (De Lubac, cit.). Todos los ensayos de «génesis», como todos los ensayos de «reducción» intentados fallan en algo. Ciertamente, de ello no se sigue inmediatamente que esta idea tenga por término un Ser real y que la religión tenga valor absoluto. Hay unas fronteras entre «conocimiento natural» de Dios y «revelación»

Aunque muy escasos y muy oscuros para satisfacer nuestra curiosidad científica, “los datos ciertos de la historia religiosa se prestan naturalmente a una interpretación cristiana (no decimos que impongan tal interpretación), y que reciben de ello la más grande inteligibilidad de que son capaces” (id).

A lo largo de la historia, se ha visto a Dios a través de analogías, de iconos; y es concebido con frecuencia como un individuo de pasiones humanas o como una abstracción sin resplandor eficaz. Lo mejor se cambia a veces en lo peor, y la gran fuerza de perfeccionamiento del hombre se relaja para fines profanos.

De aquí nace la necesidad de una purificación siempre renovada. A esta purificación, desde los lejanos tiempos de Jenófanes, contribuye la reflexión del ateo, y los más ateos no son siempre los que se creen y se dicen sin Dios. Incluso hay religiones ateas aunque de modo difuminado. Mucha parte de la humanidad siempre vuelve a la adoración; ésta es, al mismo tiempo que su deber esencial, la necesidad más profunda de su ser. Dios es el polo que no cesa de atraer al hombre e incluso aquellos que creen negarlo, a pesar de sí mismos, dan aun testimonio de El, refiriendo, según palabras del gran Orígenes, «a cualquier cosa antes que a Dios, su indestructible noción de Dios».

Perspectiva

Sirviéndose de todas las armas, el ateísmo moderno ha utilizado para la negación de Dios la historia y la etnología religiosa. No ha podido hacerlo sin deformar frecuentemente los hechos. Por lo menos, los ha escogido e interpretado de una forma muchas veces arbitraria, proyectando sobre los orígenes y sobre la evolución de la religión, principios de explicación sacados de su incredulidad. ¿Pero no da él mismo, a pesar suyo, testimonio de la fe? «Cuanto más se afirma el ateísmo, podemos observar más distintamente en sus tendencias las huellas de experiencias religiosas pasadas (…). El hombre que no quiere ser religioso, lo es precisamente por esa voluntad de no serlo. Puede huir delante de Dios, pero no le es posible esquivarlo».

El hombre del siglo XX, concluye, «está en trance de descubrir la realidad de sus dioses y también, algunas veces, la de su Dios». De manera que, al salir de una era de racionalismo irreal y asfixiante, el problema esencial es, a partir de ahora, saber si la humanidad cederá, impotente, a esta nueva invasión de sus dioses «de carne y sangre», como antaño Grecia corrió el riesgo de ser sumergida por la ala oscura de lo dionisíaco, o si, por un esfuerzo de luz, encontrará de nuevo al Dios que la ha hecho a su imagen y semejanza y cuyas manos amantes no la han abandonado jamás.

Apéndice. Cuestiones discutidas

¿Dónde existe la cultura más arcaica?. ¿Cuáles son de los «primitivos» que aun existen sobre nuestro planeta, los representantes de la cultura más arcaica? Sería en Oceanía, pero los hechos no prueban la teoría que hemos señalado.

Para considerar las cosas más históricamente, aparecen nuevas direcciones: Schmidt es el que mejor hace una hipótesis de trabajo, que no concuerda con otras como la de Graebner. Los «Tasmanoides» y los Pigmeos presentan señales de gran antigüedad. Con una cultura material extremadamente rudimentaria, más arcaico aún que el de los australianos «paleolíticos», se descubre con frecuencia en ellos, aunque en pequeñas dosis, animismo, magia, mitología, incluso totemismo, sin que haya medio de afirmar con seguridad si son elementos recibidos de pueblos vecinos más «evolucionados». Ahí parece que el totemismo en el que algunos creyeron encontrar la primera forma de religión, es un fenómeno relativamente tardío, y aportaría un dato más al problema capital del origen de la idea de Dios.

Esta idea de Dios, ¿aparece como fruto de una evolución tardía?

Esta idea de Dios, ¿aparece como fruto de una evolución tardía? Entre los primitivos de ayer y los llamados primitivos de hoy, vemos la creencia en un ser claramente superior, “que tiene nombre aparte y diferente de los espíritus de la naturaleza o de las almas de los muertos, incluso cuando tiene algunos rasgos comunes con éstos. Concebido en general bajo formas muy antropomórficas, o incluso zoomórficas, este Ser anuncia ya, sin embargo, por uno u otro de sus caracteres, al Dios de las religiones monoteístas: es poderoso, dueño de la vida y de la muerte, autor del mundo y de los hombres, y en determinados casos, de manera más o menos perfecta, bueno, justa, vigilante…” (De Lubac, cit.).

