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Vivimos tiempos extraños. Colombia ha aprobado esta misma semana despenalizar el asesinato de seres humanos perfecta y completamente formados, con 26 semanas de gestación en el vientre materno. Y la Ministra de Igualdad, Irene Montero, cuyos hijos sostuvo en sus brazos con solo una semana más de gestación, pues nacieron prematuros, lo celebra. No sólo lo celebra sino que alimenta este akelarre de la cultura del infanticidio proponiendo que en España nuestras hijas puedan abortar desde los 16 años, sin consentimiento ni conocimiento paterno.

Mientras, nuestro País promueve una de las leyes de protección animal más avanzadas del planeta, dotando a los animales de «dignidad» y «derechos», algo, hasta ahora, reservado en el ordenamiento jurídico a los seres humanos. A este movimiento se la ha venido a denominar como «Animalismo o movimiento animalista«, como si fuera la panacea del trato al resto de mamíferos vertebrados que pueblan el planeta. A todos estos iluminados simplemente recordarles que San Francisco de Asís, hace ya casi mil años, enseñaba algo mas que el «respeto» por la naturaleza, promoviendo el «amor» a toda la creación divina.

¿Es que acaso el reconocimiento del aborto como un derecho, no es básicamente eso, convertir la ley del más fuerte en ley, valga la redundancia?

Y mientras, nuestro mundo se hace cada día menos humano. Decía Josep Borrell esta semana, al hilo de la invasión de Ucrania por los desvaríos imperialistas de Putin, que no podemos retroceder 100 años en el tiempo y volver a «la ley del mas fuerte». ¿Es que acaso el reconocimiento del aborto como un derecho, no es básicamente eso, convertir la ley del más fuerte en ley, valga la redundancia? ¿Acaso no implica eso la Eutanasia? ¿Por qué son tan cínicos nuestros políticos? En España, en un sólo año, hay más víctimas por aborto, por la ley del mas fuerte, de las que habrá (Dios lo quiera así) en la Guerra de Ucrania.

El Humanismo, el no cristiano, fue una corriente intelectual surgida en los Siglos XIV y XV que pretendía eliminar a Dios del centro de la vida y colocar al hombre, sus cualidades y valores en el centro de la cultura, la economía y la ciencia. Podemos aceptar que, en sus orígenes, el humanismo, en sentido amplio, propone valorar al ser humano y la condición humana. En este sentido, está relacionado con la generosidad, la compasión y la preocupación por la valoración de los atributos y las relaciones humanas.

¿Hacía donde vamos, pues? La propuesta ideológica actual parte de una ética utilitarista que considera al ser humano válido únicamente en cuanto sea útil para el propósito de la «comunidad» de la que forme parte. Si esa «comunidad», por ejemplo, no admite tarados, declara inútil a los seres humanos con tara y propone y promueve su eliminación (malformaciones fetales, sindrome de down..) y así nos encontramos con «comunidades» (paises) como Islandia, orgullosos como Hitler, de estar consiguiendo unas altas tasas de «depuración de su raza», donde ya apenas nacen niños con Síndrome de Down.

O nos encontramos con «comunidades domésticas», familias o parejas, más de 90.000 al año en España, que deciden que en un momento determinado, el bebé que está desarrollándose en el seno materno contraviene los planes económicos, profesionales y personales de la «comunidad» que debería acogerlos y que, por tanto, no merece seguir con vida para no lastrar los planes de esa «comunidad», condenándolo al aborto.

Son estas mismas las «comunidades» que optan por deshacerse de los grandes discapacitados o enfermos terminales, en lugar de procurarles las mejores atenciones que hagan de su vida la mejor experiencia posible hasta su fin natural. No, la «moderna» cultura de la muerte invoca, de nuevo, el principio utilitarista donde el más fuerte no tiene porque hacerse cargo ni ayudar al más débil, y lo mas misericordioso que está dispuesto a hacer es disponer los medios necesarios para procurarle la muerte cuanto antes. Esto es, ni mas ni menos, la Eutanasia.

Vivimos sin duda una etapa de esquizofrenia social. Este mundo incita, mediante le perversión del lenguaje, a pensar que creemos en valores como la vida y la dignidad, al tiempo que realmente dispone leyes y medios para matar a los más débiles e inútiles para la sociedad. Los mismos que hacen campañas de integración de las personas con Síndrome de Down recomiendan matarlos antes de que nazcan… ¿Cómo explicar entonces a un hombre que puede matar a su hijo mientras esté en el seno de su madre, si no se adapta a sus planes, y luego no hacer lo mismo con la madre, si tampoco se adapta a sus planes? 

El «único problema» para esta sociedad parece ser que el crimen implique que la víctima sea visible y reconocible o no

¿Suena a barbarie la última frase? Pues mucho sentimos decir que es la verdad. Pues no es menos barbarie matar a una criatura indefensa, a un ser humano perfectamente formado y capaz de desarrollarse íntegramente fuera del vientre materno, como los hijos de la Ministra Montero. El «único problema» para esta sociedad parece ser que el crimen implique que la víctima sea visible y reconocible o no.

No hay duda, nuestra sociedad es cada día no solo más animalista, sino más animal. Los instintos primarios vuelven a anteponerse al discernimiento y la razón y nuestras autoridades aleccionan a nuestros jóvenes a moverse por cuestiones tan elementales como el sexo, el dinero y los intereses propios. Todo vale. Y todo puede llegar a estar justificado, empezando por asesinar a tu propio hijo si supone un impedimento para tus planes. Bienvenidos al animalismo del Siglo XXI.

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