¿Es Europa como civilización, como historia, como tradición cultural, espiritual y moral, un continente cristiano? En caso afirmativo, ¿negar o relativizar esta realidad, qué consecuencias tiene para los europeos de hoy y para el futuro de Europa?
¿Se pueden ocultar o disimular los centenares de miles de iglesias, los miles de monasterios que hay desde Tarifa a los Urales, desde Irlanda a Ucrania? ¿Cuál es el elemento común de todos los pueblos, villas y ciudades europeas sino la Iglesia y el campanario? ¿Se puede negar cuál es la fuente inspiradora de las máximas creaciones literarias, artísticas y musicales de la cultura europea?
El filósofo Daniel Innerarity, en un artículo en La Vanguardia del día de Navidad, cuestiona la identidad cristiana de Europa. El uso de la palabra identidad puede llevar a discusiones inacabables. Pero no se pueden discutir seriamente las raíces y la tradición cristiana que Europa ha conservado durante buena parte de su existencia. Como tampoco la evidencia de que la Ilustración, y los ideales de igualdad, libertad y fraternidad han sido posibles solo en una sociedad cristiana. O que la democracia y los derechos humanos han nacido precisamente en los países de cultura cristiana, como antes había nacido la ciencia.
Constatar esta realidad no supone negar la aportación de las otras religiones, pero históricamente no se puede situar la contribución de estas a Europa al mismo nivel que el cristianismo. La evolución reciente de la mayoría de los países del este de Europa demuestra que cuando estos se han liberado del yugo comunista han rehecho su identidad en base a la tradición cristiana. Y es precisamente el laicismo agresivo que en Europa occidental hemos asumido, a menudo inconscientemente, lo que rechazan los europeos del este.
La autorrelativización, la distancia respecto a un mismo o la curiosidad, que el filósofo vasco menciona al final del artículo, son valores positivos cuando un individuo o una sociedad tienen conciencia de donde provienen y de lo que son. Pero edificar la identidad europea sobre estos valores en sí mismos no parece muy consistente. El cristianismo podrá sobrevivir sin Europa, tal como demuestra su crecimiento actual en otros continentes y culturas. Pero, ¿Europa podrá subsistir como tal sin su tradición cristiana? La cuestión es si la grave crisis de valores que sufrimos, y las serias dificultades por las que pasa el proyecto europeo, tienen que ver con el olvido por los europeos de sus raíces cristianas, que sí tenían claras los padres fundadores de la CEE ahora hace 70 años.
El principal peligro que corre hoy Europa, y Occidente en un sentido más amplio, es la crisis de su conciencia histórica. El cristianismo puede quedar excluido de una sociedad de forma violenta, como han hecho los grandes sistemas totalitarios del siglo XX de raíz atea. O de una forma más sutil, consistente en deformar nuestra historia, sea infravalorando el peso de la contribución cristiana, sea sobredimensionando los errores que la Iglesia y sus miembros hayan podido cometer a lo largo de sus veinte siglos de historia. En todo caso, se trata de una rebelión contra nuestra propia tradición, que nos incita a avergonzarnos de nuestras raíces, hacer tabla rasa y partir de cero. Las agresiones a monumentos de personajes históricos, o el incendio de iglesias que han acontecido recientemente, son la punta del iceberg de esta crisis de nuestra conciencia histórica.
Quién crea que esta crisis afecta solo a la Iglesia o al cristianismo está muy equivocado. El humanismo cristiano ha contribuido decisivamente al progreso moral de nuestra civilización, desde Petrarca a Maritain. Ha habido también un humanismo ateo, que ha presentado a Dios como enemigo del hombre. Pero en la práctica este humanismo se ha vuelto en contra del ser humano, sea en forma de sistemas totalitarios o de nihilismo existencial. El siglo XX da fe de ello.
Lo explicaba Josep Casellas en este diario el último día del año pasado, citando a Gaspar Mora: “el Evangelio se presenta como la revelación de la ley natural, en el Evangelio descubrimos lo esencial de la manera humana de vivir. Y, naturalmente, vivir de una manera plenamente humana interesa a todo el mundo, independientemente de las creencias o las convicciones de cada cual.”
El Papa Francisco en la encíclica Fratelli tutti nos alerta de la trampa que nos paran los que quieren eliminar nuestra conciencia histórica: “Si una persona les hace una propuesta y les dice que ignoren la historia, que no recojan la experiencia de los mayores, que desprecien todo lo pasado y que sólo miren el futuro que ella les ofrece, ¿no es una forma fácil de atraparlos con su propuesta para que solamente hagan lo que ella les dice? Esa persona los necesita vacíos, desarraigados, desconfiados de todo, para que sólo confíen en sus promesas y se sometan a sus planes.” (FT 13)
Finalmente, Francisco hace una seria advertencia, que más que una profecía es una descripción de nuestro presente: “Son las nuevas formas de colonización cultural. No nos olvidemos que «los pueblos que enajenan su tradición, y por manía imitativa, violencia impositiva, imperdonable negligencia o apatía, toleran que se les arrebate el alma, pierden, junto con su fisonomía espiritual, su consistencia moral y, finalmente, su independencia ideológica, económica y política»”. (FT 14)
Publicado en el Diari de Girona el 11 de enero der 2020
La cuestión es si la grave crisis de valores que sufrimos, y las serias dificultades por las que pasa el proyecto europeo, tienen que ver con el olvido por los europeos de sus raíces cristianas, que sí tenían claras los padres… Share on X