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El padre, olvidado pero imprescindible

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En este entusiasmo por deconstruirlo todo, por derribar los supuestos «muros opresores» de la tradición natural hay una lucha abierta contra la figura del padre.

El padre es representado por doquier como un tirano doméstico, intolerante e inútil que estorba más de lo que aporta. En cualquier caso, prescindible.

Hay un fuerte  empeño en borrar a los padres del mapa. Y se está logrando.

Una figura que ya no se comprende

El problema no es que ya no sepamos para qué sirve un padre sino que se desea que no sirva para nada.

El padre, en su esencia masculina, es un muro de contención de la familia y es roca. Y bien es sabido que los muros no caen bien cuando uno quiere vivir sin frenos. Por ello, la misión del padre molesta. 

Pero los padres no están para caer bien. Están para ejercer de padres.

El padre como paradoja viva

Lo mejor de un padre es ser guía, presencia fuerte, vigilancia, sostén.

Un padre es severidad en busca de un fin y compasión con límites. Los niños necesitan libertad cabal, no caprichos o ventanas al abismo.

El padre hace suyo, por deber, lo que necesita su hogar. Responde a lo que se ve y también está con lo que rara vez se le reconoce.

El padre es también ese que no duerme cuando hay necesidad en casa, que guarda silencio, que aguanta en pie lo que le echen. Lo hace porque es lo que debe hacer. Porque es bueno para su mujer y sus hijos.

La paternidad 

El padre no nace. Se hace. Se templa y cuece a fuego lento en la vigilancia y en el sacrificio cotidiano. Ser padre es mucho más que engendrar; pues eso lo puede hacer casi cualquiera.

Lo difícil, lo verdaderamente valioso, es ser presencia constante, firme y cercana. «Estar» como máxima diaria.

Y es ahí donde más se nota su ausencia: en los adolescentes desorientados, en los jóvenes sin propósito, en las familias rotas.

Si el padre desaparece, inevitablemente, la casa se tambalea. Y con ella, la sociedad entera. Porque la familia es la primera institución social con dos pilares fundamentales: padre y madre.

El rostro del amor que disciplina

Ser padre es ejercer una autoridad que se pone al servicio del amor. Ser padre es transmitir coraje y esperanza a partes iguales.

El grave problema de la cultura actual es que no entiende de que va esto. Por ello desprecia su imprescindible función, pues confunde autoridad con autoritarismo, y protección con represión.

Los hijos necesitan padres que les digan quiénes son, hasta dónde pueden llegar, y cómo volver cuando se pierdan.

Vocación sagrada

La paternidad es, en último término, una vocación sagrada. Ante un buen padre nace una transcendencia. Apunta más allá de lo funcional y lo práctico: apunta a Dios.

Ahí es nada, el padre terrenal, cuando responde a su misión con fidelidad, se convierte en un signo viviente del Padre celestial. 

¿Será por eso que se le persigue?

La hora del rescate

Si normalizamos una ausencia general de padres reales, presentes, firmes no hay futuro posible. Los hijos necesitan padres que estén que enseñen con el ejemplo, que recen por sus hijos, que luchen por su familia con fuerza y con fe.

Ser padre es uno de esos oficios cruciales, con todas las características del amor verdadero. Un oficio arrinconado, sí. Pero imprescindible.

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