En muchos casos, semejante creencia no juega ningún papel en los ritos ni en la vida social, y por esto ha podido pasar mucho tiempo sin ser advertida. No es verdad a menudo que sea una «Idea muerta», como se ha dicho, sin eficacia. Se ora al Ser superior, sin un culto público, ritual regulado. Son indicios de ancianidad que negaron los estudiosos del siglo XIX.

Aparece una difusión general de la Idea de los «grandes dioses», como dicen algunos pieles rojas, «el Anciano que no ha muerto nunca». Estos grandes dioses tienen un «arcaísmo etnológico».

Algunos no aceptan, les parecía «inverosímil a priori que salvajes desnudos, sin gobierno organizado, incapaces de contar hasta siete, hayan llegado a una concepción filosófica tan sublime» como la que en realidad tienen.

¿por qué la religión no puede comenzar por sí misma?

Dejando aparte su despertar, ¿por qué la religión no puede comenzar por sí misma? En este caso, no tendríamos que preguntarnos si precede del animismo, o de la magia, o de alguna prefilosofía, de algún estado económico o social cualquiera. Más o menos disimulada, más o menos ignorante de sí misma, habría existido siempre… Por lo menos es una hipótesis que no puede ser excluida de antemano.

El «mana» y los sistemas pre-animistas. Una demostración paralela semejante a la de los «grandes dioses» viene en su apoyo. Hacia fines del siglo pasado, el inglés Codrington, misionero en Melanesia, observó que los indígenas creían en una fuerza, difusa en muchos objetos distintos, y absolutamente diferente de toda fuerza material, a la que llamaban mana.

¿Cuáles son las relaciones entre el desarrollo social y el religioso? La historia de las sociedades humanas y la historia de la religión constituyen dos historias distintas, que no se acoplan siempre. Sin embargo, el marxismo ha intentado renovar, sobre este punto, la tesis de muchos positivistas, pero dándole un sentido económico.

El comerciante viajero, sin residencia fija, se encomendaba en todas partes a su dios: éste llegó a ser, pues, omnipresente.

La tesis marxista sobre la aparición del monoteísmo es que en la constitución de los grandes imperios, los dioses son la sombra celeste de los jefes. Cuando venció el rey de Babilonia, impuso su dios, Marduk, a los pueblos vencidos. Pero fue el comercio quien propagó con mayor pujanza la idea de la unidad divina. El comerciante viajero, sin residencia fija, se encomendaba en todas partes a su dios: éste llegó a ser, pues, omnipresente. A partir de este momento no podía tener ya forma humana: se convirtió en puro espíritu.

En el seno de las grandes ciudades cosmopolitas se mezclaba a los otros dioses. «Así se formó la idea de un dios universal, abstracto, reflejo de un hombre abstracto, dominado por la fatalidad del mercado» (Lucien Henry, op. cit., pág. 37). Tal sería el Dios del cristianismo primitivo; el de la edad capitalista y el liberalismo económico. Como la misma religión, y como toda forma de civilización, el monoteísmo sería, pues, un simple reflejo, o, según la palabra clásica, una «superestructura» de la vida económica. No menos opresiva y perjudicial, por lo demás, que las formas más groseras que le han precedido.

Con el cambio de las relaciones sociales que resulta del progreso de la economía, con el cambio de las formas de explotación, las representaciones religiosas pueden cambiar. Pero la religión continúa justificando siempre la violencia y la opresión, sanciona siempre tal o cual orden de explotación, como instituido por Dios mismo. La religión comenzó el día que los hombres se dividieron en clases, con la explotación del hombre por el hombre. Debe acabar con esta explotación.

¿Es una verdad parcial? No todo es falso en esta teoría. Hay una apariencia de razón. Sin duda, la cultura, la economía, la sociedad, influyen en las formas religiosas, forman parte de un contexto en el que se mueven las formas de pensar, los ritos y los mitos. En esos momentos históricos, hay abusos sociales, la religión está hecha por personas y éstas a una sociedad.

Pero en materia religiosa, el etnólogo, el sociólogo o el historiador, sólo conseguirán puntos de vista superficiales

El materialismo tiene, si se nos permite decirlo, cuantitativamente razón, un poco como la tiene el determinismo para la mayor parte, o la más aparente, de las acciones humanas. Pero en materia religiosa, el etnólogo, el sociólogo o el historiador, sólo conseguirán puntos de vista superficiales.

