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Homosexual y cristiano: a los 30 años del Catecismo de la Iglesia Católica

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La Iglesia acoge a todo el mundo con independencia de su condición porque todo ser humano es creatura de Dios y portadora de igual dignidad.  ¿Cómo no iba a acoger también a los homosexuales? Pero esta pequeña minoría es utilizada por la ideología de genero hasta haber convertido una cuestión personal en un problema político, que ha llegado al extremo de ser utilizado en  buena parte de Europa y de Estados Unidos como medida de la “calidad democrática», como sucede en mayor grado todavía con el aborto. Mas allá, incluso, puesto que quienes discrepan del matrimonio homosexual son directamente acusados de fascistas. Se llega al extremo, no solo de reivindicar el matrimonio entre dos personas del mismo sexo, sino a llamar a esta relación “matrimonio igualitario”, como si el matrimonio natural no lo fuera.

La presión sobre la Iglesia para que asuma esta realidad es extraordinaria, como han hecho muchas de las confesiones reformadas y parte de la Comunión Anglicana. Y esto explica  declaraciones tan confusas, como las de Willy Bombeek en La Vanguardia el 26 de setiembre, en una entrevista a página entera.

Bombeek  se define como “ homosexual y cristiano comprometido» y declara que recibió el encargo  del arzobispo de Malines-Bruselas, el cardenal  Jozef de Kesel,  de crear un grupo de trabajo para profundizar sobre la aceptación y acogida de las personas homosexuales. Según sus propias palabras, sus sugerencias fueron la base del documento publicado el 20 de septiembre por los obispos flamencos, que propone un ritual para bendecir las uniones entre homosexuales. Todo ello siempre de acuerdo con la exhortación apostólica de Francisco de 2016 Amoris laetitia, según afirma  Bombeek.

Que el texto papal pueda utilizarse para justificar la bendición en una ceremonia específica de la unión entre dos homosexuales, crea una terrible confusión en el seno de la propia Iglesia, porque se está bendiciendo un tipo de relación amorosa basada en una determinada práctica sexual, que el Catecismo de la Iglesia Católica califica  de desordenada. En estas condiciones, es necesario preguntarse cuál es el valor del CIC, que fue hecho público por Juan Pablo II el 11 de octubre de 1992. No estamos hablando de un texto preconciliar ni mucho menos, sino de todo lo contrario. De un extraordinario y largo trabajo realizado a la luz del Concilio. De esto se cumplirán ahora 30 años, muy poco en relación con el tiempo eclesial, que alcanzan los dos milenios. ¿Y ahora resulta que unos cardenales y obispos pueden bendecir lo que el catecismo rechaza, sin mayores consecuencias?

Esto es lo que dice el Catecismo sobre los homosexuales cristianos:

2358.-  “Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición».

2359.-  «Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismas que eduquen la libertad interior. Y, a veces, mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana.”

La cuestión es clara, Se trata de una inclinación objetivamente desordenada; es una prueba difícil, la Iglesia les acoge y les invita a  la castidad, que es un denominador común a todo hombre y mujer, que no está unido en matrimonio, con la  dificultad insoslayable de que no existe la unión conyugal para homosexuales.

El cristiano homosexual tiene ante sí un reto extraordinario, puede intentar  vivirlo sabiendo que el incumplimiento, a pesar de su decisión y voluntad no le apartará de la Iglesia, puede encontrar acogida en el  sacramento de la Reconciliación, que  le llama a superar la prueba una y otra vez. La Iglesia acoge a quien se desvía y le impulsa a recuperar el buen camino. Lo que no hace nunca es bajar el listón de la prueba, porque ni le corresponde y porque sería un engaño.

La bendición de los obispos flamencos a la unión homosexual destruye todo este planteamiento, destroza toda la antropología cristiana que está en su fundamento. Porque ¿Cómo es posible bendecir un acto si este es objetivamente desordenado? Y, si es bendecido, ¿dónde está el desorden? Es una manifestación de cómo la cultura de la desvinculación, que señala que la realización personal exige la satisfacción del deseo hedonista por encima de toda norma, ley y fe, está contaminando a la Iglesia.

Esta confusión no puede seguir, porque vacía los templos, deja sin sentido la Doctrina de la Iglesia y su Magisterio, destruye la Tradición. En el anterior editorial ya señalábamos como una de las causas del declive católico en Europa, la falta de claridad  en su discurso moral y antropológico. Ahora lo reiteramos. Sería positivo que desde las más altas instancias de la Iglesia, hasta las diócesis y parroquias se clarificaran todas estas cuestiones.

Es una cuestión grave, pero para nada debe significar justificar las visiones negras y catastrofistas. Porque, lo que ahora nos ocurre no es, ni de lejos, lo más difícil que ha tenido que superar la Iglesia por problemas en su seno, empezado por el arrianismo, que en un momento determinado pareció que podía dominar la cúspide eclesial, hasta llegar al marxismo y las grandes tareas  para colonizar a la doctrina católica desde sus presupuestos. Por no mencionar el periodo con dos y hasta tres Papas enfrentados, o la dolorosa y terrible separación de las confesiones reformadas. La tarea ahora, con confianza en la  gracia de Dios,  es opinar y reclamar con respeto y medida, y formar, formar más y más en la fe, y contribuir a crear un estado de opinión en el seno de la Iglesia, donde razón y fe caminen de la mano para excluir toda tentación de emotivismo hedonista.

Ahora, al conmemorar los 30 años de la promulgación del CIC  por  San Juan Pablo II, es una buena ocasión para recordar y tratar sobre sus contenidos.

Vamos a contribuir a ello desde Forum Libertas.

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