Estoy convencido de que uno de nuestros problemas es que muy pocos ciudadanos entienden de economía; circunstancia de la que los políticos se aprovechan.
Aplaudimos así las líneas de crédito ignorando que el problema no es de falta de oxígeno, sino de sangre, y que, una vez hecha la transfusión, esta no se puede volver a extraer salvo riesgo de muerte.
En esta línea, nada se dice de la incoherencia de que España reclame a Europa ayudas directas y que no aplique idéntico antídoto con sus empresas.
La verdad es que pocos ciudadanos entienden qué impacto tiene para ellos que España tenga la situación económica que tiene. Ignoramos que somos más pobres; que nuestra deuda personal con el Estado ha aumentado. Y es cierto. La crisis de la Covid-19 nada tiene que ver con la anterior. La prima de riesgo, hoy, se mantiene bajo control. Pero ello no es óbice para reconocer que nuestro endeudamiento y déficit estructural son dos limitaciones importantes.
Pero las ayudas lo acallan todo. Día tras día, pedimos más protección del Estado. Y derecho tras derecho, la necesidad de recursos es cada vez mayor.
El problema, según parece, no es la ausencia de un modelo económico definido, una tasa de paro estructural del doble de la media europea, un desequilibrio presupuestario estructural, la falta de I+D, la fuga de capital humano, los déficits educativos, la inseguridad jurídica, o el excesivo individualismo. No. Este no es el problema. Y si lo es, el culpable es el mercado.
Pero la verdad es que no se quiere reconocer que la economía es la base del bienestar; que es esta, y no el Sector Público, la que permite una vida digna; la que financia al Estado.
No nos atrevemos a reconocer que nuestra situación económica no nos permite ayudar a las empresas transfiriéndoles los ingresos que han dejado de percibir por la obligada hibernación económica.
Pero claro. No es políticamente correcto aprobar un ingreso mínimo cuyo destinatario sean las empresas evitando, así, ayudas directas a los afectados por el ERTE o a los supuestos de vulnerabilidad imputables a la Covid-19.
Pero digamos la verdad. La pobreza se combate promoviendo la riqueza y la igualdad de oportunidades; la responsabilidad individual y la ausencia de privilegios.
Si la economía funciona, hay riqueza. Y si hay riqueza, la necesidad de recursos es menor.
Pero ¿es el ingreso mínimo la solución?
Responder correctamente requiere identificar cuál es el problema y no confundirlo con sus consecuencias. Y los problemas son tres.
El primero, la crisis de la Covid-19, que es de falta de ingresos fruto de la hibernación económica. Sus consecuencias, los ERTEs, cierres, y el aumento de la pobreza asociada a la Covid-19. Su solución, ayudas directas por importe equivalente a los ingresos mínimos que se han dejado de percibir y que son necesarios para la cobertura de los costes. En definitiva, compromiso con el mantenimiento del empleo y del tejido productivo.
El segundo, la crisis post Estado de Alarma, que es de consumo y de adaptación. Sus consecuencias, despidos, cierres, y aumento de los supuestos de vulnerabilidad. Su solución, ayudas directas y avales para créditos.
Y el tercero, el regreso a la “normalidad”. Su solución, hacer los deberes pendientes.
Pero si en lugar de centrarnos en el origen del problema lo hacemos en sus consecuencias, los supuestos de pobreza serán cada vez mayores.
El problema, pues, es que estamos solucionando las consecuencias del problema, pero no el problema en sí mismo: la Covid-19.
En este contexto, el ingreso mínimo vital, que aplaudo y considero necesario, nada tiene que ver con la Covid-19 que, eso sí, ha agravado el problema de la pobreza en España, y cuyo debate no se ha de confundir con la pobreza imputable a la Covid-19. El ingreso mínimo que ahora se necesita es para reparar el daño que se ha hecho a la economía y cuyos destinatarios son las empresas con la condición de cumplir con sus obligaciones.
¿Y cómo se financia? Con mayor deuda pública con carácter de perpetuidad, deuda que se ha de reducir con las ayudas directas que Europa conceda; medidas que se han de complementar con las que nos permitan combatir la pobreza pre Covid-19 y sus causas, que no son otras que las propias de un modelo de economía social de mercado. Las ayudas, estigmatizan y reducen la libertad. El trabajo dignifica y garantiza la libertad.
Reconozcamos pues nuestras limitaciones, prioricemos, y pongámonos a trabajar.
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Pero las ayudas lo acallan todo. Día tras día, pedimos más protección del Estado. Y derecho tras derecho, la necesidad de recursos es cada vez mayor Share on X