Aparentemente, hay un montaje pues las personas reflejan ese contexto:

“¿Es el culto de un Dios sin figura el reflejo de una edad de comercio y de operaciones bancarias? ¿Es el monoteísmo el resultado de una unificación de los poderes terrestres? ¿Cómo se explicará la historia de la India, en la que se han extendido profundos sistemas de filosofía religiosa y altos formas de adoración divina en el seno de una economía primitiva y de una sociedad políticamente amorfa? ¿Se han leído, sobre todo, los primeros preceptos del Decálogo judío?” De Lubac se hace esas preguntas, pero añade que lo fundamental de la religión no son esos condicionamientos de las personas o contextos, sino algo que sale de ello: «¡Escucha, Israel! Yo soy Yahvé, tu Dios. No tendrás otros dioses ante mi rostro. No constituirás ninguna imagen tallada (…) Porque Yo, Yahvé, soy un Dios celoso…» (Deuteronomio, cap. 5).

Los panteones de dioses se organizan, se jerarquizan, se mezclan en Babilonia, en el imperio aqueménida, en el mundo helenístico y en Roma, bajo el Imperio… ¿Hay algún beneficio para la política, para la civilización, para el pensamiento? Sí, y algunas veces muy considerable. ¿Pero hay progreso propiamente religioso? No siempre, y frecuentemente en absoluto. Porque si se supera el antropomorfismo, sólo se va a parar a un divina abstracto o a una Naturaleza divinizada.

Es Ser, no abstracto, aunque completamente espiritual

Pero lo sagrado de verdad, especialmente en el monoteísmo, el Dios único se afirma con exclusividad bravía: «No hay más Dios que Dios». No es el resultado de ningún sincretismo, intelectual o político. No se puede hablar a este respecto de integración o concentración, sino de oposición y negación. No es promovido por la evolución, sino que se impone por una revolución. Es un Dios al que es preciso convertirse rompiendo los ídolos. Se tenía hasta aquí, poniendo las cosas en lo mejor, un Principio complaciente, que justificaba las prácticas del politeísmo consuela dando al mismo tiempo las dominaciones carnales, y que constituía en sí mismo la posesión de una pequeña minoría de sabios. Es Ser, no abstracto, aunque completamente espiritual; un Ser que reclama para si todo el culto y que quiere ser reconocido por todos; un Ser trascendente que desborda todas las ciudades terrenas, aunque fuese la ciudad del mundo.

El Judaísmo y el Islamismo también desmienten toda teoría del desarrollo religioso o social, pues nace en un pueblo de Galilea, de un Israel dominado

Este monoteísmo está cargado de fuerza explosiva, originando el principio de una transformación radical de las concepciones y de la vida religiosa. No aparecen en sociedades avanzadas: Zoroastro nació en un apartado rincón del Irán, lejos, en todo caso, de ese foco de cultura que era Babilonia, y antes de la era de sincretismo abierta en la misma Babilonia por las conquistas de Ciro. El Judaísmo y el Islamismo también desmienten toda teoría del desarrollo religioso o social, pues nace en un pueblo de Galilea, de un Israel dominado, no sabemos si los discípulos de Jesús serían analfabetos, pero tenían claro la idea de que vivían en la «plenitud de los tiempos». Y los árabes no tenían apenas unidad antes de la égira, y aunque no se entiende sin los pueblos con los que se relaciona, no era nada evidente lo que pasó: «Él espíritu sopla donde quiere.»

Sin duda, los líderes religiosos se han aliado con el poder civil, han tenido peso político y social. Pero la esencia religiosa no está ahí, sino la institución en la historia. Aquel eco de “lo alto”, de “lo sagrado”, tiene autoridad en sí, ningún líder político igualó alguna vez en poderío a los «rugidos de Amós, el pastor elegido por Yahvé para hacer escuchar sus amenazas contra los que «pisotean al pobre» y «tuercen el camino de los pequeños»? (Amos 1, 2; 2, 7; 4. 1; etc.). Los profetas son reformadores religiosos y por esto también reformadores sociales. En ellos, Yahvé aparecía como el Todopoderoso, pero su poder no está al servicio de los poderosos de este mundo, está por entero al servicio de la justicia, como su santidad está al servicio de la moral.

Ciertamente, al ver los compromisos mundanos de religiones en la historia, puede dar pie –en parte- a la crítica marxista, pero lo esencial no es eso, son deformaciones; en el fondo hay «un progreso constante en la caridad, que debe traducirse hasta en la organización económica y social» (Yves de Montcheuil). Lejos de reflejar esta organización, es, pues, su principio de renovación, de transformación perpetua.

Si el historiador no lo advierte siempre a primera vista es porque este principio obra en profundidades que sólo una reflexión prolongada puede alcanzar.

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